En el paseo marítimo de Copacabana, Río de Janeiro, un millón y medio de personas ha acogido al Papa Francisco. Y ha sonado una canción de Pará, región del norte: "Yo soy de allí..." En Belém de Pará hay una procesión en la que multitudes acompañan a la Virgen, unidas a una gruesa soga que representa sus afanes, sus alegrías y sus penas. Todos se sienten bien unidos entre sí porque van unidos a Ella.
Bella imagen de la catolicidad.
"Yo soy de allí, donde un solo día vale la vida que viví". Cualquier cristiano ha podido decir eso, y más estos días, unido a la "fiesta" de Brasil. Como puede y debe decirlo, unido por la Cruz a los que pasan por tiempos oscuros (también estos días a raíz del accidente ferroviario en Santiago de Compostela).
Ahí el Papa Francisco ha meditado sobre el significado de la cruz que acompaña las Jornadas Mundiales de la Juventud, según el deseo de Juan Pablo II en 1984:"Llévenla por el mundo como signo del amor de Jesús a la humanidad, y anuncien a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención".
En la tarde del viernes, 26 de abril, ha dicho el Francisco: "Nadie puede tocar la Cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y sin llevar consigo algo de la cruz de Jesús a la propia vida". Y ha desarrollado su meditación con tres preguntas: "¿Qué han dejado ustedes en la Cruz, queridos jóvenes de Brasil, en estos dos años en los que ha recorrido su inmenso país? Y ¿qué ha dejado la Cruz en cada uno de ustedes? Y, finalmente, ¿qué nos enseña para nuestra vida esta Cruz?"
1. En primer lugar la pregunta por lo que cada uno hemos de dejar en la cruz. Según la antigua tradición de la Iglesia de Roma, el apóstol Pedro salía escapando de Nerón, y se encontró a Jesús que venía en dirección contraria. Y le preguntó: "Señor, ¿adónde vas?". Jesús le respondió: "Voy a Roma para ser crucificado de nuevo". En aquel momento –dice el ahora Sucesor de Pedro– "Pedro comprendió que tenía que seguir al Señor con valentía, hasta el final, pero entendió sobre todo que nunca estaba solo en el camino; con él estaba siempre aquel Jesús que lo había amado hasta morir".
Pues bien, señala el Papa Francisco: "Jesús con su Cruz recorre nuestras calles y carga nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los más profundos. Con la Cruz, Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia, que ya no pueden gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos; con la Cruz, Jesús se une a las familias que se encuentran en dificultad, y que lloran la trágica pérdida de sus hijos", y lo dice el Papa recordando algunos sucesos recientes.
Continúa el Papa: "Con la Cruz Jesús se une a todas las personas que sufren hambre, en un mundo que, por otro lado, se permite el lujo de tirar cada día toneladas de alimentos. Con la cruz, Jesús está junto a tantas madres y padres que sufren al ver a sus hijos víctimas de paraísos artificiales, como la droga. Con la Cruz, Jesús se une a quien es perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; en la Cruz, Jesús está junto a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven el egoísmo y corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio. Cuánto hacen sufrir a Jesús nuestras incoherencias".
Cabe detenernos un momento, recordando que Jesús en la Cruz lleva, y repara, todos los pecados de todos los tiempos. Pero también lleva, como está subrayando el Papa Francisco, todos los sufrimientos. "En la Cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado del hombre, también el nuestro, y Él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevás vos solo. Yo la llevo contigo y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza, a darte vida (cf. Jn 3,16)".
2. La segunda pregunta era: "¿Qué ha dejado la Cruz en los que la han visto y en los que la han tocado? ¿Qué deja en cada uno de nosotros?"
Así lo dice el Papa Francisco: "Miren, deja un bien que nadie más nos puede dar: la certeza del amor fiel de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos. En la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, está su inmensa misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer".
Exhorta sobre todo a los jóvenes a fiarse de Jesús, a confiar en Él (cf. encíclica Lumen fidei, 16). Los argumentos son los hechos del amor del Señor, por cada uno y por todos: "Porque Él nunca defrauda a nadie. Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos la salvación y redención. Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de ser un instrumento de odio, y de derrota, y de muerte, en un signo de amor, de victoria, de triunfo y de vida".
Evoca Francisco cómo el primer nombre de Brasil fue precisamente "Terra de Santa Cruz" (pues era una fiesta de la Cruz cuando llegaron los misioneros y la plantaron no solo en la playa hace más de cinco siglos, dice el Papa, sino también en la historia, en el corazón y en la vida del pueblo brasileño, y en muchos otros pueblos. "A Cristo que sufre lo sentimos cercano, uno de nosotros que comparte nuestro camino hasta el final. No hay en nuestra vida cruz, pequeña o grande que sea, que el Señor no comparta con nosotros".
3. En tercer lugar, ¿qué nos enseña para nuestra vida la cruz?
"La Cruz –observa el Papa Francisco– invita también a dejarnos contagiar por este amor, nos enseña así a mirar siempre al otro con misericordia y amor, sobre todo a quien sufre, a quien tiene necesidad de ayuda, a quien espera una palabra, un gesto. La Cruz nos invita a salir de nosotros mismos para ir al encuentro de ellos y tenderles la mano"
Y concluye invitando a situarse con realismo en el camino del Calvario, para preguntarnos cómo queremos ser: "¿Querés ser como Pilato, que no tiene la valentía de ir a contracorriente, para salvar la vida de Jesús, y se lava las manos? Decidme: Vos, sos de los que se lavan las manos, se hacen los distraídos y miran para otro lado, o sos como el Cireneo, que ayuda a Jesús a llevar aquel madero pesado, como María y las otras mujeres, que no tienen miedo de acompañar a Jesús hasta el final, con amor, con ternura".
¿Cuál de ellos queremos ser? No es, ciertamente, una pregunta retórica sino una pregunta decisiva: ¿Como Pilato, como el Cireneo, como María? Especialmente para los jóvenes que están en un tiempo de decidir lo que quiere ser su vida: "Jesús te está mirando ahora y te dice: ¿me querés ayudar a llevar la Cruz?".
No es –bien lo sabemos– una invitación a la tristeza, al sufrimiento por sí mismo o al fracaso; porque al lado de la Cruz, tocando la Cruz, llevando ahí nuestra vida, junto con los demás que también la llevan, "encontraremos un Corazón abierto que nos comprende, nos perdona, nos ama y nos pide llevar este mismo amor a nuestra vida, amar a cada hermano o hermana nuestra con ese mismo amor".
Dejar en la cruz (mediante el sacramento de la Confesión, mediante la oración, mediante el cumplimiento de nuestros deberes), los problemas, los miedos, los sufrimientos y los pecados. Recibir de ella el amor de Jesús, su misericordia, y con ello la fuerza y la esperanza. Aprender de ella el amor y la misericordia hacia los demás. En la Cruz está la victoria de la fe que es la victoria del amor.
Ramiro Pellitero, Universidad de Navarra
iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com / almudi
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