viernes, 5 de febrero de 2010

EL BOTELLÓN


Un asunto desagradable

Oigo a Paco y a Sara —pongamos que se llaman así—, que están en el pasillo, junto a la puerta abierta de mi despacho. Paco, de pie, y Sara sentada en el suelo, fuman calmosamente un pitillo entre clase y clase.

—¿Qué vas a hacer el puente? —pregunta ella—.

—No sé... El viernes creo que haremos botellón.

—¿Y el sábado?

—Dormir.

Se hace un silencio largo.

—¿Y el domingo?

—No sé...

Lo siento; me temo que hoy no seré capaz de escribir un artículo "simpático y optimista como usted sabe". El botellón es asunto triste.

Ignoro si la terminología y la sintaxis son idénticas en toda España: en Madrid, "hacer botellón" significa ir por la noche a un jardín o parterre de la ciudad para intoxicarse con otros adolescentes en torno a un número suficiente de botellas.

El "botellón" y algunas de sus variantes más conocidas

Guillermo, un chaval flaco, listo y simpático, que parece peinado con una aspiradora, me dice que hay botellones de varios tipos:

—Tenemos el botellón—light, o pachanguita, a base de cocacola y birra, con mucha niña mona, grititos y tal. Luego está el botellón—acampada, en las afueras, en plan heavy. Una pasada. Yo a eso no voy. Y después el más corriente, que dura hasta las tres o las cuatro de la mañana, y todos acaban mamaos.

La terminología de Guillermo es aún más expresiva e irreproducible.

—Luego —continúa— está el botellón—precalentamiento antes de la discoteca...

Enrique Monasterio
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