miércoles, 24 de julio de 2013

Ternura

   En los momentos actuales hemos de construir sobre fundamentos sólidos −y solidarios− y hemos de reconocer el papel insustituible de la madre en la buena organización de la sociedad

      Cuenta Rof Carballo en ‘Violencia y ternura’ cómo el hombre es un ser de ternura, entendida ésta no solo como un instinto básico, propio de los primates, sino como algo que se va adquiriendo durante los primeros meses de vida; y que él denomina la «urdimbre constitutiva» de la personalidad: el cerebro del infante se va desarrollando y estableciendo conexiones neuronales hasta alcanzar, a los tres años de edad, una red de mil trillones de sinapsis que se producen entre los más de cien mil millones de neuronas de que disponemos.


      Es en esa época, como muestra la ciencia experimental, en contacto con la madre, a través del tacto y de la ternura, como el bebé va tomando conciencia de su propio yo. Lo primero por lo que se interesa no es por la realidad de su entorno, de los objetos, sino por el contacto maternal: la aureola del cariño es lo que atrae poderosamente su atención y le lleva a interactuar con las personas.

      La madre inicia esta urdimbre primigenia que nos abre el acceso al mundo desconocido de los objetos y la Naturaleza. Es la auténtica mediadora de la realidad. Y contribuirá de forma considerable en la capacidad para captar la realidad y su posición en el mundo: el sentido del sufrimiento y la frustración, la alegría y la capacidad de experimentar al otro, el optimismo vital o la tristeza, etcétera. Tener hijos que se desarrollen de un modo sano es construir una sociedad sana.

      Ahora que el papel de la mujer trabajadora está en alza y se mira con recelo la maternidad −la natalidad en España ha bajado por cuarto año consecutivo, según el INE y del que daba puntual información Levante-Emv− influido también por la crisis económica, se deben habilitar modelos y modos que hagan posible la conciliación laboral con la vida familiar, especialmente cuando los hijos son pequeños. No podemos ahondar en un modelo de sociedad competitiva, agresiva, en donde se destierra la ternura que todos necesitamos en nuestros primeros estadios de vida. Ciertamente la maternidad es una carga, pero al menos tiene una fuerte recompensa de felicidad indescriptible, pues en el momento en que nace un bebé, nace también la madre.

      En los momentos actuales hemos de construir sobre fundamentos sólidos −y solidarios− y hemos de reconocer el papel insustituible de la madre en la buena organización de la sociedad. Es la primera responsabilidad social corporativa que afecta a todos. La madre que desea una buena crianza de la prole ha de recortar en su desarrollo profesional y postergarlo; y ese sacrificio personal ha de ser reconocido socialmente. Hay que arbitrar que realmente sean las personas y no los mercados las que implementen la sociedad. «El mundo no es algo para ser dominado, sino para ser efusivamente comprendido» (Rof Carballo).

Pedro López

El Levante EMV / almudí

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