miércoles, 6 de octubre de 2010

Giuliano Ferrara: El gran Nobel repoblador de un mundo despoblado por el aborto

Ferrara Giuliano Ferrara es el director de Il Foglio, diario en el que hoy publica el siguiente editorial firmado, aquí traducido con cierta rapidez. El título es el que figura aquí en cabecera. El antetítulo en Il Foglio dice: "Ipocrita celebrazione dei concepiti in provetta".
Para quien no sepa de Ferrara: en otra ocasión en que traduje algo suyo, decía que Giuliano Ferrara es gordo, barbudo, inconformista, muy poco políticamente correcto, piensa lo que dice y dice lo que piensa. Ateo, dice que cree en la fe de Benedicto XVI. Sus ideas y opiniones son habitualmente escuchadas con respeto. Algo que –no pocas veces- parece confundirse con el temor a que Ferrara esté en lo cierto.
Esto es lo que publica hoy:
    Nada parece más alegre, estimulante y tranquilizador que la capacidad de dar hijos al mundo, tal vez ayudados por la medicina. Cuatro millones de bebés concebidos en tubos de ensayo (FIV, fecundación in vitro) se han celebrado como un milagro científico y humanístico en los periódicos italianos, dedicando la apertura de primera página al Nobel Robert Edwards, 85 años, fisiólogo emérito de Cambridge, el científico que en 1969 desarrolló la técnica de dar a luz y que más tarde en 1978, con Louise Brown dio lugar a la estirpe de los que nacen de una buena fertilización in vitro.
   Los periódicos británicos, por el contrario, tratan la noticia con pudor (páginas interiores, simple reseña en el Guardian y el Daily Telegraph), y traen a colación una frase del nuevo Premio Nobel: "La cosa más importante en la vida es tener un hijo. No hay nada más especial que un niño". 
   Este magnífico adagio antiabortista, esta peroración natalista, sin embargo toma un sentido muy especial al ser dicha por Edwards, fisiólogo competente, con éxito, tenacidad y valor, que ha hecho caer el paradigma de la medicina moderna en términos de reproducción, y ha originado una revolución en la vida cultural y antropológico que escapa claramente -no sé si a su comprensión- pero sí a la de algunos de sus admiradores y apologetas de la técnica de fecundación in vitro.
   Edwards también dijo -y aquí estamos en un mundo de percepciones huxlerianas- esto: "Nunca olvidaré el día en que miré en el microscopio y vi una cosa curiosa en los cultivos... lo que vi fue un blastocito humano que me miraba fijamente. Pensé: lo hemos conseguido!"
    Cuatro millones de niños han sido "producidos" in vitro y cuidados, alimentados, entrenados y nacidos de un cuerpo de mujer, algo de lo que no cabe dejar de alegrarse, por parte de quienes tuvieron la bendición de un niño y para quien ha tenido así el derecho de nacer. 
   Pero lo que resulta increíble es que sólo personas creyentes o de iglesia se han preguntado qué ha pasado con los millones de "cosas curiosas" (literalmente "something funny") que miran a los ojos de sus fautores con ojos microscópicos en los laboratorios de fertilización humana de todo el mundo. 
Hablo por supuesto de los excluidos, los de las “cosas curiosas” congeladas utilizadas para la investigación como conejillos de indias o ratas, hablo de los procesos de fertilización negociados en el mercado de los ovocitos, hablo de los bancos de datos, de las opciones de maternidad - paternidad a la carta, hablo del aborto selectivo en el diagnóstico prenatal, y hablo en general de la gran masacre de los inocentes que es lo que caracteriza los treinta años que nos separan del nacimiento de Louise Brown.
    Por cada una de los cuatro millones de “cosas curiosas” que hay que celebrar, porque siguieron su camino hacia el nacimiento, gracias a una técnica que procede de la voluntad y el deseo humanos, se debería -en sentido estricto- contar unos mil millones de “cosas curiosas” llevadas a la ejecución capital en nombre de la "libertad reproductiva", con el consenso cultural, moralmente sordo, de la comunidad política mundial, sobre todo de los organismos humanitarios que custodian los derechos humanos universales consagrados en la Declaración de 1948. 
   Sólo espero que los ginecólogos faustianos de tipo Flamigni, y otros hombres de ciencia, muy seguros de sí mismos, tomen buena nota de la frase de Edwards: “…something funny in the cultures… what I saw was a human blastocyst gazing up on me…”
   Los hijos orgullosos de estos tiempos comprenderán la importancia no sólo lingüística de esa definición de embrión fecundado, es decir, lo que la ley 40 llama “el concebido”: un blastocito humano que mira fijamente a su autor. Para Chesterton, el catolicismo libera a los hombres de la esclavitud de ser hijos de su tiempo. Científicos y moralistas de la libertad: la cosa curiosa os está mirando.

SCRIPTOR

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