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| Leire Pajín | 
     Están hartos de su ineptitud, frivolidad, sectarismo e imposturas. Bajo  tal grado de deterioro de su crédito, les ha entrado una prisa enorme por  tramitar leyes ideológicas con las que, por ejemplo, privar de acceso a  los recurso públicos a los padres y colegios que, “supuesta” la libertad  de enseñanza, optan por el modelo de enseñanza diferenciada entre  chicos y chicas o, en otro campo de gran importancia, colar una ley  reguladora de la “muerte digna” con muy sutiles y sospechosas  ambigüedades. Visto lo ocurrido con la ley del aborto patrocinada por un  personaje como la Aido ¿qué confianza se puede tener en las intenciones  reales de una ley sobre la muerte patrocinada por un personaje como la  Pajín? En vez de “ingenieras sociales” mejor nos habría ido si fueran  ingenieras industriales.
     Las escopetas las cargaba el diablo. Lo digo en pasado porque hoy en  día lo que carga son las ruedas de prensa. Quizás sea porque, con el  tiempo, Orugario, de la mano de su tío y maestro Escrutopo, ha  descubierto que la prensa te explota en la cara mejor que una escopeta.  Le pasó a Carmen Chacón en El Epílogo de Tomelloso. “Estamos en el  prólogo –dijo- de cosas maravillosas”. Orugario ha conseguido que el  prólogo del 22M fuera el epílogo de sus aspiraciones políticas. Una  maravilla, of course. Otra le ocurrió ni más ni menos que al Cardenal de  Madrid. Estando en el Foro Nueva Sociedad para presentar la próxima  venida del Papa, en agosto próximo, para presidir las jornadas mundiales  de la juventud, algún periodista le preguntó sobre la Ley Pajín y el  bueno de monseñor Rouco, sin recordar que la prensa la carga el taimado  Escrutopo, dijo aquello de “ Yo no he leído el texto, lo han hecho mis  colaboradores y no se trata de una ley de eutanasia”. El centro de la  rueda de prensa, la visita del Papa y la JMJ, pasó a segundo plano. Lo  que la prensa enfatizó fue el “positivo” comentario del Cardenal sobre  la polémica ley Pajín de la “muerte digna”. La prensa de izquierda  aplaudió. Los sectores provida más activos quedaron atónitos. 
   El  Cardenal debe ser consciente –decían- que su juicio es muy cualificado,  de manera que si no ha leído personalmente el texto puede haber sido  imprudente trasladar la opinión de sus colaboradores sin caer en cuenta  que le sería atribuida a su autoridad. Menos mal que, según añadió el  propio Cardenal, la Iglesia “trabaja en un análisis interno del texto”.  Parece razonable sugerir que, en tal supuesto, haya menos improvisación y  mas presencia de aquellos profesionales expertos y movimientos civicos  provida, no sea que en cuestiones de razon y derecho natural la ausencia  de unos y el exceso de protagonismo jerárquico pueda dar la impresión  que la postura contra la eutanasia, como en su día contra el aborto, se  sustenta sólo en argumentos de fe religiosa sólo validos para creyentes.
     El anteproyecto de “ley reguladora de los derechos de la persona ante  el proceso final de su vida” plantea una primera cuestión de oportunidad  política. La muerte es un hecho biográfico muy importante del que  ningún ciudadano quedará exento. Afecta al paciente, a su entorno  familiar, al personal facultativo, a los centros médicos públicos y  privados, y a la administración sanitaria, en especial de las  Comunidades Autónomas. La regulación de los procesos terminales requiere  un gran consenso social y político, con un protagonismo experto de los  cuerpos facultativos más experimentados y una correspondiente dotación  de equipos especializados en paliativos. De manera que la primera duda  razonable es si el Gobierno Zapatero y su ministra Pajín, en la objetiva  circunstancia de descrédito y desconfianza que padecen hoy día ante la  ciudadanía y dadas su conocidas afinidades con los sectores  proeutanasia, son los más idóneos gestores de una ley de tamaña  importancia para todos los ciudadanos. Las prisas en tramitarla aumentan  esta inconveniencia y las sospechas.
     El texto del anteproyecto define, en su art. 1, los dos objetivos  principales. Primero, la protección de la dignidad de las personas en  los procesos terminales de la vida. Segundo, el garantizar el pleno  respeto a la voluntad del paciente en la toma de decisiones sanitarias.  Nada que objetar al primer principio. Pero el segundo va a ser fuente de  muchos problemas, si se mantiene con una radicalidad de raíz ideológica  y, además, se refuerza en la praxis prevista en el art. 11, 2 c, en  relación con los arts. 15, 3 y el 17, 2. ¿Por qué? Porque la voluntad  del paciente, por muy suya y libre que sea, no garantiza que lo que  quiere sea lo mejor para él y para la lex artis, es decir, honorable y  correcto para la buena praxis médica. Una cosa es la dignidad del  paciente y otra que su voluntad sea digna. Los pacientes en procesos  terminales –cuyo pronóstico se reduce a semanas o meses- y sus entornos  familiares sufren situaciones físicas y psicológicas muy duras, intensas  y cambiantes. Convertir la voluntad del paciente –o de su representante  y familiares, si aquel estuviere incapacitado- en derecho a decidir las  intervenciones y tratamientos médicos, y no sólo los necesarios para  paliar el dolor y sufrimiento, sino incluso los que tienen como efecto  el acortar la vida o ponerla en peligro inminente (arts. 4 y 6, 1) puede  ser una vía que encubre una práctica positivamente eutanásica, sobre  todo si se tiene en cuenta que el texto de ley asegura la falta de  responsabilidad para el personal sanitario que haya actuado así  cumpliendo los deseos del paciente, su representante o sus familiares.  La experiencia enseña que no siempre que el entorno familiar o sanitario  acorta la vida de un terminal lo es en su favor, aunque esa sea la  excusa.
     En estos detalles, el anteproyecto de ley favorece que pueda  desdibujarse la diferencia entre la sedación terminal y la eutanasia, de  manera que la intención sedativa terminal de paliar los sufrimientos  sea sustituída, usando el proceso sedativo, por la de provocar la  muerte. No hay un argumento sólido para negar al personal médico y  sanitario ya no sólo la objeción de conciencia, sino la de ciencia. No  siempre los cuadros médicos estarán de acuerdo en la naturaleza terminal  y sus pronósticos, de manera que es muy razonable permitir la garantía  de la objeción de ciencia y conciencia. Su negativa tan radical no deja  de ser sospechosa de un trágala ideológico. En suma, ¿por qué en  cuestión de tanta trascendencia no se camina con menos prisas y más  mesura? Conociéndoles como les conocemos, es decir, por sus obras,  ¿usted confiaría su muerte a un entorno familiar y médico afecto a la  ideología de ZP y la Pajín?
PEDRO JUAN VILADRICH 
Catedrático de UniversidadLA GACETA

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