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Bajo el título "Lo divino y lo humano en el universo de Stephen Hawking", Ediciones Cristiandad acaba de publicar un ensayo sobre las consecuencias filosóficas de la cosmología de este autor, a cuya realización he dedicado no poco estudio.
Para comprender el sentido de tal esfuerzo, y el interés que puede tener la lectura de "Lo divino y lo humano...", quizá sea útil evocar por un momento los orígenes del "fenómeno Hawking". La ocasión, desde luego, no es mala, ya que, por estas mismas fechas, hace justo veinte años, apareció la primera edición castellana del libro de divulgación científica más vendido de todos los tiempos: "Historia del tiempo" [por cierto, una mala traducción del título de la versión inglesa, "A brief history of time", en la que desaparece su fina ironía].
Con esta obra, Stephen Hawking pasó, de la noche a la mañana, de ser un físico conocido dentro del reducido grupo de especialistas en gravitación y cosmología, a convertirse, a los ojos del gran público, en el heredero de Newton y Einstein. Sobre todo de Einstein: el prototipo de hombre sabio, al que se le consulta sobre cualquier tema, y cuya opinión se escucha siempre con el mayor de los respetos.
¿Qué era lo que prometía, pues, la lectura de "Historia del tiempo"? La contraportada del libro resaltaba la autoridad académica de Hawking, así como su esfuerzo por escrutar, pese a la grave limitación de su enfermedad, «el sentido del universo: por qué es como es y por qué existe». El ensayo que entonces presentaba al público divulgaría los resultados de tales indagaciones, y explicaría «las leyes que desvelan la compleja danza geométrica creadora del mundo y de la vida».
Y en el texto de la solapa delantera del libro se proponían algunas preguntas para guiar la lectura: «¿Hubo un principio en el tiempo? ¿Habrá un final? ¿Es infinito el universo? ¿O tiene límites? [...] ¿Cuál es la naturaleza del tiempo? [...] ¿Puede ser el universo un continuum sin principio ni fronteras? Si así fuera, el universo estaría completamente autocontenido y no se vería afectado por nada que estuviese fuera de él. No sería ni creado ni destruido, simplemente sería. ¿Qué lugar queda entonces para un Creador?»
Francisco José Soler Gil
ALMUDÍ
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