En su intervención en el Seminario de Historia Menéndez Pelayo de la Universidad CEU San Pablo, el obispo de Santander, Monseñor Jiménez Zamora, recordó que la libertad religiosa “traspasa el ámbito de lo íntimo y de la práctica de culto” y advirtió que “los que proponen excluir a lo divino de la universalidad de la razón, impiden el diálogo de culturas que tanto proponen”.
Monseñor Jiménez Zamora habló en su ponencia de libertad verdad y conciencia y manifestó que “la conciencia es un ojo que necesita la luz de la verdad”, por lo que se ha de evitar “cualquier libertad superficial que no profundice en el hombre y el mundo”.
En esta conexión entre Libertad y Verdad radica la imprescriptible actualidad de la presencia de Cristo y su mensaje. “Dos milenios después, Cristo vuelve a aparecer hoy como el que trae al hombre la libertad basada en la Verdad”. Como señaló el obispo, es la Gracia la raíz de la auténtica libertad, por eso causa perplejidad que el hombre “rechace lo único que puede liberarle”. La negación de Dios, ha añadido, refleja una “autosuficiencia ideológica”. Así, el hombre termina encerrado en una jaula, “aunque sea de oro”, por convertir “lo penúltimo en último y los medios en fines”.
Asimismo, reivindicó el papel de la religión en la conformación de esa Verdad única e integradora y afirmó que “los que proponen excluir a lo divino de la universalidad de la razón, impiden el diálogo de culturas que tanto proponen”.
La libertad religiosa se revela así como uno de los derechos más elementales. Ante él, la obligación del Estado “no es ser neutral, sino crear todas las condiciones para que sea efectivo su ejercicio”. Esto supone que se acepte la presencia pública y en la sociedad civil de las manifestaciones religiosas. “La libertad religiosa traspasa el horizonte de lo íntimo de la práctica del culto”.
Ecn esta lógica, para el obispo de la capital cántabra la pretensión “laicista” de reducir la fe a lo privado supone “caricaturizar” el hecho religioso. Además, estas actitudes comportan, según su opinión, “una injerencia en el derecho de las personas a vivir su religión como deseen o como ésta se lo demande”. Por ello, no considera un síntoma de una “sana laicidad” el negar a la comunidad cristiana la capacidad para pronunciarse sobre cuestiones morales que afectan a la sociedad en su conjunto. No se trata de interferir en la actividad legislativa, sino de “defender los grandes valores morales, que, antes que cristianos, son incluso humanos”.
En consonancia con todo ello, el prelado recalcó que la marginación del cristianismo conlleva “una socavación de las bases de la convivencia, ya que éstas, antes que políticas, tienen una dimensión moral”.
En el acto participaron también el delegado episcopal para el Patrimonio Cultural, José Luis Montes, el decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo, José Francisco Serrano, y el viceconsiliario nacional de la ACdP, Luis Fernando de Prada.
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