La
escuela, la universidad, la familia... deben educar en una incansable
ilusión por conocer la verdad más profunda de las cosas, en una
preocupación constante por no reducir la enseñanza a una mera
comunicación de contenidos
La grandiosa basílica del monasterio de El Escorial fue testigo de un interesante discurso que Benedicto XVI
dirigió con ocasión de la JMJ de Madrid 2011 a un nutrido grupo de
profesores universitarios. El Papa habló de la misión del profesor, una
misión que, a veces, con una visión demasiado utilitarista de la
educación, se tiende a reducir a un mero formar profesionales
competentes y eficaces que satisfagan la demanda laboral en cada preciso
momento, como si lo más importante fuera la simple capacitación
técnica. Sin embargo, sabemos bien que, cuando la sola utilidad y el
pragmatismo inmediato se erigen como criterio principal en la educación,
el resultado deja mucho que desear y las pérdidas pueden ser
dramáticas.
La
educación debe buscar la verdad propia de la persona humana, de su
humanidad, y por eso las Humanidades son tan importantes, tan
necesarias. El educador debe enseñar a buscar esa verdad sobre el
destino y la misión del hombre. Los jóvenes necesitan maestros que sean
auténticos, personas convencidas de la capacidad humana de avanzar en el
camino hacia la verdad en las diferentes ramas del saber, siguiendo el
sabio consejo de Platón: «Busca la verdad mientras eres joven, pues si no lo haces después se te escapará de entre las manos».
Esa
aspiración debe hacerse presente personal y vitalmente en las aulas,
que no deben quedarse simplemente en unas enseñanzas técnicas o
instrumentales. Las enseñanzas técnicas o instrumentales deben estar
presentes, y al máximo nivel, con el máximo rigor, pero sin perder de
vista que la escuela, la universidad, la familia... deben educar en una
incansable ilusión por conocer la verdad más profunda de las cosas, en
una preocupación constante por no reducir la enseñanza a una mera
comunicación de contenidos.
La
verdad misma siempre va a estar más allá de nuestro alcance. Podemos
buscarla y acercarnos a ella, pero no podemos poseerla del todo: más
bien, es ella la que nos posee a nosotros y la que nos motiva. Las
Humanidades deben estar presentes en la educación de toda persona, a lo
largo de toda su vida, en un ejercicio intelectual presidido por la
humildad, pues el orgullo y la vanidad cierran el acceso a la verdad.
Por eso, el educador debe tener también la humildad de no atraer hacia
sí mismo, sino hacia la verdad más profunda de las cosas. Debe ayudar a
cada uno a descubrir su propio camino, a usar sus propios recursos, a
enseñar a su vez a otros que ese encuentro es fundamental para la vida
de cualquier persona.
Alfonso Aguiló. Director del Colegio Tajamar
Alfa y Omega / Almudí
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