El Papa Francisco propuso a los jóvenes ir contracorriente en una “revolución copernicana, que nos quita del centro a nosotros y pone en él a Dios”
Además de futbolística, Brasil es una superpotencia musical, y la fiesta de bienvenida de la Jornada Mundial de la Juventud fue cuidadosamente preparada para estar a la altura. La llegada del Papa en helicóptero al Fuerte de Copacabana, en el extremo norte de la playa, fue el disparo de salida de un espectáculo de música y teatro en el que 150 jóvenes artistas presentaron la vida cotidiana de la “Ciudad Maravillosa”, como les encanta llamar a Río.
El cielo grisáceo, la llovizna y el frío −absolutamente fuera de lo normal− no pudieron apagar el entusiasmo de cientos de miles de jóvenes en pie a lo largo del paseo marítimo y la famosa playa con forma de media luna, protegida anoche por nada menos que cinco patrulleras y fragatas de la Marina brasileña, curiosas por asomarse a la fiesta.
Casi nadie sabe que el nombre proviene de una modesta capilla de la Virgen de Copacabana, muy venerada en Sudamérica, especialmente en su santuario de Bolivia. Lo recordó el arzobispo de Río de Janeiro, Orani Tempesta, en sus breves palabras de saludo.
La bienvenida al Papa corrió a cargo de cinco jóvenes de los cinco continentes, en medio del delirio general y del flamear de banderas de 180 países. El escenario era impresionante, con una gigantesca pantalla que permitía ver muy bien la expresión de los rostros en los primeros planos. A lo largo de buena parte de los cuatro kilómetros de playa, muchas pantallas distribuidas regularmente permitían que todo el mundo disfrutase como si estuviese al lado del palco.
Recuerdo a Juan Pablo II
El discurso del Papa estaba pensado para impactar a cada uno desde la primera frase: «Veo en vosotros la belleza del rostro joven de Cristo, ¡y mi corazón se llena de alegría!». Esta JMJ es la segunda que se celebra en América Latina. La primera fue en Buenos Aires en 1987, y el Papa les recordó unas palabras de Juan Pablo II en aquella ocasión: «¡Tengo mucha esperanza en vosotros!».
Como tantas veces, el Papa citó a su predecesor, Benedicto XVI, quien convocó este encuentro hace dos años en el aeródromo de Cuatro Vientos, precisamente al concluir la inolvidable JMJ de Madrid: «¡Se lo agradecemos de todo corazón!», pues nos permite «estar hoy aquí juntos, unidos para compartir la fe y la alegría del encuentro con Cristo, de ser sus discípulos».
El Papa Francisco es muy directo, y fue enseguida al grano: «Viendo este mar, esta playa y a todos vosotros, me viene a la mente el momento en que Jesús llamó a sus primeros discípulos a orillas del lago de Tiberíades. Hoy Jesús nos sigue preguntando ¿Quieres ser mi discípulo? ¿Quieres ser mi amigo? ¿Quieres ser testigo del Evangelio?».
El Santo Padre saludó a los jóvenes del mundo entero, «en particular a aquellos que no han podido venir a Río de Janeiro, pero que nos siguen por medio de la radio, la televisión e Internet. A todos digo: ¡Bienvenidos a esta gran fiesta de la fe!». Sin pretenderlo, Francisco es un personaje“superstar”, y la fiesta de anoche fue retransmitida en directo en muchos países de América Latina, con una audiencia de cientos de millones en la pequeña pantalla, y muchos más a través de Internet.
Su sonrisa y sus palabras desbordaban cariño: «Tened la certeza de que mi corazón de Pastor os abraza a todos con afecto universal. ¡El Cristo Redentor, desde la cima del Corcovado, os acoge en esta bellísima ciudad de Río!». El programa, al margen de la música y de la coreografía sobre la vida carioca, era una liturgia de la palabra, que incluyó la lectura de un pasaje del Evangelio de San Lucas: el poderoso relato de la transfiguración de Jesús.
En su discurso final, el Papa invitó a los jóvenes a no dejarse cegar por los ídolos: «El poseer, el dinero y el poder pueden ofrecer un momento de embriaguez, la ilusión de ser felices. Pero al final nos dominan y nos llevan a querer siempre más y a estar insatisfechos». Les propuso ir contracorriente en una «revolución copernicana, que nos quita del centro a nosotros y pone en él a Dios».
Juan Vicente Boo
almudi
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