lunes, 1 de febrero de 2010
CREAR UNA CULTURA DE LA VIDA...
En una ocasión, una conocida escritora, que ha hecho ella misma la experiencia de abortar, me confesó: Veo a mi niño en los sueños. Después de este acto hay sólo dos posibilidades: o te embruteces y sigues matando, o te conviertes y luchas por la vida.
La conciencia es –según los antiguos– la voz de Dios en nosotros. Se trata de una expresión sencilla y acertada. Dios existe, y nos habla en lo más íntimo del corazón. Si escuchamos su voz, somos conducidos a un camino de luz que, ciertamente, no carece de riesgos y obstáculos, pero aprendemos a llenar las situaciones difíciles de sentido. Dios no nos invita a una vida cómoda, pero está con nosotros en todo momento.
Sin embargo, cabe también la posibilidad de no escucharle, de acallar su voz y preferir el ruido de la calle. Entonces comenzamos a vivir “solos”, sin su presencia confortante. En consecuencia, no fundamentamos nuestra vida en la verdad, sino en una mentira, que se puede hacer cada vez más grande. Y como ya no encontramos paz en nuestro interior, algunos huyen hacia un activismo superficial, otros se quedan paralizados, se endurecen, se vuelven cínicos o caen en una suerte de desesperación.
Así se explica, en parte, la falta de decisión a comprometerse para toda la vida, a asumir responsabilidades a largo plazo y, naturalmente, a tener descendencia.
Jutta Burgraff
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