El mundo universitario clama en silencio, por miedo a las represalias: la izquierda está aprovechando la gran reforma de Bolonia para hacer de nuestras cátedras del saber una fábrica de ideología, que nos distancia del modelo europeo y que se sirve de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación para ir contra los programas relacionados con el humanismo cristiano.
Los buenos deseos de Bolonia
En 1999, los países miembros de la Unión Europea (entre ellos España) firmaron la llamada Declaración de Bolonia, que tenía dos objetivos principales: adoptar el sistema universitario anglosajón para Europa (no cinco años de carrera, sino tres de grado y dos de postgrado; reducir las clases magistrales y poner más énfasis en lo técnico que en lo humanístico) y facilitar la movilidad académica de profesores, alumnos y profesionales dentro del continente. Algo así como lo que ocurría en la Edad Media, para que un alumno pudiese cursar los mismos estudios y matricularse indistintamente en La Sorbona, de París; en la Ludwig Maximilian, de Munich, o en la Autónoma, de Barcelona.
Tras la firma de este acuerdo marco, debían darse tres pasos: que cada Estado lo adaptase a su ordenamiento jurídico; que, en España, la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE) interpretase la decisión del Estado; y que cada universidad y cada Facultad aplicasen de forma particular la decisión de la CRUE. Así, en apariencia, se lograba una mayor libertad, pues cada Facultad podría proponer los contenidos que considerase más oportunos, y que los alumnos elegirían o rechazarían en virtud de la enorme oferta de universidades que hay en nuestro país.
La ANECA, el Gran Hermano
Sin embargo, como relata el Decano de una Facultad «dentro del mundo académico no tardó en saltar la voz de alarma, y hubo Rectores que nos avisaron: detrás de esa apariencia de mayor libertad se escondía un mayor intervencionismo administrativo». No era una advertencia sin fundamento. El Ministerio encargó la concesión de las nuevas titulaciones de grado y postgrado a un organismo pretendidamente independiente: la ANECA, Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y la Acreditación.
Éste es el ente que dice qué contenidos y qué planes de estudios pueden o no impartirse en España, qué grados pueden ofertarse y qué postgrados no pasan el filtro. El criterio es, en teoría, meramente técnico. Sin embargo, el Decano de una prestigiosa Facultad española asegura que «se ha producido una pérdida de autonomía atroz. Vivimos uno de los momentos más duros para la Universidad española. Hay mucho miedo por la intervención absolutista y arbitraria de la ANECA. La Agencia se ha convertido en un polit-bureau de corte ideológico, con comisiones y personas muy significadas en el entorno de la izquierda. Una especie de oráculo, o el Gran Hermano de Orwell, que dice qué se puede enseñar o no.
ALFAYOMEGA
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