El retener para sí lo superfluo es, entonces, una opción grave: optar por la primacía de las cosas sobrantes, en demérito de las personas que las necesitan. Podríamos concluir que lo superfluo de unos resulta perjudicial o nocivo a aquellos que carecen de lo que a otros, sus vecinos, sus coetáneos, les está sobrando. Pero la conclusión se quedaría a medias. Porque quien retiene para sí lo superfluo no perjudica sólo a quien carece de lo necesario; se perjudica sobre todo a sí mismo, ya que impide el ejercicio de la solidaridad, que es la virtud más profundamente humana: el ser insolidario resulta nocivo, ya que lejos de abrir el horizonte del hombre, lo encierra en sí mismo y lo empequeñece. Tal vez sea éste el sentido que Juan Pablo II haya querido darle en Durango a la "riqueza generadora de pobreza"; pobreza material en los demás, pero también pobreza espiritual en mí mismo, en tanto que hombre.
Vicente Huerta
Ser Persona
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