Interesante artículo del Dr: Nubiola: Para muchos hoy en día una
persona sería tanto más libre cuantas más posibilidades tenga de escoger
entre los múltiples productos que el mercado ofrece, y sabemos por
experiencia propia y ajena que nuestras elecciones pueden ensanchar
nuestra libertad, pero muchas veces pueden también esclavizarnos
En las pasadas semanas de trabajo en Harvard he leído como descanso la extensa novela ‘El último puritano’ de George Santayana,
el filósofo pragmatista nacido en Madrid y criado en Ávila, pero
educado en Boston, que fue profesor de Harvard entre 1888 y 1911. La
lectura de esta novela −que tuvo gran éxito cuando se publicó en 1935−
me ha ayudado a familiarizarme con la mentalidad de Nueva Inglaterra tan
distinta en muchos aspectos de la de España.
Para Santayana −como para los
antiguos griegos− la filosofía es una disciplina de la mente y del
corazón, algo así como una religión laica. Hace años me impactó mucho
una frase lapidaria suya: Moral freedom is freedom from others, spiritual freedom is freedom from oneself; es decir, la «libertad moral es libertad respecto de los demás, la libertad espiritual es libertad respecto de uno mismo».
La libertad exterior es independencia de los demás; la interior,
independencia respecto de uno mismo, de la propia memoria y de la
veleidosa imaginación. ¡Cuántas personas hay que creen ser libres y son
arrastradas por sus pasiones, sus malas experiencias o sus miedos!
En estos días caía de nuevo en la cuenta de la luminosa distinción de san Agustín entre liberum arbitrium, capacidad de escoger, y libertas,
señorío sobre uno mismo. Es una distinción que se ha difuminado por
completo en la cultura contemporánea que tiende a reducir la libertad
simplemente al incremento de opciones. Para muchos hoy en día una
persona sería tanto más libre cuantas más posibilidades tenga de escoger
entre los múltiples productos que el mercado ofrece.
Sabemos por experiencia propia y
ajena que nuestras elecciones pueden ensanchar nuestra libertad, pero
muchas veces pueden también esclavizarnos. Elegir puede ayudarnos a
crecer en dominio sobre nosotros mismos, pero también puede incrementar
nuestra dependencia. Con enorme facilidad, los seres humanos podemos
llegar a convertirnos en adictos, −esto es, en esclavos− de la
diversión, el sexo, la comida, el dinero o el poder. Hay algo misterioso
en esta tendencia humana a renunciar a nuestra libertad personal a
cambio de la posesión de cosas o personas.
Del sabio profesor José Luis González-Simancas aprendí hace años que un buen asesor ha de favorecer siempre la independencia de las personas a las que asesora. Todo mi empeño en las conversaciones con quienes me piden consejo tiene siempre como fin su libertas, su empowerment
que dicen los americanos, el ensanchamiento de su vitalidad interior
para que ganen en protagonismo de su propia vida. Esto puede lograrse
probablemente de diversas maneras. Casi siempre recomiendo el
crecimiento en hondura personal que se logra a través de la reflexión
sobre las cosas que a cada uno le pasan, acompañada de su expresión por
escrito: «Pensar lo que uno vive; decir lo que uno piensa; vivir lo que uno dice», suelo repetir como lema.
Un mentor ayuda a crecer si
favorece la independencia; por el contrario, si sobreprotege a la
persona que pide su apoyo, la capitidisminuye, la infantiliza y hace
imposible su desarrollo. En su reciente libro Lean In Sheryl Sandberg cuenta que la famosa entrevistadora norteamericana Oprah Winfrey dice sentirse un tanto incómoda cuando alguien le pide que sea su mentora: «Yo soy mentora −explica Oprah− cuando veo a alguien y le digo: “Quiero verte crecer”».
Esa es precisamente la función del mentor: acompañar en el crecimiento
interior y exterior, en el área profesional y a veces también en el
ámbito más personal.
A través del diálogo, la reflexión
y la escritura personal el mentor puede ayudarles a que crezcan en
libertad exterior e interior, en independencia de los demás y de sí
mismos. Esto les ayudará a no estar pendientes constantemente de lo que
hagan o digan de ellos los demás −aunque sean aquellas personas que les
quieren y a quienes quieren−, ni a depender de su estado de ánimo. De
esta forma su voluntad podrá llevar siempre las riendas de su vida.
Pararse a pensar, dedicar algún
tiempo de manera habitual a poner por escrito lo pensado, e incluso leer
algunos de esos textos con una persona de nuestra confianza −eso es un
mentor− puede ayudar mucho a crecer en libertad.
Jaime Nubiola
filosofiaparaelsigloxxi.wordpress.com / almudi
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