Quizá  no exista un síntoma más rotundo de que un gobierno se desliza por la  pendiente que conduce al totalitarismo que su pretensión de erigirse en  autoridad espiritual: La naturaleza del proyecto socialista consiste en la transformación moral radical de la sociedad.
       El anuncio de Rodríguez Zapatero  de que no se presentará a la reelección como candidato de su partido a  la presidencia del Gobierno y su desastre electoral no despejan las  dudas sobre la continuidad de su proyecto político, al menos hasta la  convocatoria de elecciones generales. Ahora de lo que se trata es de si  el PSOE persiste o no en él.
      Varias  han sido y son las interpretaciones sobre la empresa política y la  índole intelectual y moral, valga la exageración, de Zapatero. Entre  ellas, el "buenismo", el "pensamiento Alicia", la  improvisación permanente, la ausencia de proyecto, la ingenuidad  utópica. Algunas aciertan, pero solo en parte. En realidad, sea obra  suya o no, y más bien cabe conjeturar lo segundo, existe un proyecto  político muy bien definido y, en gran parte, consumado. Sus  consecuencias quizá solo en parte serán reversibles.
       La naturaleza del proyecto consiste en la transformación moral radical de la sociedad. No se trata de un ingenuo u oportunista improvisador. Está  orientado por el relativismo ético, pero acaso se trate de algo aún  peor. El relativismo es quizá el medio, pero no el fin. Este fin es más  la inversión de la jerarquía natural de los valores que su mera  disolución. Al cabo, se trata, en muchos casos, de que lo inferior ocupe  el lugar de lo superior, y lo malo el de lo bueno. Si estoy en lo  cierto, se trata de un proyecto de ingeniería social, es decir, de  conformación de la sociedad a la medida de los valores (o contravalores)  del Gobierno. Ignoro si todo su partido lo respalda, aunque lo dudo,  pero lo cierto es que los discrepantes son o escasos o silentes.
      Los  ejemplos son notorios. La crisis económica, solo en este sentido  providencial, no ha hecho sino aminorar la intensidad del desmán. La  nómina es conocida, aunque demasiadas veces se mire hacia otro lado,  como si no se quisiera ver la realidad. La nueva legislación del aborto  ha transformado un delito en un derecho de la mujer, solo limitado por  un plazo arbitrario. La nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía,  que muy probablemente contraviene el derecho de los padres a elegir la  educación religiosa y moral de sus hijos, entraña una usurpación del  Gobierno, cuya misión es garantizar el ejercicio del derecho a la  educación, pero no determinar su contenido antropológico y moral. La  regulación de la experimentación con embriones y la reproducción  asistida asesta un golpe decisivo a la dignidad de la vida. Algo más  renuente se encuentra, aparentemente, el Ejecutivo sobre la legalización  de la eutanasia. 
       Ha elegido, de momento, una vía vergonzante: la  regulación de los cuidados paliativos y la "concesión" de un  nuevo derecho: el derecho a la muerte digna. Como si hasta ahora el  encarnizamiento terapéutico fuera una exigencia legal y la práctica  médica no se preocupara de la administración de los cuidados paliativos;  como si la legislación actual nos condenara al deber de una muerte  indigna. La consideración como matrimonio de las uniones legales entre  personas del mismo sexo ha destruido la concepción tradicional del  matrimonio y la familia. La legislación sobre la "memoria histórica"  entraña una ruptura de la concordia nacional y un agravio al derecho a  la libertad de investigación y de expresión. Y ya está preparado el  proyecto de ley de no discriminación e igualdad de trato, de naturaleza  totalitaria.
      Estos  son los elementos principales de este proyecto de ingeniería social,  que persigue la modelación de la sociedad y sus costumbres a los  dictados del poder político. Un poder que, por cierto, nunca ha obtenido  la mayoría absoluta, que sí lograron González y Aznar.  Sus raíces ideológicas quizá se encuentren, si es que se encuentran en  algún lugar, en el nihilismo derivado del posestructuralismo francés. Y  su objetivo es el combate contra el cristianismo y el liberalismo (y no  cabe olvidar a este último). Todo proyecto de ingeniería social es  enemigo de la libertad. Este lo es también del cristianismo, y, más  concretamente del catolicismo. Se trata de derruir los fundamentos  católicos de la sociedad española, por más que se invoque solo la  aconfesionalidad del Estado y la libertad religiosa.
      Y, de manera solo aparentemente paradójica, se ataca a la libertad mientras se reconocen "nuevos derechos".  Por lo demás, los derechos no son creaciones ni concesiones del  Gobierno, como si se tratara de un nuevo señor feudal democrático que  dispensa derechos a sus vasallos agradecidos. Los derechos solo se  reconocen y garantizan, pero no se crean. Además, esta apoteosis de los  derechos los convierte en enemigos de la libertad. Y no es extraño. Kant  afirmó que tener un derecho es tener la capacidad de obligar a los  demás. Todo derecho entraña deberes y obligaciones para uno mismo y para  los demás. Desde el aborto al aire limpio. Si abortar, contra todo  derecho y razón, se convierte en un derecho, generará obligaciones para  el personal de la Sanidad y, en general, para toda la sociedad. Si uno  tiene derecho a no aspirar humo de tabaco ajeno, se limitará  necesariamente el derecho a fumar en espacios públicos. Y así podríamos  continuar con otras limitaciones a la libertad, unas justificadas y  muchas no, en el nombre de los derechos Los deberes se cobran así su  venganza, y el dispensador de derechos se convierte en generador de  cargas y obligaciones.
      Quizá  no exista un síntoma más rotundo de que un gobierno se desliza por la  pendiente que conduce al totalitarismo que su pretensión de erigirse en  autoridad espiritual. Y esto se manifiesta en su designio de que las  leyes por él aprobadas, no por cierto las aprobadas por la oposición  cuando estaba en el poder, constituyen la única y verdadera moral  exigible a todos. Todo gobernante autoritario pretende que su Derecho se  convierta en moral. No quiere rivales. El poder temporal pretende  suplantar hoy al poder espiritual. Y esto solo es posible cuando el  poder espiritual está vacante.
      Ortega y Gasset afirmó en La rebelión de las masas  que Europa se había quedado sin moral. Parece que seguimos así, pues,  si la hubiera, no podría fabricarla a su antojo el Gobierno. Al final  del segundo volumen de La democracia en América, afirmó Tocqueville  que las naciones democráticas de sus (nuestros) días no podían evitar  la igualdad de condiciones en su seno, pero que de ellas dependía que la  igualdad condujera a la libertad, la civilización y la prosperidad, o  al despotismo, la barbarie y la miseria. De nosotros, me refiero a los  españoles, depende, pero mucho me temo que hayamos emprendido el camino  equivocado. Pero el futuro no está determinado, y podemos cambiar el  rumbo. Mas conviene advertir que no se trata solo de un cambio de  Gobierno, con ser este necesario y urgente, sino de algo mucho más  profundo y difícil: la restauración de la moral. Por eso, el único modo  de combatir el proyecto de ingeniería social consiste en emprender otro  proyecto alternativo de regeneración intelectual y moral. La política,  imprescindible, vendrá después y de suyo. Están en juego la libertad, la  civilización y la prosperidad.
Ignacio Sánchez Cámara es Catedrático de Filosofía del Derecho
ABC / ALMUDÍ
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