El Papa aboga por la «convivencia pacífica» entre confesiones y «la presencia del factor religioso en la sociedad»
La flor y nata de la cultura, la economía, la política, la diplomacia y la sociedad civil de Brasil escuchó ayer dos lecciones en el Teatro Municipal de Río de Janeiro. Esperaban sólo la del Papa, pero encontraron también la de un joven de 28 años, toxicómano rehabilitado y ahora profesor de historia, quien le recibió en nombre de todos.
Francisco, junto a un grupo de niñas, ayer, en el Teatro Muncipal de Río
En mangas de camisa, Walmyr Junior manifestó que «siendo vecino de la favela de Marcilio Dias y huérfano de padres, tenía muchas posibilidades de haber sido víctima de la violencia». Cayó en las drogas, pero empezó a rehabilitarse cuando la parroquia le «invitó a ser voluntario en la comunidad». «Desde entonces decidí reescribir mi historia…», dijo. El Papa y todos seguían sus palabras pendientes de un hilo. Francisco sonreía, contento y emocionado. Al final, ambos se fundieron en un fortísimo abrazo.
Gracias a una bolsa de estudios, Walmyr Junior logró terminar los estudios en la Pontificia Universidad Católica de Río y ahora se dedica a ayudar a otros. «Yo siempre quise cambiar mi vida cambiando la de otras personas. Esta es mi tarea: ser útil, amando y siendo amado», explicó. Cuando terminó, los empresarios, políticos, escritores, pastores evangélicos, rabinos e imanes le otorgaron una ovación en pie.
El Papa pidió permiso para hablar en español «para poder expresar mejor lo que llevo en el corazón». Se lo dieron con un aplauso y emprendió un discurso muy claro: «El futuro nos exige una visión humanista de la economía y una política, que logre cada vez más y mejor la participación de las personas, evite el elitismo y erradique la pobreza».
«Diálogo, diálogo, diálogo»
Ese mensaje, a la vez religioso y social, viene de muy atrás en la historia, y el Papa citó una denuncia del profeta Amós: «Venden al justo por dinero, al pobre por un par de sandalias, oprimen contra el polvo la cabeza de los míseros y tuercen el camino de los indigentes». Los líderes sociales deben «poner la propia actividad ante los demás y ante el juicios de Dios. Este desafío ético aparece hoy como un desafío histórico sin precedentes».
Sin mencionar específicamente las protestas callejeras de las últimas semanas, el Papa exhortó a todos al «diálogo constructivo, pues entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta siempre hay una opción posible: el diálogo». En lo político y lo religioso, pues «la convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad el Estado que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad, favoreciendo sus expresiones concretas».
El Papa reveló: «Cuando los líderes me piden un consejo, mi respuesta es siempre la misma: diálogo, diálogo, diálogo. Hoy, o se apuesta por la cultura del encuentro, o todos perdemos». La despedida, al ritmo de música pegadiza, fue apoteósica. El Papa abrazó a varios indígenas e incluso aceptó que el jefe tribal le impusiese su gorro de plumas.
Saludó y acarició a un niña Down, que le entregó un regalo. Estrechó la mano de empresarios, artistas y escritores. Bendijo sonriente a un niño en el seno de una joven madre en los últimos meses de su embarazo… El público se rompía las manos aplaudiendo. Era una fiesta de familia, una explosión de humanidad.
Después de meses sin emplear apenas su lengua materna, ya que desde que fue elegido Papa casi siempre ha hablado en italiano, Francisco está recurriendo al español con frecuencia en su visita a Brasil, un país de habla portuguesa. Ayer pidió permiso para hablar en su idioma «para poder expresar mejor lo que llevo en el corazón».
abc
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