martes, 2 de julio de 2013

La paciencia de Dios y nuestra impaciencia

   
Dios se toma su tiempo, tiene un ritmo para cada alma, despliega una paciencia infinita más que la mejor de las madres

      Me ha llamado la atención unas palabras del Papa Francisco en Santa Marta. «Cuando el Señor viene −observó el Papa− no siempre lo hace de la misma forma. No existe un protocolo de acción de Dios en nuestra vida», «no existe». Y añadió el Papa, «lo hace una vez de una forma, otra vez de otra» pero lo hace siempre. «Siempre −recalcó− existe este encuentro entre nosotros y el Señor».

      Dios no tiene un protocolo fijo para interpelarnos. No hay dos itinerarios iguales en la experiencia religiosa de las personas. Basta leer las confesiones de los Santos sobre su propia vida o los relatos de conocidos conversos para entender que no hay dos caminos exactamente iguales, aunque siempre han discurrido dentro el sendero de Jesucristo, quien dijo de Sí: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».


      El Señor camina siempre a nuestro lado y permite entrever su presencia cuando quiere. Quizá no advirtamos de continuo esa presencia suya, siempre paternal y providente. Nos acompaña de un modo silencioso y atento, sin llamar de un modo especial nuestra atención. Pero, de vez en cuando, porque lo necesitamos, se hace notar de un modo más o menos descarado. Son momentos o circunstancias en nuestra vida en los que hemos de reaccionar aceptando su voluntad o determinándonos a emprender una tarea que nos sugiere Él mismo.

      Esos momentos críticos, bien resueltos, dibujan el perfil de una vida cristiana cumplida, realizada, integrada en los planes de Dios. De ahí nacen el bautismo, la decisión de prepararse para el sacerdocio, o para el matrimonio, o para la vida consagrada o para seguir a Cristo de un modo más determinado. También de esos encuentros con Dios puede surgir la aceptación de una enfermedad, o el encaje en una situación nueva no prevista como puede ser la muerte de alguien muy cercano, el desamor de un hijo o una pérdida de fortuna. En esos momentos, que se dan de mil maneras distintas en la vida de toda persona, el Dios que nos ama nos invita a una nueva conversión, a una nueva purificación, a un ascenso en la vida interior; el Señor que nos busca nos anima a nuevos impulsos en la tarea de ayudar a los demás.

      Todas estas consideraciones me las han provocado las palabras del Papa Francisco en su homilía del pasado 28 de junio en Santa Marta.

      El Obispo de Roma comentó los encuentros de Dios con Abraham, con Sara, con el Buen Ladrón, con los discípulos de Emaús. Nos ayudó a ver cómo Dios se toma su tiempo, tiene un ritmo para cada alma, despliega una paciencia infinita más que la mejor de las madres. También nosotros hemos de tener paciencia y perseverar a pesar de las dificultades o de la oscuridad.

      «El Señor toma su tiempo. Pero también Él, en esta relación con nosotros, tiene tanta paciencia. No sólo nosotros debemos tener paciencia: ¡Él la tiene! ¡Él nos espera! Y nos espera ¡hasta el final de la vida! Pensemos en el buen ladrón, precisamente al final, reconoció a Dios. El Señor camina con nosotros, pero tantas veces no se deja ver, como en el caso de los discípulos de Emaús. El Señor está comprometido en nuestra vida −¡esto es seguro!− pero tantas veces no lo vemos. Esto nos pide paciencia. Pero el Señor que camina con nosotros, Él también tiene tanta paciencia con nosotros».

      Pienso en muchas crisis matrimoniales que se hubieran resuelto felizmente con un poco de más paciencia y con más confianza en Dios. Han sido crisis mal resueltas por ceder a la tentación de soluciones fáciles, pero engañosas. El ejemplo de Jesús en la Cruz es impresionante y ejemplar. Veamos cómo lo explica el Papa.

      Algunas veces en la vida, constató Francisco, «las cosas se vuelven tan oscuras, hay tanta oscuridad, que tenemos ganas −si estamos en dificultad− de bajar de la Cruz». Y añadió, «es el momento preciso: cuando la noche es más oscura, cuando la aurora está cerca. Y siempre cuando nos bajamos de la Cruz, lo hacemos cinco minutos antes que llegue la liberación, en el momento de la impaciencia más grande»«Jesús, sobre la Cruz, escuchaba que lo desafiaban: “¡Baja!, ¡Baja! ¡Ven!”. Paciencia hasta el final, porque Él tiene paciencia con nosotros. Él entra siempre, Él está comprometido con nosotros, pero lo hace a su manera y cuando Él piensa que es mejor. Sólo nos dice aquello que dijo a Abraham: “Camina en mi presencia y sé perfecto”, sé irreprensible, es la palabra justa. Camina en mi presencia y trata de ser irreprensible. Éste es el camino con el Señor y Él interviene, pero debemos esperar, esperar el momento, caminando siempre en su presencia y tratando de ser irreprensibles».

      Pidamos esta gracia al Señor: caminar siempre en su presencia, tratando de ser irreprensibles.

Jorge Salinas

almudi

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