A Robert Edwards le han dado el premio Nobel de Medicina ("ciencia y arte de precaver y curar las enfermedades del cuerpo humano"), pero en realidad debería ser en Veterinaria ("ciencia y arte de precaver y curar las enfermedades de los animales").
La Fecundación In Vitro (FIV), su "invento", que dio con el nacimiento de la niña Louise Brown, el 25 de julio de 1978, no fue más que la aplicación al ser humano de un tradicional procedimiento veterinario muy utilizado en la reproducción industrial estándar de conejos y vacas. También aplicado con éxito en animales como el hamster dorado, la rata, el ratón, el perro y el cobayo, si bien con notables dificultades iniciales en el ganado vacuno (más que con los humanos, dicen los expertos).
Con independencia de que el éxito de este procedimiento veterinario en las personas, 32 años después de su nacimiento, no ha logrado ir más allá del 30% de los casos, el verdadero problema está en que con este procedimiento técnico que ahora se premia, resulta que lo que nacen son "productos de la fecundación", pero no "hijos".
El Big Bang antropológico inaugurado con Edwards (...) es la idea de la "creación" de la vida en laboratorio, un material biológico más entre otros; es la separación de la procreación del sexo, una vez que el sexo ha sido separado de la procreación con la contracepción; es el cambio en el modo de representar y entender la generación, las relaciones de parentesco, el "venir al mundo".De la probetas de Edwards han salido las anticipaciones del Nuevo Mundo estilo Huxley que hoy vive tan ricamente de la compraventa de ovocitos, de úteros en alquiler, de fabricación de embriones humanos destinados a la investigación científica (quizá hibridados con embriones animales), de invención de parejas de "padres" del mismo sexo, de embriones sobrantes conservados en nitrógeno líquido y luego destruidos o seleccionados en probeta para obtener un hijo con el equipamiento genético "óptimo". Y lo llaman medicina.
También ha hablado al respecto el monseñor Ignacio Carrasco de Paula, que es presidente de la Pontificia Academia para la Vida, expresando —a título personal— su "perplejidad" por el galardón. Aunque la práctica totalidad de los periódicos hayan dicho que es el Vaticano quien habla y dice con Ignacio Carrasco. Esto publica El Mundo:
«¿Perplejidad? Mucha. Sin Edwards no existiría el mercado de los ovocitos. Sin Edwards no habría congeladores llenos de embriones a la espera de ser transferidos a un útero, o más probablemente para ser utilizados para la investigación, o bien para morir abandonados y olvidados por todos».
Y lo llaman Medicina, y lo premian con el Nobel. Pobre Medicina, pobre Nobel. Si realmente hubieran querido ser científicos coherentes, premiando a Robert Edwards deberían haber inaugurado el premio Nobel de Veterinaria aplicada, o quizá inventado el premio Huxley de "Nuevos Mundos" (distópicos, por supuesto)...
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Enlaces relacionados:
El asunto más polémico, de Gonzalo Herranz, Profesor honorario de Bioética de la Universidad de Navarra, en La Razón
SCRIPTOR / ALMUDÍ
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