Se han dado, en estos días, diversas respuestas a la pregunta sobre dónde estaba
Dios cuando Haití se desplomó. Todas ellas expresan puntos de vista valiosos, que
pueden inspirar sentimientos de conformidad y mover a la aceptación de la cruz.
Pero se quedan un tanto cortas, por la profunda razón de que los acontecimientos de la vida
espiritual son complejos, y su sentido profundo sólo lo captamos cuando vemos
conjuntamente las diversas facetas que presentan. En este sentido, cabe decir que la
verdad es polifónica (R. Guardini) e, incluso, sinfónica (H. Urs von Baltasar).
Cuando la tragedia y el dolor nos oprimen, solemos preguntar cómo permite Dios
tales males, si es un Padre providente y bueno. Celebraríamos, entonces, que tuvieran
lugar –por parte de Dios– golpes de efecto que dejaran patente la conexión entre su
carácter amoroso y la marcha del mundo. Ello nos permitiría palpar lo religioso y
convertirlo en una experiencia irrefutable. Pedimos signos, y éstos permanecen
ausentes. Todo parece llevarnos a la convicción de que debemos arreglar la vida por
nuestra cuenta, pues Dios guarda silencio ante nuestras súplicas. ¿Cómo explicar este
silencio de Dios?
Alfonso López Quintás (Alfa y Omega)
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