miércoles, 10 de julio de 2013

El nuevo ateísmo: exposición y análisis

 
   Os presento un buen estudio de Francisco Conesa procedente de la revista Scripta Theologica.
    El «nuevo ateísmo» ha irrumpido con fuerza desde el inicio de siglo. Después de examinar sus principales rasgos distintivos y el contexto en que ha surgido, se presentan las principales obras y autores que lo sostienen. Seguidamente, se analizan de una manera crítica sus argumentos incidiendo en su finalidad política, que consiste en promover un laicismo excluyente. 
   Finalmente, se presentan los principales desafíos que supone para el creyente. En el mundo que surge después del 11-S, debemos encontrar un espacio común en el que las personas no religiosas y las religiosas puedan colaborar
Tabla de contenido
1. El retorno del ateísmo    a) Algunos rasgos distintivos del nuevo ateísmo        — Un ateísmo débil y postmoderno        — El ateísmo como fenómeno mediático        — Un ateísmo polémico frente a las religiones        — El ateísmo como movimiento social    b) El contexto social del nuevo ateísmo


2. Los principales representantes del «nuevo ateísmo»    a) El «nuevo ateísmo» cientificista    b) La tendencia ilustrada
3. Análisis de los principales argumentos del neoateísmo    a) La religión es una estupidez peligrosa: oposición entre fe y ciencia        — La ciencia desmiente la fe        — El buen creyente odia la razón    b) La religión es fuente de violencia. Criminalización de la religión        — Identificación de la religión con los fanatismos        — La fe como fuente de violencia. Los crímenes de las religiones        — El Dios bíblico como fuente de violencia    c) La religión es inmoral        — La moralidad no exige creer en Dios        — La repugnante moral de las religiones        — La Biblia no puede ser fuente de moralidad        — Explicación biológica de la moralidad    d) Explicación naturalista del origen de la religión        — El origen patológico de la religión        — Explicación «científica» de la religión    e) Intento de refutar la «hipótesis Dios» desde la ciencia        — Dios como objeto de la ciencia        — Dios como una «hipótesis»    f) Examen de los argumentos sobre la existencia de Dios        — Los argumentos a favor la existencia de Dios        — La naturaleza de Dios        — El problema del mal    g) Negación de una revelación divina        — Argumento de la pluralidad de religiones        — Negación del carácter revelado de los libros sagrados        — Duda sobre la historicidad de Jesús    h) La finalidad intramundana del hombre    i) Consecuencia práctica: promover un laicismo excluyente        — Elogio del ateísmo        — Contra la tolerancia de las religiones        — Ateísmo en la vida pública
4. Los principales desafíos del nuevo ateísmo    a) Diálogo sobre los valores que construyen la sociedad    b) El problema epistemológico    c) Acrecentar el diálogo entre fe y ciencia    d) Dar razón de la fe    e) Atención a los fundamentalismos religiosos    f) Purificar la imagen de Dios    g) Reivindicar el diálogo desde la humildad y el respeto    h) La permanente atracción de Dios
Bibliografía
1. El retorno del ateísmo
      Estamos descubriendo en los últimos años el retorno de propuestas ateas, que se presentan en el panorama cultural —especialmente occidental— con gran fuerza y cierto éxito. Resulta sorprenden-te la difusión de estas ideas porque, en unos tiempos dominados por la «razón débil», parecía que la negación explícita de la existencia de Dios había quedado en manos de un pequeño reducto de pensadores, mientras que el ambiente social estaba dominado por la creciente indiferencia religiosa. A ello se suma el colapso del bloque soviético, que supuso el fin del ateísmo oficial, originando la impresión de que la propaganda atea había acabado. Sin embargo, con el comienzo de siglo vemos aparecer en todas las lenguas numerosos libros que proponen el ateísmo. Se puede, por ello, hablar de un «retorno del ateísmo», en el sentido de que el ateísmo se presenta en nuestros días con ímpetu renovado, pero también porque vuelven a presentarse las antiguas ideas y argumentos contra Dios, muchos de ellos elaborados en la época de la Ilustración.
      Se ha acuñado en ámbitos periodísticos el término «nuevo ateísmo»[1] para describir este conjunto de escritos que pretenden convencer de la verdad del ateísmo al mismo tiempo que sostienen que la religión carece de sentido y es perjudicial para las personas. El término suele designar especialmente la propuesta de increencia desarrollada por algunos autores ingleses y norteamericanos, entre los que destacan Richard Dawkins, Sam Harris, Daniel Dennett y Christopher Hitchens. Junto a este ateísmo elaborado en el ámbito anglosajón, en la filosofía continental europea la propuesta atea ha sido actualizada por André Comte-Sponville y Michel Onfray[2].
    a) Algunos rasgos distintivos del nuevo ateísmo
      Para comenzar nuestro acercamiento, podemos señalar algunos rasgos distintivos del ateísmo con-temporáneo, con el fin de comprender en qué sentido se puede decir que es «nuevo»:
      — Un ateísmo débil y postmoderno
      Aunque el nuevo ateísmo se presenta como un ateísmo «en nombre de la ciencia», sin embargo, todos los críticos coinciden en que sus argumentaciones no están cuidadas ni bien construidas, de manera que, en el terreno de las ideas, suele ser fácil refutarlas. Ahora bien, sus escritos logran transmitir unas actitudes ante la vida y, sobre todo, unos sentimientos frente a las religiones. En este sentido, el nuevo ateísmo es un fenómeno típico de la postmodernidad, en tanto que se apoya no tanto en la razón cuanto en los sentimientos y emociones, a pesar de su rechazo del relativismo.
      El teólogo americano J. Haught ha distinguido a este propósito entre un ateísmo duro y un ateísmo débil[3]. El ateísmo duro, desarrollado por los «maestros de la sospecha», es un ateísmo consciente de las consecuencias nihilistas de la posición que mantiene. Los viejos ateos de la modernidad viven de un modo trágico su ateísmo. Niegan a Dios, pero siguen buscando respuesta a las preguntas funda-mentales del ser humano: quieren afirmar al hombre. El nuevo ateísmo ignora estas consecuencias. En general, muestra un gran desconocimiento de toda la discusión filosófica en torno al ateísmo. Los nuevos ateos son menos profundos, menos refinados, más complacientes éticamente y más interesados en simplificar la historia que en investigarla[4]. Resulta sorprendente que los nuevos ateos vivan alegremente su ateísmo sin medir las consecuencias. Ni siquiera se detecta en ellos la sensación de que algo importante se pierde con la fe en Dios. Se ha dicho, por ello, con razón, que es un ateísmo vulgar.
      — El ateísmo como fenómeno mediático
      La característica más llamativa del nuevo ateísmo es que se trata de un fenómeno con una gran repercusión mediática. Los ateos han salido a la plaza pública para declarar que Dios no existe y que hay que deshacerse de la religión, contando con el apoyo, e incluso la complicidad, de los medios de comunicación social. Las librerías de muchas partes del mundo se llenan de libros de científicos e intelectuales y de otros no tanto, que han emprendido la batalla dialéctica a gran escala contra la religión. Estos libros gozan de un gran éxito de ventas y muchas veces son precedidos por cuidadas campañas de marketing. Nunca había ocurrido nada semejante en la historia del ateísmo.
      Buena parte de este éxito mediático reside en el tipo de discurso que realizan. Son libros que buscan la provocación y la controversia, para aparecer en los medios de comunicación y publicitar sus obras. Usan numerosos argumentos retóricos, destinados al gran público, y utilizan un lenguaje agresivo para vender su producto. Recurren a títulos ampulosos —como «Tratado de ateología»— para suscitar la atención. Escriben para la gran masa (y, especialmente, los más jóvenes), que no conoce ni está informada de muchos aspectos de la religión. No matizan. El ateísmo se proclama como verdad absoluta, capaz de vencer la irracionalidad, las guerras y la inmoralidad[5].
      Antony Flew, famoso ateo que al final de su vida sostuvo posturas teístas, los describe de esta manera: «La mayor parte de estos autores parecen predicadores que hablan del fuego del infierno para advertirnos de una terrible revolución, incluso del apocalipsis, si no nos arrepentimos de nuestras rebeldes creencias y las prácticas asociadas. No hay lugar para la ambigüedad o la sutileza. O es blanco o es negro. Incluso se denuncia como traidores a eminentes pensadores que expresan simpatía por la otra parte. Estos evangelistas son almas valerosas predicando su mensaje ante el inminente martirio»[6].
      — Un ateísmo polémico frente a las religiones
      Los discursos del nuevo ateísmo se dirigen principalmente a criticar las religiones y, sólo de una manera secundaria, a considerar la existencia de Dios. Se trata, sobre todo, de un ateísmo polémico frente a todas las religiones y explícitamente anticristiano. En este sentido se trata de un ateísmo como contrareligión. Para los nuevos ateos la religión es la peor cosa que alguna vez pasó a la humanidad, por lo que necesita ser removida. Todos coinciden en que la religión no sólo es falsa, sino que es causa de maldades, desmanes e infelicidad. Particularmente el cristianismo, dice el exseminarista Odifredi, es «una religión para cretinos»[7], indigna de la racionalidad e inteligencia del hombre.
      — El ateísmo como movimiento social
      La retórica del nuevo ateísmo y su fuerte polémica contra las religiones tiene un objetivo preciso: provocar un cambio en la política que conduzca a la exclusión total de la religión en la vida social. El nuevo ateísmo es más un movimiento social que una posición intelectual. Sus libros no están pensados para las aulas universitarias o para quedarse en las bibliotecas: son una llamada a la acción urgente[8]. En este sentido, los destinatarios principales de su discurso no son los creyentes, sino las personas agnósticas e indiferentes, a las que pretenden movilizar con la finalidad de hacer retroceder la influencia en la vida pública de las iglesias cristianas y minorías religiosas. Su intencionalidad de fondo es política. Con este fin, se han promovido asociaciones y organizaciones ateas en todos los países de occidente. «Los ateos son mucho más numerosos, sobre todo entre la élite educada, de lo que muchos creen», dice Dawkins. El problema es que, a diferencia de otros grupos religiosos, «no están organizados y, por lo tanto, ejercen una influencia casi nula»[9].
    b) El contexto social del nuevo ateísmo
      Conviene que tengamos presente, también el contexto social que ha dado lugar al nuevo ateísmo. Debemos considerar, al menos, los siguientes factores[10]:
      1. En el trasfondo de las posiciones de muchos autores se encuentra el atentado al World Trade Center de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Hay que tener en cuenta que el 11-S supuso un duro golpe para muchos intelectuales, que habían supuesto que Dios y la religión habían muerto. Para muchos la violencia más terrible es la que proviene de las religiones, particularmente de los monoteísmos.
      Resulta significativo lo que, a propósito del 11 de septiembre, escribía Dawkins en The Guardian: «Muchos de nosotros veíamos a la religión como una tontería inofensiva. Puede que las creencias carezcan de toda evidencia pero, pensábamos, si la gente necesitaba un consuelo en el que apoyarse, ¿dónde está el daño? El 11 de septiembre lo cambió todo. La fe revelada no es una tontería inofensiva, puede ser una tontería letalmente peligrosa. Peligrosa porque le da a la gente una confianza firme en su propia rectitud, un falso coraje de matarse a sí mismos, lo que automáticamente elimina las barreras normales para matar a otros. Peligrosa porque les inculca enemistad a otras personas etiquetadas únicamente por una diferencia en tradiciones heredadas. Y peligrosa porque todos hemos adquirido un extraño respeto que protege con exclusividad a la religión de la crítica normal. ¡Dejemos ya de ser tan condenadamente respetuosos!»[11].
      Los bárbaros atentados del 11 de septiembre se han convertido en un as en la manga de la retórica atea, que los usa como un símbolo de la capacidad devastadora de la religión. Todo se pone en el mismo plano, equiparando a las personas religiosas con los fanáticos, suicidas y asesinos.
      2. Otro elemento contextual es la negación de la evolución por parte de cristianos conservadores de Estados Unidos. En los evolucionistas se advierte una inquina especial frente al creacionismo y la teoría del diseño inteligente, sostenida en ámbitos evangélicos norteamericanos. En América se ha dado una gran confrontación entre los evolucionistas y quienes sostienen una interpretación literal del Génesis, la cual está en el trasfondo de las posiciones de muchos ateos anglosajones, que se consideran guardianes de la ciencia, la verdad y el progreso.
      3. También debemos tener presente la proliferación de sectas en Estados Unidos. Se podría decir que cada día nace un nuevo grupo, aparece una nueva «religión», que se acoge a la protección de la libertad religiosa para propagarse. Así lo describe Dennett: «Las religiones nacen de manera tan rápida que el sitio web sobre nuevas sectas no puede recogerlas todas. Muchas duran sólo unas pocas semanas o meses, a veces una generación o dos. Muchas que comenzaron se extinguirán en breve»[12].
      4. Un último factor, especialmente relevante en la Europa continental, se relaciona con el fiasco que supuso la experiencia comunista, simbolizado en la caída del muro de Berlín. Esto provocó una crisis de plausibilidad del discurso político de la izquierda que, unido a la sensación de hegemonía cultural del cristianismo —acrecentada por el intenso pontificado de Juan Pablo II— generó un cambio de estrategia. En el centro de la discusión política no se sitúan ya-los sistemas económicos, sino los valores que deben alentar la convivencia. Muchos intelectuales de izquierda tomaron entonces el laicismo como bandera ideológica.
2. Los principales representantes del «nuevo ateísmo»
      En el seno del nuevo ateísmo pueden distinguirse dos tendencias, una predominantemente cientificista y otra tendencia más vinculada a la ilustración continental, especialmente francesa. El primer grupo, dominante en el mundo anglosajón, se apoya en los resultados de las ciencias experimentales para realizar su crítica de las religiones. La tendencia ilustrada, por su parte, da por definitiva la crítica a Dios y a la religión realizada en los siglos XIX y XX, suscribiendo, desde un materialismo sin concesiones, la tesis de la muerte de Dios.
    a) El «nuevo ateísmo» cientificista
      Los principales promotores del nuevo ateísmo consideran que sólo la ciencia experimental puede ofrecer una explicación completa y fiable de la realidad. Desde esta base afirman que no existe nada más allá de la naturaleza («naturalismo científico»). Por consiguiente, no existe Dios, ni alma, ni vida después de la muerte. La naturaleza se reproduce por sí y no por creación de Dios. Dado que Dios no existe, las explicaciones y causas de todo son puramente naturales y pueden ser comprendidas por la ciencia. De modo especial, las diversas características de los seres humanos, incluidas la inteligencia y el comportamiento, pueden ser explicadas en términos puramente naturalistas, es decir, desde el evolucionismo darwiniano.
      Liderados por Richard Dawkins, forman parte de este grupo de ateos militantes autores como Christopher Hitchens, Daniel Dennett y Sam Harris, conocidos como «los cuatro jinetes». Es significativo que estos autores procedan de disciplinas diversas. Algunos son filósofos pero otros se dedican a la ciencia experimental, a la matemática e incluso al periodismo. Sus tesis tienen su base filosófica en el empirismo humean y encuentran una fuente de inspiración directa en Bertrand Russell así como en el cientificismo popular divulgado por autores como Carl Sagan o Steven Weinberg.
      El principal promotor del ateísmo es Richard Dawkins, que ocupa en la actualidad la cátedra de «comprensión pública de la ciencia» (Public Understanding of Science), creada especialmente para él en 1995 en la Universidad de Oxford. Nacido en Nairobi (1941) y educado en Oxford, estudió zoología y fue profesor de esta materia en Berkeley (1967-1969) y, más tarde, en Oxford (1970-1995). Su discurso sobre Dios y la religión se ha ido haciendo cada vez más agresivo. Se dio a conocer con una obra en la que mostró ya sus dotes de gran divulgador, «El gen egoísta», publicada en 1976[13]. En ella avanza ya la idea de que algunos «memes» (neologismo que designa replicadores culturales semejantes a los genes), como las religiones, son malos, por lo que deben ser considerados «virus» de la mente. Mucho más negativo en su visión de la religión se muestra en «El relojero ciego» (1986), que constituye, a la vez, una defensa a ultranza del darwinismo y un ataque agresivo al argumento llamado «del diseño»[14]. Esta misma tendencia encontramos en «El río del Edén» (1995), donde expone sus opiniones sobre el sentido de la vida en un contexto científico, revistiéndolas así de autoridad. En «El capellán del diablo» (2003) recogió gran parte de sus polémicas sobre la religión[15]. La idea central de estos ensayos es que la religión es un dañino virus de la mente que infecta a la persona religiosa.
      La defensa más importante del ateísmo se contiene en su obra «El espejismo de Dios» (2006)[16]. Sus primeros capítulos se dedican a analizar la «hipótesis Dios» con el fin de mostrar que ningún argumento es satisfactorio, mientras que la ciencia sí responde a las preguntas sobre la propia existencia y la naturaleza del universo. El evolucionismo darwinista explica también la existencia misma de las religiones, que son subproductos de otras cosas. Superadas por la ciencia en los aspectos explicativos, tampoco las religiones tienen ninguna función moral, porque se revelan como profundamente inmorales. En consecuencia, las religiones se muestran no sólo como irracionales sino también como perniciosas. Hay que acabar con sus abusos y privilegios, invitando a las personas a abandonar las creencias religiosas.
      Otro gran divulgador es Christopher Hitchens (nacido en 1949 en Portsmouth, Reino Unido), escritor y periodista británico, residente en Washington (Estados Unidos) y que, en la actualidad, es columnista habitual en The Atlantic, Slate Vanity Fair.Su obra principal en defensa del ateísmo lleva el provocativo título de «Dios no es bueno»[17]. Está escrita en estilo periodístico y resulta más legible que las obras de Dawkins, aunque está repleta de generalizaciones y simplificaciones. Hitchens, que es maestro de la burla y la sátira, recurre con frecuencia a la caricatura intelectual con el fin de arremeter contra todo tipo de religión.
      El objetivo es la obra es mostrar que «la religión lo emponzoña todo», como sostiene el subtítulo original de su escrito. La religión es «extraordinariamente delictiva». De esta tesis extrae tres conclusiones[18]. La primera es que las religiones son un producto de la invención humana. La segunda es que la ética y la moral son independientes de la fe y no se pueden deducir de ella. La tercera es que apelar a una exoneración divina especial por sus prácticas y creencias no sólo es amoral, sino inmoral. Quien recurre al cielo para comportarse con crueldad es un peligro para la humanidad. Según Christopher Hitchens, la religión, cualquiera, no sólo es amoral, sino positivamente inmoral.
      Una obra próxima a la de Dawkins —y menos polémica— es la de su amigo americano Daniel Clement Dennett. Nacido en 1942 en Boston, Dennett es un filósofo de la ciencia, que destaca en el ámbito de las ciencias cognitivas, especialmente en el estudio de la conciencia, intencionalidad, inteligencia artificial y de la memética. Dirige el Centro de Estudios Cognitivos de la Universidad de Tufts (Medford, EE.UU.), donde es catedrático de filosofía. La tesis principal de su filosofía es que la evolución basta para explicar la conciencia humana.
      Dennett expone su pensamiento de modo más tentativo e hipotético y menos hiriente que los anteriores, e incluso se aviene al diálogo con los creyentes. Su principal obra sobre el tema es «Romper el hechizo. La religión como fenómeno natural» (2006)[19], cuyo objetivo es ofrecer una explicación naturalista de las religiones. En ella se pregunta cómo explicar la persistencia de la religión, es decir, cómo es posible que nuestra maquinaria neuronal haya desarrollado la falsa creencia en la existencia de agentes sobrenaturales. Desde el punto de vista evolucionista esto sólo se explica si la creencia religiosa ha supuesto una ventaja evolutiva, es decir, si ha generado replicadores que se replican con más éxito. Dennett sostiene que, aunque en el pasado la religión otorgó esta ventaja evolutiva, en la actualidad es una desventaja. Al analizar la religión como un fenómeno natural, resultado de los imperativos de la evolución, el autor pretende ofrecer una nueva perspectiva desde la cual considerar qué es hoy la religión y por qué significa tanto para tantas personas.
      El autor que, con notable éxito editorial, inició los libros agresivos sobre la religión fue el norteamericano Sam Harris (nacido en 1967). Mientras estaba graduándose en filosofía en Stanford escribió «El fin de la fe», obra publicada en 2004. Como él mismo indica «Este libro comenzó a escribirse el 12 de septiembre de 2001»[20]. Harris entiende que toda fe religiosa es siempre irracional y, por ello, conlleva la intolerancia y el terror. Hemos de ser conscientes de los peligros que suponen las religiones y, por ello, debe cesar el respeto y la tolerancia de las mismas.
      Posteriormente publicó otro libro polémico, en respuesta a los críticos de la primera obra: «Carta a una nación cristiana»[21], cuya finalidad principal es «armar a los laicos de nuestra sociedad, que creen que la religión debe mantenerse al margen de la política, contra sus contrincantes de la derecha religiosa»[22]. Más recientemente ha escrito «El paisaje moral», donde se propone ofrecer una fundamentación científica de la moral[23]. Allí reitera su tesis de que todas las religiones conducen casi automáticamente a comportamientos malos.
    b) La tendencia ilustrada
      La segunda tendencia conecta especialmente con el ateísmo del siglo de las luces, aunque en la virulencia de sus escritos y en muchas de sus argumentaciones, tienen similitudes con los nuevos ateos cientificistas. Estos autores sostienen un materialismo inspirado en ilustrados franceses como el barón de Holbach y J. Meslier. Se inspiran también en Nietzsche, que es el primer autor en presentar una alternativa al cristianismo, haciendo posible el ateísmo.
      El autor más cercano a los angloamericanos y también agresivo en su defensa del ateísmo es Michel Onfray (nacido en 1959). Sus propuestas virulentas están ligadas, en parte, a su propia biografía: a los diez años fue abandonado por su madre en un orfanato, regentado por sacerdotes salesianos[24]. Esta dura experiencia le convirtió en uno de los más radicales ateos contemporáneos. Desde finales de los 80, Onfray ha emprendido una revancha contra el mundo cristiano, proponiendo el hedonismo, el cuerpo y la materia en lugar de las nociones cristianas de ascetismo, alma o más allá.
      Su obra más difundida es el «Tratado de ateología» (2005)[25]. Por «ateología» entiende el autor la vía paralela a la teología, es decir, el camino de desmontaje filosófico de Dios[26]. Este objetivo se especifica en tres tareas[27]. La primera es deconstruir los monoteísmos y mostrar cómo todos tienen la misma base, que es el odio a la inteligencia, a la vida, al cuerpo y a la mujer. La segunda tarea es desmitificar el judeocristianismo como una ficción peligrosa, una neurosis perjudicial. Finalmente, hay que proceder a desmontar las teocracias para acabar con todos los ríos de sangre que en nombre de Dios se han derramado en la historia. Una vez realizadas estas reconstrucciones será posible elaborar un orden ético verdaderamente postcristiano. El ateísmo de Onfray no es la conclusión de una argumentación racional, sino el punto de partida. El «a priori» materialista del que parte Onfray le imposibilita para una comprensión medianamente razonable de lo que significan Dios y las religiones.
      Mucho más moderado es André Comte-Sponville (nacido en 1952). Autor más sutil y sistemático que el anterior, propone una espiritualidad atea en su obra más conocida sobre el tema, «El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios»[28], la cual se estructura en torno a tres preguntas esenciales: ¿podemos prescindir de la religión?, ¿existe Dios?, ¿qué tipo de espiritualidad podemos proponer a los ateos?[29] La primera pregunta no se puede contestar con simplificaciones porque, aunque podamos prescindir de la referencia a lo sobrenatural o lo divino, siempre necesitamos apoyarnos en determinadas creencias y valores. Una sociedad —sostiene—puede prescindir de la religión, pero no de elementos como la comunión y la fidelidad, el amor y la felicidad. Respecto a la existencia de Dios, Comte-Sponville dice que aunque no tiene pruebas de la no existencia de Dios, «cree» que no existe apoyado en una serie de razones que le parecen convincentes. Sostiene que el ateísmo es una creencia, si bien negativa. Propone, por ello, un ateísmo no dogmático: Finalmente, el filósofo parisino invita a que los ateos desarrollen una vida del espíritu. Somos «seres efímeros abiertos a la eternidad; seres relativos abiertos al absoluto. Esta apertura es el espíritu mismo. La metafísica consiste en pensarla; la espiritualidad en experimentarla, ejercerla, vivirla»[30].
      A diferencia de otros filósofos ateos, Comte-Sponville dice que no quiere emprender una lucha entre creyentes y no creyentes. No tendría sentido. «El adversario no es la religión: es el integrismo, el oscurantismo, el fanatismo, el terrorismo. Los aliados son todos —creyentes e increyentes— los que promueven la tolerancia, la libertad de conciencia y la laicidad»[31].
3. Análisis de los principales argumentos del neoateísmo
      Pasamos a exponer de un modo crítico los principales argumentos de los nuevos ateos. Podemos adelantar que se trata de los antiguos argumentos rescatados y presentados en nuevas perspectivas. Intentaré ofrecer una sistematización de sus principales afirmaciones, sin pretender exponer en todos los detalles las posiciones de cada uno de los autores.
    a) La religión es una estupidez peligrosa: oposición entre fe y ciencia
      El primer argumento, presente especialmente en los científicos filósofos, tiene su fundamento en la extensión del método propio de las ciencias naturales a todo tipo de conocimiento. A las tesis cientificistas, según las cuales la ciencia empírica es la única fuente de conocimiento del mundo (cientificismo fuerte) o al menos, la mejor fuente de conocimiento de las cosas (cientificismo débil), los ateos añaden el evidencialismo, según el cual una creencia está justificada epistémicamente sólo si se basa en la evidencia adecuada. En consecuencia, una creencia sólo puede justificarse si se basa en la evidencia científica adecuada. La conclusión inmediata de esta epistemología es la reducción del mundo a lo natural. El ateo —dice con claridad Dawkins— «es alguien que cree que no hay nada más allá del mundo natural y físico»[32].
      — La ciencia desmiente la fe
      Partiendo de una confianza absoluta en la ciencia natural como única fuente de verdad fiable, la fe religiosa es presentada como una superstición carente de pruebas. Siguiendo las posiciones del positivismo, sostienen que la religión pertenece a una etapa infantil de la humanidad. Las luces que brillaron a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX comenzaron a disipar esa superstición infantil, dice Hitchens[33]. Pero es precisa una ilustración renovada que combata a la religión, aliada de la barbarie y enemiga de la civilización[34]. Onfray, por su parte, sostiene que la fe es una actitud infantil, fruto de la credulidad ilimitada del hombre, de su cerrazón ante la realidad y su voluntad de ceguera[35]. El humus de las religiones es el oscurantismo, por lo que urge volver al espíritu de las Luces, liberar a los hombres de la minoría de edad[36]. El creyente odia la inteligencia y el saber. Por eso al hombre religioso se le invita a salmodiar y rezar, pero no a pensar, ni analizar, criticar o debatir[37]. La fe paraliza la inteligencia, empobrece al individuo, prohíbe el libre pensamiento, rechaza la ciencia o la instrumentaliza, imposibilitando cualquier investigación que vaya más allá de los textos sagrados o los cuestione.
      Los nuevos ateos inciden de manera particular en la oposición de la ciencia a la fe. Se trata de un conflicto inevitable, dada la irracionalidad del hecho religioso. La creencia en Dios, en milagros o en un alma inmortal son precientíficas, cosa que ignoran culpablemente las grandes religiones. Según Hitchens la actitud de la religión hacia la ciencia es «necesariamente hostil»[38]: «Todos los intentos de reconciliar la fe con la ciencia y la razón están llamados a fracasar y a quedar en ridículo precisamente por tales razones»[39]. Sentencia Hitchens que «a la religión se le han agotado las justificaciones. Gracias al telescopio y al microscopio, ya no ofrece ninguna explicación de nada importante»[40].
      Pero esta rivalidad entre ciencia .y religión es ficticia. Como han denunciado muchos críticos, los nuevos ateos manipulan estos temas hasta el punto de que difícilmente un creyente se puede ver retratado en las creencias que le atribuyen[41]. Instrumentalizan la ciencia para que apoye sus propias ideas, que no se concluyen de la misma. Por otra parte, se equivocan cuando ven a la fe como un rival de la ciencia. La fe no es ninguna clase de pseudociencia ni dispensa al creyente de buscar la evidencia. El cristianismo no pretende ofrecer una explicación científica del mundo.
      — El buen creyente odia la razón
      Estas posiciones se fundamentan también en una concepción errónea de la naturaleza de la fe. Se piensa que «creer» equivale a sostener hipótesis sin que existan pruebas empíricas suficientes. Sam Harris es particularmente claro en este tema. Como la fe contiene creencias que se refieren al mundo y que guían nuestra conducta, pero no se somete a ningún tipo de evidencia, «es sencillamente una creencia injustificada en asuntos de gran importancia»[42]. Por ello la fe es irracional, es una impostura, una sinrazón. «Donde hay razones que sustenten nuestras creencias, no hay necesidad de fe», describe Harris[43]. Esta caracterización de la fe es común a otros ateos del grupo. «La fe religiosa es un silenciador potente del cálculo racional»[44], escribe Dawkins. Creer significa que «no hay que justificar lo que se cree»[45].
      Pero esto significa que la fe religiosa es siempre algo malo, porque no se debe creer aquello que no cuenta con argumentos suficientes. «La fe es un mal precisamente porque no requiere justificación ni tolera los argumentos»[46]. Lo más terrible —dice Dennett— es «su irracional certeza de tener todas las respuestas»[47]. Por ello las creencias religiosas resultan inmunes a la crítica, al progreso, al diálogo.
      Sin embargo, esta caracterización de la fe es extraña y no responde a los análisis que la tradición filosófica y teológica ha venido realizando de la misma. La fe no consiste principalmente en suscribir la proposición de que existe un Ser Supremo sino en la adhesión de corazón a Dios, en la entrega total y libre a Dios. La fe no es tampoco aceptar unas proposiciones sin pruebas suficientes. La relación entre conocimiento y creencia no es tan simple como parecen pensar los nuevos ateos, según los cuales sólo cabe un tipo de conocimiento, el científico, el cual excluiría toda creencia. Todas las personas tenemos muchas creencias que son razonables, sin que las podamos justificar de un modo impecable. El mismo conocimiento científico descansa en unas creencias. Con fina ironía dice Eagleton: «Incluso Richard Dawkins vive más de la fe que de la razón»[48].
    b) La religión es fuente de violencia. Criminalización de la religión
      Una de las características principales del ateísmo del siglo XXI es la presentación de la religión como fuente de odio y de violencia. Ya no preocupa tanto, como en siglos anteriores, emanciparse de la religión, cuanto erradicarla, descalificando cualquier forma de vivencia religiosa. Se trata de un discurso menos teórico y más pragmático y militante que el del ateísmo precedente. En el fondo, el problema no es tanto la existencia de Dios como la de las religiones.
      — Identificación de la religión con los fanatismos
      Un primer paso en la estrategia de criminalización de la religión, es su identificación con los fanatismos. La equiparación de la fe con la credulidad absurda les lleva a sostener que el auténtico creyente es el fanático. Hitchens llega a afirmar: «Los diecinueve asesinos suicidas de Nueva York, Washington y Pensilvania eran sin lugar a dudas los creyentes más sinceros que viajaban en aquellos aviones»[49]. Y Harris dice sin rubor: «Eran hombres de fe —de una fe perfecta— y hay que admitir que esto es terrible»[50].
      Desde estos prejuicios arremeten particularmente contra los hombres religiosos moderados reprochándoles no ser coherentes con su fe[51]; Harris les acusa también de ser «responsables de todos los conflictos religiosos de nuestro mundo, pues son sus creencias las que alimentan un contexto en el que no se puede combatir adecuadamente la violencia religiosa y el literalismo de las escrituras»[52]. Lo que no puede consentir de ninguna manera el nuevo ateísmo es que un creyente pueda ser racional o que una creencia religiosa resulte razonable.
      En definitiva, para este nuevo ateísmo, «en cada creyente se encuentra un terrorista en potencia»[53]. La consecuencia es clara: deshagámonos de la religión, para que el mundo sea más seguro. Para salvar la civilización, se debe erradicar la creencia religiosa.
      — La fe como fuente de violencia. Los crímenes de las religiones
      La fe, según explica Sam Harris, inspira la violencia al menos de dos maneras. Primero, porque los seres humanos «matan a otros seres humanos convencidos de que el Creador de universo desea que lo hagan»[54]. La irracionalidad de la fe genera violencia, pues saca a la luz lo peor del ser humano. «La fe es la madre del odio»[55]. En segundo lugar, la fe provoca el conflicto entre las diversas comunidades religiosas. «La violencia nos acompaña porque nuestras religiones son intrínsecamente hostiles entre ellas»[56]. En definitiva, la religión —dice Harris— es responsable directa de numerosos abusos, no sólo en el pasado; también hoy es «causa explícita de millones de muertes»[57].
      Todos los autores cargan las tintas en este tema. Hitchens es especialmente incisivo: la religión es «violenta, irracional, intolerante, aliada del racismo, el tribalismo y el fanatismo, investida de ignorancia y hostil hacia la libre indagación, despectiva con las mujeres y coactiva con los niños»[58]. «El verdadero creyente es incapaz de descansar hasta que todo el mundo dobla la rodilla»[59]. Con tono apocalíptico dice: «Mientras usted lee este libro, las personas de fe planean cada uno a su modo destruirnos a usted a mí y destruir todas las magníficas realizaciones humanas que he mencionado que han costado tanto esfuerzo. La religión lo emponzoña todo»[60].
      Se acusa a la religión de todas las guerras y conflictos, realizando un amplio catálogo de males provocados por la religión. Cada página del «Tratado de ateología» de Onfray está cargada de esta acusación. Valga como ejemplo la siguiente cita, ejemplo de una criminalización indiscriminada de las religiones: «La historia es testigo: millones de muertos, millones, en todos los continentes, durante siglos, en el nombre de Dios, con la Biblia en una mano y la espada en la otra: la Inquisición, la tortura, el tormento; las Cruzadas, las masacres, los saqueos, las violaciones, la horca, el exterminio; la trata de negros, la humillación, la explotación, la servidumbre, el comercio de hombres, de mujeres y de niños; los genocidios, los etnocidios por los conquistadores cristianos, desde luego, pero también en años recientes, por el clero ruandés junto a los exterminadores hutus; la camaradería con todos los fascismos del siglo XX —Mussolini, Pétain, Franco, Hitler, Pinochet, Salazar, los coroneles griegos, los dictadores de América del Sur, etc.— Millones de muertos por amor al prójimo»[61].
      En este terreno el único autor que matiza es Comte-Sponville. El problema para el filósofo francés no es la religión sino los fanatismos, del signo que sean, la «barbarie nihilista», sin proyecto que sólo fomenta el desprecio del otro[62]. «No es la fe la que incita a las matanzas. Es el fanatismo, ya sea religioso o político. Es la intolerancia. Es el odio»[63].
      Los nuevos ateos no consiguen, sin embargo, probar de ninguna manera la conexión necesaria entre la religión y la violencia. Seleccionan los hechos que presentan y se hacen eco sólo de aquello que refleja su propia posición, manipulando en muchos casos descaradamente la historia.
      Por otra parte, es sorprendente que nunca reconocen ningún bien a la religión. El cristianismo ha aportado a la civilización occidental conceptos como persona, libertad, igualdad[64]. Nada es reconocido. No dedican ni una sola página a los incontables millones de personas que han dedicado su vida a los demás por amor a Cristo o a Alá o a Buda. Simplemente son borrados de la historia humana.
      Tampoco aducen nunca ningún mal provocado por el ateísmo, ni los crímenes de los regímenes comunistas ateos. Ni una palabra tampoco sobre los horrores que el uso perverso de la ciencia y la tecnología ha traído a la humanidad. No advierten los peligros de la razón tecnocrática, que subordina el valor a los hechos. Se trata, en definitiva, de «una operación propagandista y simplificatoria que ofende la seriedad del análisis histórico»[65]. Además, parten del supuesto de que todas las religiones son más o menos iguales y que todas dicen las mismas cosas. Pero este supuesto es absolutamente falso. El cristianismo, en particular, tiene derecho a reivindicar que no es una religión que en sí misma conduzca a la violencia.
      — El Dios bíblico como fuente de violencia
      Para apoyar la tesis de que la religión conduce a la violencia, los nuevos ateos sostienen que el Dios bíblico —sobre todo el Dios del Antiguo Testamento— es un «monstruo moral». Se trata de una crítica reiterada por todos los autores. Dawkins acusa a Dios de ser celoso, mezquino y vengativo desde una comprensión de los relatos y códigos del Antiguo Testamento que resulta tan burda que muchas veces invita a la burla[66]. Por su parte, Christopher Hitchens argumenta que el Antiguo Testamento proporciona justificación al tráfico de seres humanos, a la esclavitud y a las masacres. Y Daniel Dennett presenta a Dios como insaciable de alabanzas, de manera que al decir que creó a los seres humanos a su imagen se revela su vanidad. Según Onfray, cuando los hombres inventan un dios, lo hacen a su imagen y semejanza: violento, vengativo, misógino, agresivo, tiránico e intolerante[67]. El Dios judío es «un Dios único, belicoso, militar, implacable, dirigiendo la lucha sin piedad, capaz de aniquilar a los enemigos sin compasión, espoleando a sus tropas», pero lo peor es que «en la totalidad del planeta hay una cantidad considerable de personas que viven, piensan, obran y conciben el mundo a partir de estos textos que llevan a una carnicería generalizada»[68]. Para Sam Harris el Dios de Abraham es un tipo ridículo, caprichoso, petulante y cruel[69]. «No hay acto de crueldad por horrendo que sea que no pueda justificarse, u ordenarse, con sólo recurrir a la Biblia»[70].
      Si el ateísmo moderno suponía un rechazo de la idea de Dios, el nuevo ateísmo es un rechazo explícito del Dios bíblico. El Dios bíblico es malo y creer en él convierte en malas a las personas.
      El apologista evangélico Paul Copan ha intentado responder a esta acusación[71]. Apoyándose en el concepto de revelación progresiva subraya que existe una gran diferencia entre los ideales divinos y la codificación en la ley mosaica, si bien esta sirvió de preparación para el ideal. Por otra parte, Copan intenta situar los pasajes «extraños» de la Escritura en el contexto cultural de la época, destacando sus avances en relación con los códigos de pueblos circundantes.
      Pero Dawkins y el resto de nuevos ateos no manifiestan la menor capacidad de leer un texto que pertenece a otra época y otra cultura. Desconocen todas las aportaciones de la hermenéutica veterotestamentaria. Los fundamentalistas ateos son, en cierta manera, la imagen inversa de los fundamentalistas cristianos. Ambos comparten una interpretación literalista de la Escritura. Suponen ingenuamente que la lectura literalista es la única posible, con lo que acaban por no entender nada de lo que dice. En este tema hacen verdaderamente el ridículo.
    c) La religión es inmoral
      Otra tesis característica del nuevo ateísmo, relacionada con la anterior, es aquella que sostiene que la religión es inmoral. Con ello avanzan un paso sobre el ateísmo clásico. La religión ya no aparece sólo como irracional, sino como profundamente inmoral. Ciertamente, es posible reconocer inmoralidades en la historia de las religiones (sacrificios humanos, cultos orgiásticos, etc.) pero la tesis de los ateos contemporáneos va más lejos, al sostener que toda religión es inmoral. Esta tesis se articula en diversas afirmaciones:
      — La moralidad no exige creer en Dios
      Una primera afirmación es que no necesitamos ideas religiosas que nos motiven para llevar una vida ética. Como dice Onfray, es preciso desmontar la tesis de que «si Dios no existe, todo está permitido» y mostrar que Dostoievski se equivocó. En realidad, «porque Dios existe, entonces todo está permitido». La creencia en la existencia de Dios no ha hecho más morales a los hombres. En nombre de Dios se ha causado odio y sangre. «Es hora de que se deje de asociar el mal del planeta con el ateísmo. La existencia de Dios, me parece, ha generado en su nombre más batallas, masacres, conflictos y guerras en la historia que paz, serenidad, amor al prójimo, perdón de los pecados o tolerancia»[72].
      La religión —dice Hitchens— no sirve para que las personas se comporten mejor. Si comparamos las aportaciones a la vida pública de los creyentes y de los ateos, «hasta un vistazo somero de todos los datos revelará, que persona a persona, los librepensadores, agnósticos y ateos salen mejor parados»[73]. Es más, «cuanto peor es el infractor, más devoto resulta ser»[74].
      Comte-Sponville, por su parte, se esfuerza en mostrar que la muerte de Dios no exige renunciar a todos los valores que antaño se proclamaban en su nombre. Estos valores no tienen necesidad de Dios para subsistir. «En todas las grandes cuestiones morales, excepto para los integristas, creer o no creer en Dios no cambia en nada lo fundamental»[75]. Quien carece de fe no se vuelve incapaz de percibir la grandeza humana de estos valores, su importancia, su fragilidad y su urgencia. En realidad se muestra conforme con Kant: «ya no es la religión la que funda la moral, sino la moral la que funda la religión»[76].
      — La repugnante moral de las religiones
      El siguiente paso es mostrar que la religión es inmoral. En muchos aspectos —sostienen estos autores— la religión no es sólo amoral, sino positivamente inmoral. Las religiones fomentan un sistema moral «repugnante».
      Hay una razón profunda para la inmoralidad de la religión, que está vinculada con el racionalismo a ultranza de estos autores: creer en Dios supone una violación de nuestro deber moral de ser racionales. El mismo hecho de creer resulta entonces inmoral, porque es malo creer algo sin pruebas suficientes.
      Harris acusa directamente a la religión de provocar buena parte del sufrimiento humano. Las creencias absurdas sobre el alma humana impiden la investigación en células madre provocando sufrimiento en el ser humano; las ideas sobre el aborto o sobre el uso de preservativos sólo causan dolor en las personas; la pretensión de controlar los instintos provoca una perversión de la sexualidad humana[77]. En consecuencia, sostiene que «una crítica honesta de la fe religiosa sea una necesidad moral e intelectual»[78].
      — La Biblia no puede ser fuente de moralidad
      De manera específica atacan a la Sagrada Escritura como fuente de moralidad. Ya hemos visto que el Dios bíblico aparecía como inmoral. Quien desee fundamentar su moral en la Escritura —dicen— es que no la ha leído o no la ha entendido. Dawkins sostiene que nadie puede derivar su moral de la Escritura, porque contiene numerosos relatos y mandatos que hoy consideraríamos inmorales, incluyendo el Nuevo Testamento y la «repelente doctrina» de la expiación por los pecados[79].
      Desde esta visión, consideran que en realidad las personas religiosas no derivan sus criterios morales de la Escritura. Al contrario, son nuestras intuiciones morales las que seleccionan unos pasajes de la Biblia y relegan otros. Escribe Harris: «Nosotros decimos lo que hay de bueno en el Buen Libro (la Biblia)»[80].
      — Explicación biológica de la moralidad
      Pero entonces, ¿cómo explicar la moralidad? Según Dawkins somos morales porque nuestros genes han dado forma a organismos humanos cuyo comportamiento virtuoso ha aumentado la probabilidad de que sus genes sobrevivan a la generación futura. El altruismo aparece en la evolución (p. ej. en las colonias de hormigas). La moralidad es sólo fruto del deseo de inmortalidad de nuestros genes. Curiosamente, encontramos una postura semejante en un autor más moderado como Comte-Sponville: «La selección natural puede bastarse para explicar que seamos capaces de amor y de valentía, de inteligencia y de compasión: se trata de otras tantas ventajas selectivas que vuelven más probable la transmisión de nuestros genes»[81].
      Para Harris nuestras intuiciones morales tienen también su raíz en la biología y están conectadas con la pregunta por la felicidad y el sufrimiento de las criaturas conscientes. El amor, que es una de nuestras fuentes de felicidad, consiste en preocuparnos por la felicidad de los demás, lo cual nos hace sentirnos bien. Ahora bien, «el guardián del amor» es la razón[82].
      Este recurso a la biología para explicar la moralidad humana resulta, sin embargo, un fracaso. Aunque quieren explicarlo todo naturalmente, estos autores acaban admitiendo que hace falta algo más. ¿De dónde procede el contenido de la moralidad? ¿Cómo un proceso ciego (evolución) puede explicar que el amor o la solidaridad sea una virtud? La pregunta por cuál es la fuente de la moralidad queda sin responder.
      La pregunta pertinente es desde qué valores juzgan a las religiones, sobre qué base consideran que Dios no es «bueno». Para realizar este juicio se precisan unos valores y criterios absolutos, pero, si Dios no existe, no hay criterios ni valores absolutos[83]. El universo sin Dios que propugnan los nuevos ateos se torna, al fin y al cabo, en un universo sin sentido moral. Si la moral no puede encontrar un fundamento en la naturaleza, sólo queda la apelación a la subjetividad y al consenso.
    d) Explicación naturalista del origen de la religión
      Dado que Dios no existe, la religión no puede ser más que un producto del hombre, «un subproducto de alguna otra cosa»[84]. Respecto a cuál sea en concreto su origen, los nuevos ateos suelen repetir argumentos ya presentes en la historia de la filosofía: la religión proviene del temor a la muerte, del sentimiento de culpabilidad, de nuestra tendencia a atribuir intenciones a las cosas o a pensar de manera dualista. El hecho de que la religión se corresponda con los deseos humanos induce a la sospecha más que a la adhesión. Hitchens repite constantemente que la religión es producto del hombre, una creación suya. Sam Harris habla de una «propensión a la fe».
      — El origen patológico de la religión
      Subscribiendo la tesis freudiana, Onfray sostiene que la religión es una perversión, una neurosis o psicosis, una «patología personal»[85]. Las religiones son mundos subyacentes creados por los hombres. «El miedo a la muerte, el temor a la nada y el anonadamiento ante el vacío que sigue a la muerte generan fábulas consoladoras y ficciones»[86]. Lo peor es que este mundo ficticio y falso induce a la negación y odio de lo mundano. También Hitchens conecta la religión con el temor a la muerte, y por ello, dice, el impulso religioso es tan difícil de erradicar[87].
      Comte-Sponville, de un modo más refinado, sitúa el origen de las religiones en el deseo de pervivencia de las personas amadas. «La fuerza de la religión no consiste en otra cosa que en nuestra propia debilidad ante la nada»[88]. El hecho de que la creencia en Dios se adecue tan fuertemente a nuestros deseos de inmortalidad es un indicio de que ha sido inventada para satisfacerlos fantásticamente[89].
      — Explicación «científica» de la religión
      Pero, si es algo humano, la ciencia debe tener la explicación última. Por esta razón los nuevos ateos cientificistas intentan alcanzar una explicación científica de la fe religiosa. Dawkins y Dennett buscan una explicación desde sus presupuestos evolucionistas, pues consideran que las teorías sociológicas y psicológicas no bastan. La religión es un subproducto de la evolución. Según Dawkins, el cerebro humano ha desarrollado la tendencia a creer sin pruebas, dando origen a las ideas religiosas[90]. Sólo cabe una explicación evolucionista: la religión persiste porque ha estimulado la supervivencia y transmisión de los genes humanos en el curso de la evolución.
      La religión es como un virus, un parásito de los sistemas cognitivos. Los memes (unidades culturales abstractas de transmisión de información) serían responsables según Dawkins y Dennett de transmitir el virus religioso de un cerebro a otro[91]. Esto significa que no creemos en Dios porque hayamos pensado sobre este asunto, sino porque hemos sido infectados por un «meme» poderoso. Por otra parte, los niños tienen una fuerte tendencia a creer lo que dicen los mayores, lo que explicaría la tendencia universal a la religión.
      Los nuevos ateos son poco originales en su explicación del origen de la religión, excepto en la extravagante referencia a los memes de Dawkins. Conectar la búsqueda religiosa con algunas experiencias fundamentales del hombre como el ansia de inmortalidad o el deseo de consuelo no tiene como consecuencia que la religión pueda ser reducida a un hecho antropológico, psicológico, sociológico o cultural. La explicación naturalista de la religión en términos evolucionistas es uno de los puntos más débiles del nuevo ateísmo. Y mucho más, el recurso a una explicación tan discutida y marginal entre la comunidad científica como la referente a los «memes»[92].
    e) Intento de refutar la «hipótesis Dios» desde la ciencia
      En coherencia con las tesis cientificistas, los nuevos ateos consideran que la idea de Dios se puede considerar como una hipótesis, que sería refutada por la ciencia.
      — Dios como objeto de la ciencia
      Un paso necesario para llegar a esta conclusión es romper la distinción metodológica entre ciencia y fe, y de esta manera mostrar que Dios es un objeto adecuado para la ciencia. El principal enemigo en este terreno es otro autor ateo, Stephen J. Gould (1941-2002), conocido por la tesis de que religión y ciencia no están en conflicto, ya que sostienen magisterios no superpuestos; el primero se refiere a la cuestión del sentido y el bien, mientras que la ciencia se refiere al reino empírico[93]. Dawkins rechaza furioso esta distinción y llega a acusar a Gould de colaboracionista[94]. También Dennett se sitúa en esta línea dura del fundamentalismo cientificista, oponiéndose a Gould porque esta posición impide romper el «hechizo de la religión», el cual consiste en el tabú que impide «una investigación científica franca y sin barreras acerca de la religión como fenómeno natural»[95].
      Una vez rota la distinción metodológica entre ciencia y fe, pueden afirmar que «la cuestión de Dios no está ni en principio ni para siempre fuera del ámbito de la ciencia»[96].
      — Dios como una «hipótesis»
      El siguiente paso es establecer que Dios es una hipótesis científica. En consecuencia, buscan evidencia empírica y concluyen, como Dawkins, diciendo que esta hipótesis es «muy improbable» o, como Stenger, que su disconfirmación es «definitiva»[97].
      En ocasiones, para evaluar la «hipótesis Dios» recurren, sin ningún sentido crítico, al principio conocido como «navaja de Ockham», según el cual no deben multiplicarse los entes sin necesidad. Desde estas premisas Hitchens dice que la hipótesis Dios resulta innecesaria: «el universo no postula la existencia de un creador inteligente». El ateísmo es «casi cierto»[98]. Otras veces se apoyan en el cálculo de probabilidades. Pero debemos tener en cuenta que la probabilidad que entra en juego no es nunca la de Dios sino la de los argumentos que se presentan y que este cálculo de probabilidades pseudocientífico es altamente manipulable.
      Los nuevos ateos no logran refutar a Dios desde la ciencia simplemente porque la ciencia no trata de Dios: no puede probar la verdad ni la falsedad de Dios pues su método lo impide. Los éxitos de las ciencias naturales están vinculados a la delimitación de su método, que avanza observando segmentos concretos de la realidad y poniendo entre paréntesis las cuestiones metafísicas. Pero Dios no es un objeto más del mundo, que pueda ser verificado: es la clave desde la que comprendemos e interpretamos el mundo, es una presencia personal que da razón y sentido a toda existencia.
    f) Examen de los argumentos sobre la existencia de Dios
      Sería de esperar que unos libros que sostienen el ateísmo dedicaran largas páginas a analizar los tradicionales argumentos sobre la existencia de Dios. Sin embargo, no sucede así. Generalmente apenas dedican unas páginas a este tema, muchas veces con gran ignorancia de la tradición filosófica y teológica que los precede. Harris, por ejemplo, da por sentado que el ateísmo es verdadero y se detiene poco en la argumentación. Dennett dice que en la discusión de los argumentos las ganancias son cada vez más reducidas pues la proposición que afirma que Dios existe «es tan prodigiosamente ambigua que, a lo sumo, expresa un conjunto desordenado de docenas, de cientos —o miles de millones— de posibles teorías distintas, muchas de las cuales, en todo caso, no contarían como teorías, pues son sistemáticamente inmunes a la confirmación o a la refutación»[99].
      — Los argumentos a favor la existencia de Dios
      Los nuevos ateos realizan un examen bastante superficial de las vías clásicas de argumentación a favor de la existencia de Dios. Dawkins, después de tratar en pocas páginas las pruebas tomistas, concluye que son «necias» pues todas implican una regresión infinita y asumen que Dios es inmune a la regresión[100]. Invocar a Dios como causa del mundo reenvía, según su opinión, a la cuestión de saber quién ha causado a Dios (es decir, por qué tiene que terminar en Dios la pregunta por una causa). Tanto Dawkins como Hitchens y Harris realizan la capciosa pregunta de quién hizo a Dios[101].
      El problema es que no comprenden lo que la tradición ha dicho sobre Dios como «Ipsum ese subsistens», como la existencia perfecta que no depende ontológicamente de ninguna otra. Por definición, Dios es el ser que tiene en sí la razón de su existencia. Dios no es una especie de causa natural. Incluso Thomas Nagel, que es ateo, critica a Dawkins precisamente en este punto: «Dios, sea lo que sea, no es un complejo habitante del mundo natural»[102]. La causalidad divina es de naturaleza totalmente distinta de la causalidad natural. Dios no entra en competencia con las causas naturales.
      Tampoco entienden que la pregunta radical no se refiere a cómo sean las cosas, sino a por qué existen[103]. Lo sorprendente —como dijo Wittgenstein— no es cómo es el mundo, sino que exista: es lo místico. Lo que conduce a Dios es el hecho mismo de que exista el universo. La cuestión última es por qué hay ser y no, más bien, la nada. Con razón dice el último Flew que no llegan a enfrentarse con ninguno de los temas implicados realmente en la existencia de Dios, pues lo reducen todo a una discusión de los argumentos. No se preguntan por el origen del universo, de la vida y de la conciencia[104]. No se puede responder a estas hablando simplemente de «un golpe de fortuna» (Dawkins).
      El punto central de su discusión con el teísmo se refiere al llamado «argumento del diseño», que erróneamente consideran como uno de sus núcleos. Dawkins y Hitchens se equivocan también al equiparar este argumento a la quinta vía tomista[105]. El fundamento de su crítica es que el orden del universo, en que se basa el argumento, no requiere la existencia de Dios, pues tiene una explicación naturalista en términos de selección natural.
      Con el fin de explicar el orden del mundo, Dawkins recurre a la idea de evolución como proceso acumulativo. La selección natural, procediendo gradualmente y por acumulación, es la razón de la diversidad del mundo. Cuando miramos con los ojos de Darwin —dice Dennett— advertimos que todo el maravilloso diseño del mundo tiene una explicación nada milagrosa: «un proceso algorítmico de diseño, no inteligente, masivamente paralelo, y, en consecuencia, prodigiosamente derrochador, en el que, sin embargo, los mínimos incrementos de diseño han sido utilizados económicamente, copiados y vueltos a copiar a lo largo de miles de millones de años»[106]. Sin embargo, a pesar de la insistencia de los nuevos ateos, el recurso a la selección natural no resulta una explicación suficiente del mundo. La selección natural no prueba que no exista un diseñador; simplemente muestra que el diseñador no actúa directamente. La selección natural nos dice cómo han evolucionado los organismos vivos, pero no nos dice por qué (en sentido teleológico) ni tampoco por qué la selección natural actúa —instrumentalmente—como lo hace. Desde la base de la selección natural no se puede deducir que no hay Dios.
      Muchos autores observan que, en realidad, Dawkins pone el origen del mundo en manos del ciego azar, lo que da lugar a numerosos problemas[107]. Desde luego, su tesis no se puede presentar como una conclusión científica: estamos ante una postura filosófica[108]. El profesor Dawkins se revela como lo que es: no un científico evolucionista, sino un filósofo del evolucionismo. En este sentido el evolucionismo es una doctrina metafísica sobre la realidad que ve la evolución como la característica principal de todo tipo de realidad.
      Aunque más sucintamente, también se refieren en ocasiones al argumento ontológico, al que simplemente no toman en serio. Dennett se limita a decir que no es una propuesta científica seria sino un truco intelectual, cosa que suscriben Dawkins y Hitchens[109]. En la misma línea, dice Comte-Sponville que es un puro ejercicio o artificio lógico[110].
      — La naturaleza de Dios
      Nuestros autores apoyan también su negación de Dios en el examen de su naturaleza. La objeción más seria que Dawkins presenta respecto a la naturaleza divina se refiere a su simplicidad y está tomada de Hume[111]. El creyente sostiene que la complejidad del universo postularía un Dios; pero, esa misma complejidad pediría que fuese un ser complejo, lo cual, piensa Dawkins que es extremamente improbable. En realidad, esta postura se apoya en la contemplación del mundo natural, en el que cuanto más complejo es un producto, más complejo debe ser su productor. Y así tendría que ocurrir si Dios fuera una especie de ser orgánico o una supercomputadora. Pero Dawkins olvida que Dios no pertenece al mundo corpóreo, sino que es un ser espiritual. No hay ninguna dificultad en que un ser espiritual simple sea causa de una realidad compleja[112].
      Hitchens y otros autores critican también el atributo de la omnisciencia, desde otro error elemental, como es pensar a Dios en el tiempo. Aducen que este atributo supondría una negación de la libertad humana, porque no son capaces de concebir un ser fuera del tiempo. Ahora bien, no se puede sostener que Dios «prevea» el futuro o conozca con anterioridad las decisiones del hombre, porque para El todo es simultáneo: Dios conoce y quiere todo en un solo momento.
      Los nuevos ateos muestran, al fin y al cabo, una idea extremadamente pobre de Dios, al que suelen pensar desde esquemas antropomórficos. «Su concepto ateo de Dios —ha dicho Novak— es una caricatura, una divinidad detestable que cualquiera se sentiría espontáneamente obligado a refutar»[113].
      — El problema del mal
      El argumento que suelen considerar, en general, decisivo para negar a Dios es el que se refiere a la presencia de mal en el mundo. En el planteamiento de este problema, siguen generalmente los «Diálogos sobre la religión natural» de Hume. Harris resulta especialmente incisivo: «las personas de fe afirman regularmente que Dios no es responsable del sufrimiento humano.
      ¿Pero de qué otro modo podemos entender la afirmación de que Dios es a la vez omnisciente y omnipotente? No hay ningún otro modo de entender el asunto, y es hora de que los seres humanos cuerdos lo asuman. Se trata del problema histórico de la teodicea, que deberíamos considerar ya resuelto. Si Dios existe, no puede hacer nada para detener las más terribles calamidades o no se preocupa por hacerlo. Dios, por lo tanto, es impotente o malvado»[114].
      En su argumentación, suponen, en primer lugar, que si Dios hubiera creado el mundo, lo habría hecho perfecto desde el primer día. En consecuencia, no tendría que haber dolor ni muerte. Así lo piensa Dawkins y también Harris: «Vale la pena recordar que si Dios creó el mundo y todo lo que hay en él, también creó la viruela, la peste y la filiriasis. Cualquiera que desencadenase intencionadamente tales horrores sobre la Tierra sería aniquilado por sus crímenes»[115]. Dan por supuesto, también, que si Dios es bueno, debería intervenir constantemente con el fin de evitar el mal. Un Dios que se llama «Padre» no puede dejar que sus hijos sufran. Apelar a la libertad humana es recurrir a lo que ignoramos. Harris desprecia expresamente el recurso al «libre albedrío y demás incoherencias», porque no es sólo mala filosofía, sino también mala ética[116].
    g) Negación de una revelación divina
      El nuevo ateísmo es un gnosticismo, que separa la fe de la historia. Esta mentalidad rechaza cualquier concepción personal de la divinidad (las imágenes antropomórficas de Dios les resultan insoportables) y niegan también cualquier posibilidad de una revelación sobrenatural.
      — Argumento de la pluralidad de religiones
      Una primera objeción a una revelación se fundamenta en el hecho de que exista una pluralidad de religiones. Comte-Sponville ha expresado claramente la dificultad en estos términos: «¿De qué revelación se trata? ¿La Biblia? ¿Con o sin el Nuevo Testamento?, ¿el Corán?, ¿los Vedas?, ¿el Avesta?, ¿y por qué no las sandeces de los raelitas? Las religiones son innumerables. ¿Cómo elegir?, ¿cómo conciliarlas?»[117].
      Hitchens adopta una posición relativista, desde el supuesto de que la religión es un subproducto de la cultura. Por razones políticas, dice, acabamos adoptando una mutación del judaísmo conocida como cristianismo, pero «podríamos haber acabado siendo fieles incondicionales de otra fe absolutamente distinta, tal vez de algún culto hindú, azteca o confucionista»[118].
      — Negación del carácter revelado de los libros sagrados
      Con el fin de mostrar la imposibilidad de una revelación divina, los nuevos ateos se fijan en los libros sagrados, especialmente los cristianos, subrayando que son obra solamente humana. «La confección de los libros llamados sagrados —escribe Onfray— se origina en las leyes más elementales de la historia. Deberíamos abordar estos libros con ojo filológico, histórico, filosófico, simbólico, alegórico y todos los otros calificativos que nos eximan de creer que dichos textos fueron inspirados y elaborados bajo el dictado de Dios. Ninguno de estos libros fue revelado»[119].
      Uno de los argumentos que usan es fijarse en las contradicciones y discrepancias de los textos sagrados. La Biblia es un libro heterogéneo —dice Harris— que se contradice continuamente y permite así justificar actos diversos e irreconciliables[120]. Lo más sorprendente es la lectura fundamentalista de la Biblia que realizan. Se acercan a la Biblia como curiosos que la miran con sus métodos científicos, sin respetar su texto ni tener en cuenta los géneros literarios ni las aportaciones de la exégesis contemporánea. Hitchens cree que la fe se basa por entero en una lectura literal de la Biblia, por lo que las discrepancias en las narraciones de la infancia de Jesús probarían la falsedad del cristianismo[121]. Harris piensa que si la Biblia fuera producto de un ser omnisciente no tendría errores matemáticos obvios y hablaría de cosas como la electricidad, el ADN o la cura para el cáncer. El hecho de que no contenga ninguna frase que no pudiera haber escrito un ser humano, se considera prueba contra su origen divino[122].
      Es especialmente llamativa la comprensión de inspiración que manejan. Estos autores entienden la autoría divina como una especie de dictado. Onfray piensa que el creyente afirma que la Escritura no tuvo autor humano y que sus libros fueron dictados directamente por Dios[123]. Desde estas premisas, cuando descubren en los textos sagrados dependencias de la historia o de la cultura de la época en que se escribieron, dicen que no pudieron ser escritos por Dios. Hitchens piensa que si Dios hubiera escrito la Biblia, no contendría errores históricos ni principios morales progresivos[124].
      — Duda sobre la historicidad de Jesús
      Con el fin de cuestionar la apelación cristiana a una revelación en Jesucristo, los nuevos ateos siembran la duda sobre su historicidad. Dawkins dice con aparente prudencia que «es posible montar un caso histórico serio, aunque no ampliamente apoyado, en el que Jesús no hubiera existido en absoluto»[125]. Hitchens da un paso más al decir que es «muy cuestionable»[126]. En un capítulo titulado «la construcción de Jesús» dice de modo apodíctico Onfray: «La existencia de Jesús no ha sido verificada históricamente. Ningún documento de la época, ninguna prueba arqueológica ni ninguna certeza permite llegar a la conclusión, hoy en día, de que hubo una presencia real que mediara entre dos mundos y que invalidara uno nombrando a otro»[127].
      La base para negar la historicidad de Jesús es la supuesta carencia de fiabilidad histórica de los evangelios. Sus afirmaciones, según Dawkins, no son conclusiones de estudios serios, sino axiomas establecidos: «Nadie sabe quiénes fueron los cuatro evangelistas, pero casi con seguridad que ninguno de ellos conoció a Jesús personalmente. Gran parte de lo que escribieron no es, en ningún sentido, un intento honesto de relatar la historia»[128]. La misma línea sigue Onfray: los evangelios son obras de propaganda, prosa novelesca que desprecia la historia, escritos por personas que no conocieron a Jesús en persona[129]. Tanto Dawkins como Onfray acaban repitiendo la tesis nietzscheana de que fue san Pablo el que inventó el cristianismo[130].
      En este punto parece que los ateos han perdido toda equidad. Niegan la autenticidad de los evangelios sin ofrecer ninguna prueba; dicen que los evangelios canónicos se escogieron más o menos arbitrariamente entre una docena de posibles contendientes, sin tener en cuenta el consenso de la Iglesia primitiva sobre este punto; sugieren que los evangelistas engañan con sus narraciones, ¿y nadie les refutó? No temen hacer el ridículo ante toda la crítica histórica al negar toda historicidad a Jesús y valor a los evangelios.
    h) La finalidad intramundana del hombre
      Los nuevos ateos advierten que la ausencia de la religión puede producir un vacío en el ser humano. Pero, dice Dawkins, es un vacío necesario, pues resulta infantil pensar que unos dioses imaginarios sean capaces de otorgar sentido a nuestras vidas. El punto de vista verdaderamente adulto es sostener que «nuestra vida es tan significativa, plena y maravillosa, como nosotros elijamos hacerla»[131]. El ateo no inventa un más allá, lo que hace preciosa esta vida. «El punto de vista ateo es en proporción afirmativo y realzante de la vida»[132]. Según Hitchens «no somos inmunes al reclamo de lo maravilloso, del misterio y el sobrecogimiento: tenemos la música, el arte y la literatura»[133]; «no deseamos privar a la humanidad de su capacidad para el asombro ni de sus consuelos»[134].
      Harris sostiene que la única manera de eliminar la violencia que procede de la religión es buscar enfoques de la experiencia ética y espiritual que no apelen a la fe. Por esta razón, propone una espiritualidad sin Dios y un misticismo racional inspirado en la sabiduría oriental, como camino para encontrar la felicidad[135].
      Comte-Sponville se ha esforzado especialmente por mostrar que es posible vivir una espiritualidad sin Dios ni religión. Puede haber una vida del espíritu. Lo que la metafísica piensa, el espíritu lo vive: el sentimiento del todo, de la inmensidad del universo, de que hay algo y no, más bien, nada. «Cuando Dios ha dejado de faltar, ¿qué es lo que queda? La plenitud de lo que es, que no es un Dios ni un sujeto»[136]. Incluso se puede alcanzar una mística vivida en la inmanencia, una experiencia del misterio del ser, un «sentimiento oceánico» (Freud).
      La gente piensa que el ateo es un hombre sin valores, pero esto no es cierto, dice Dennett. El secreto de la espiritualidad no tiene nada que ver con un alma inmortal sino con la capacidad de acercarse a la complejidad del mundo con humilde curiosidad y reconocer que siempre encontrará en él mundos dentro del mundo, bellezas que ni siquiera ha imaginado[137].
      Las propuestas ateas en este terreno son, en el fondo, un intento de huir del nihilismo en el que desemboca la muerte de Dios. El nihilismo es una ideología profundamente antihumana, porque el espíritu humano es siempre apuesta de futuro, de esperanza. El absurdo y la carencia de sentido no pueden tener la última palabra.
    i) Consecuencia práctica: promover un laicismo excluyente
      Examinados los argumentos, parece que puede sostenerse con fundamento que la finalidad última de estos nuevos ateos es política y social: promover un laicismo excluyente. El nuevo ateísmo tiene como objetivo eliminar todas las formas de creencia religiosa, incluso aquellas que se presentan como más moderadas.
      — Elogio del ateísmo
      Parte de la estrategia de promoción del laicismo es realizar un elogio, generalmente desmedido, del ateísmo. Sam Harris, en su «Carta a una nación cristiana» explica que en los estados americanos menos religiosos hay menos violencia, que las sociedades menos religiosas fueron las más florecientes y que las naciones que tuvieron un grado más alto de ateísmo fueron las más generosas[138]. Para Dawkins ser ateo equivale a ser realista y tener la mente abierta, de manera que ser ateo «es algo de lo que estar orgulloso» pues indica «sana independencia mental, incluso mente sana»[139]. El ateísmo equivale a reflexión vigorosa. Dice Harris: «el ateísmo no es una filosofía; ni siquiera una visión del mundo; es la admisión de lo obvio»[140].
      Por su parte, Comte-Sponville expresa en estos términos la alegría de ser ateo: «¡Qué libertad!, ¡qué júbilo! Sí, desde que soy ateo, tengo la sensación de que vivo mejor: más lúcidamente, más libremente, más intensamente»[141]. De esta manera buscan una legitimación cultural y social del ateísmo.
      — Contra la tolerancia de las religiones
      Una idea fundamental es que la construcción de un mundo sin religiones es condición para la paz y la tolerancia, para la resolución de los conflictos existentes en el planeta. Por ello, «esperamos una era abiertamente atea»[142].
      En consecuencia, hay que abandonar el respeto por las religiones, incluso por las que se presentan como más moderadas. La fe religiosa tiene una fuerza tremenda para pervertir las mentes, «La religión sensata, no fundamentalista, puede no estar haciendo eso. Pero está haciendo que el mundo sea un lugar seguro para los fundamentalistas al enseñar a los niños, desde su más tierna infancia, que la fe es una virtud»[143]. Por eso, dice Dawkins, no debemos culpar sólo a los extremismos, sino a la religión en sí misma. Consiguientemente, rechazan el principio ilustrado de tolerancia. «Debemos abandonar el principio del respeto automático a la fe religiosa»[144]. Dice Harris: «Va siendo hora de que reconozcamos que tenemos un enemigo común. Un enemigo tan cercano a nosotros, y tan engañoso, que hasta le pedimos consejo mientras amenaza con destruir cualquier posibilidad de felicidad humana. Nuestro enemigo no es otro que la fe misma»[145]. Debemos de dejar de ser hipócritas —dice Dennett— sosteniendo un principio de tolerancia ecuménica, aunque no creamos en ella. En el mundo de la religión la gente muere y mata[146].
      La religión ha recibido un respeto exagerado en las sociedades occidentales[147]. Goza de muchos privilegios inmerecidos. Uno de ellos es la enseñanza de la religión en las escuelas, que debe ser eliminada o, mejor, incluida en otras materias, que ayuden a entender cómo surgieron los mitos, las ficciones y los dioses. En su lugar, «podemos optar por la enseñanza del ateísmo»[148].
      No sería demasiado descabellado pensar que la caricatura de la religión que presenta el nuevo ateísmo es deliberadamente buscada con una finalidad social y política: criminalizan a las religiones para que, de esta manera, los estados democráticos tengan una razón para perseguirlas. Si no fuera así, resultaría difícil entender los errores elementales que comenten estos autores, sus simplificaciones, las desfiguraciones constantes de los argumentos del adversario, las descalificaciones y las acusaciones infundadas que repiten. Su intención es mostrar que las religiones generan mal y daño para la sociedad, lo que da a los Estados una razón para intervenir, legislar y limitar la actividad de los creyentes.
      — Ateísmo en la vida pública
      La consecuencia de todo ello es clara: el espacio público sólo puede ser ocupado por el ateísmo, que es la única actitud sensata ante el mundo. «El ateísmo no es una terapia, sino salud mental recuperada»[149].
      El filósofo francés M. Onfray propone con nitidez la necesidad de avanzar hacia un laicismo excluyente y postcristiano. Es necesario dar paso a una laicidad postcristiana, es decir, «atea, militante y radicalmente opuesta a cualquier elección y toma de posición entre el judeocristianismo occidental y el Islam que lo combate»[150]. Esta laicidad no puede ser neutral ante las religiones. No vale equiparar la religión y su negación, porque no se puede igualar el pensamiento mágico con el pensamiento racional. Al mismo tiempo, esta laicidad tendrá que proseguir el proceso de descristianización pero no sólo de la sociedad, sino de la misma metafísica y moral de occidente. Seguimos pensando, hablando y viviendo desde los valores moldeados por el judeocristianismo. Hay que ir, más allá de la laicidad, a un laicismo postcristiano. Caminamos de un modo inexorable hacia «el continente postcristiano»[151].
      En el trasfondo de estas posiciones existe un importante equívoco, pues se considera que el ateísmo es mera «ausencia de creencias» (Dawkins), por lo que sería la actitud recomendable en la vida pública. Mientras que la fe religiosa es una forma de abuso infantil porque pretende infundir unas creencias, el ateísmo no lo sería. Pero el ateísmo no es una mera ausencia de creencias sino una filosofía de la vida que, como las religiones, puede generar pasiones e incluso guillotinar cabezas[152].
4. Los principales desafíos del nuevo ateísmo
      Aunque las actitudes beligerantes de los nuevos ateos invitan poco al diálogo teológico, parece importante que la teología fundamental afronte los desafíos que plantean al creyente. Es iluminador preguntarse por qué la cuestión de Dios ha irrumpido de un modo tan sorprendente de nuevo en nuestro tiempo, por qué estas ideas han conseguido tan amplia difusión. Es fácil adivinar que en el trasfondo de este éxito hay muchos problemas no resueltos, tanto teóricos como prácticos.
      Por otra parte, también resulta pertinente ayudar al creyente a comprender la razonabilidad de su fe. La lectura de estos libros puede hacer tambalear la fe de los creyentes menos preparados para la discusión. Al menos, este es el objetivo manifiesto de los nuevos ateos[153].
      Los principales temas para la discusión son, según mi criterio, los siguientes:
    a) Diálogo sobre los valores que construyen la sociedad
      El nuevo ateísmo surge en buena parte como reacción frente a la ocupación de la vida pública por parte de cristianos evangélicos, especialmente en Estados Unidos. Frente a ello, el nuevo ateísmo reivindica el espacio público como terreno neutral desde el punto de vista religioso. Su pretensión es romper el vínculo multisecular entre cristianismo y occidente, que ha sobrevivido a pesar de los muchos procesos de secularización.
      Ya hemos indicado el equívoco que supone considerar lo laicista —y menos aún el ateísmo— como lo «neutral». Un espacio público limitado sólo a posiciones laicistas supone pretensiones absolutistas y acaba penalizando la creencia religiosa, excluyendo a todos los que tienen un punto de vista religioso. Pero también es cierto que hay que prever un espacio para los ateos. No tienen derecho a exigir que el espacio público sea ateo, pero su voz debe ser escuchada en el contexto de las sociedades plurales.
      Resulta especialmente importante dialogar sobre los valores que construyen la sociedad y sobre la aportación de las religiones. El Estado no puede permanecer neutral ante una realidad social que es buena y que contribuye a su crecimiento. La religión supone un beneficio para la construcción de la sociedad. La eliminación de la ayuda del Estado a las religiones empobrece sus aportaciones sociales y culturales. Una «laicidad positiva», ha dicho Benedicto XVI, deja espacio a la dimensión religiosa, que es fundamental en el espíritu humano, y «garantiza a cada ciudadano el derecho de vivir su propia fe religiosa con auténtica libertad, incluso en el ámbito público»[154].
    b) El problema epistemológico
      Un segundo tema, que se encuentra en el fundamento de estas posiciones, es el problema epistemológico. Aquí el debate recae sobre cuestiones como qué es racional creer y qué podemos saber; cómo obtener creencias y conocimientos racionales; hasta dónde llegan los métodos científicos y si existe el conocimiento sin creencia.
      El materialismo cientificista de los nuevos ateos no es consecuencia de la ciencia —como pretenden— sino una posición filosófica. La rigidez con que el «razonamiento empírico» se limita al mundo material proviene de una tesis metafísica, que debe ser confirmada por pruebas concretas y no puede ser simplemente afirmada como algo obvio. Por otra parte, ¿qué significa «empírico»?, ¿sólo lo material?, ¿es «empírica» la experiencia de amor personal?, ¿es «empírico» el conocimiento de la propia interioridad?, ¿qué es la «realidad factual»?, ¿sólo es fiable el conocimiento que proviene de las ciencias experimentales?
      En este sentido, resulta pertinente ayudar a los ateos a darse cuenta de las consecuencias de su reduccionismo epistemológico. Si sólo la ciencia experimental ofrece el conocimiento verdadero, ¿qué podremos saber del hombre?, ¿y del sentido de nuestra existencia?, ¿cómo saber lo que es bueno o malo? La mentalidad estrechamente cientificista es pragmática y considera una pérdida de tiempo siquiera plantearse lo que, para muchas personas, son las preguntas fundamentales. Es necesario ayudar a que las ciencias naturales se abran a otros planos cognoscitivos porque la racionalidad estrecha que propugnan se acaba volviendo contra el mismo hombre.
    c) Acrecentar el diálogo entre fe y ciencia
      El nuevo ateísmo nos recuerda la permanente necesidad de establecer puentes de la fe con la ciencia. Hay que pensar constantemente la fe en Dios en el contexto de los conocimientos que nos proporciona la ciencia y esforzarse por presentar a Dios en un lenguaje que resulte significativo para los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
      El debate actual entre ciencia y religión no puede estar en manos de los fundamentalismos ni científicos ni teológicos, cuyas posiciones alimentan el enfrentamiento. Los fundamentalismos científicos se escudan retóricamente en la ciencia, pero sus posturas de fondo son filosóficas. Por su parte, las lecturas fundamentalistas de la Escritura incapacitan también para el debate con la ciencia contemporánea.
      Es urgente establecer cauces de diálogo entre científicos y creyentes, basados en el respeto a la autonomía de la ciencia y al carácter propio del saber en la fe. Es preciso evitar los equívocos y las mutuas acusaciones, muchas veces retóricas. Y también que creyentes y teólogos se esfuercen por responder a los retos que plantea la ciencia contemporánea.
    d) Dar razón de la fe
      Todo ateísmo supone para el creyente el desafío de realizar un mayor esfuerzo para mostrar la racionalidad del creer. La fe no es una creencia ciega ni un acto irracional, como suponen, sino que dispone de razones.
      Hay que invitar al creyente a pensar, a que valore la razón. Ayudar a ver que la fe religiosa no significa el desprecio de la inteligencia, sino que invita a la reflexión y al cuestionamiento. Los sentimentalismos y fideísmos no son reacciones adecuadas frente a la ofensiva atea. Muchos cristianos han reaccionado a la secularización creciente con un repliegue en los ámbitos de la experiencia y de la subjetividad, pero así la fe corre el riego de dejar de ser una propuesta universal. Una fe firme requiere una razón audaz, como recordó Fides et Ratio[155].
      La mejor manera de hacer frente a esta ofensiva atea es formar a los creyentes para que conozcan mejor su propia fe. Los ataques de estos ateos no afectarán, probablemente, a las personas medianamente formadas, pero, seguramente, sembrarán muchas dudas en personas con poca formación religiosa. La acogida prestada a los escritos de estos personajes denota que muchas personas dudan y se interesan por los temas religiosos.
    e) Atención a los fundamentalismos religiosos
      Otro punto que debemos considerar es la necesidad de estar atento ante cualquier manifestación fundamentalista de la religión, manteniendo en todo momento abierta la razón. De modo particular, hay que llevar cuidado ante cualquier intento de instrumentalizar la religión, sobre todo si se realiza con fines violentos. Como creyentes hemos de reconocer con humildad que la religión ha sido en ocasiones fuente de violencia. Ciertamente los fundamentalismos generan muchos de los peligros que los ateos perciben: irracionalidad, fanatismo, imposición, violencia, etc. Muchas veces estos fundamentalismos se extienden y protegen bajo su apariencia de fe religiosa. Pero hay que comprender que el fundamentalismo es también una perversión de la fe religiosa.
      En general, convendrá permanecer atento ante cualquier fundamentalismo, también el de carácter laicista y relativista. Con claridad Comte-Sponville reivindica la libertad tanto de creer como de no creer y escribe: «Abomino de todos los fanatismos, incluidos los ateos»[156].
    f) Purificar la imagen de Dios
      El ateísmo es siempre un acicate para que purifiquemos la imagen de Dios que tenemos los creyentes. Ciertamente es muy difícil que un cristiano medianamente formado pueda reconocerse en las caricaturas que Dawkins y los demás autores hacen de su fe. Pero muchas objeciones que presentan los ateos son válidas. Es cierto que el creyente tiende a antropomorfizar a Dios. También que muchos creyentes no comprenden bien al Dios del Antiguo Testamento. El nuevo ateísmo nos presenta el desafío hermenéutico de comprender los pasajes «oscuros» del Antiguo Testamento.
      El creyente ha de tener presente que Dios no es un objeto más, sino misterio insondable y debe analizar con sentido crítico las representaciones utilitarias de Dios. La teología, por su parte, tiene que ser consciente de la dificultad de articular un discurso sobre Dios debido al carácter paradójico de su revelación, en la que Dios permanece oculto y misterioso, y es invitada constantemente a purificar el lenguaje sobre Dios.
      En relación con Dios, la experiencia de oscuridad es común tanto al creyente como al no creyente. También el hombre de fe tiene noches oscuras, porque Dios permanece siempre inaferrable para nuestros sentidos, nuestra imaginación y nuestra memoria. Sólo es alcanzable si el alma está dispuesta a arrancar las ilusiones de la mente y se dispone a adentrarse en el desierto y la noche, por-que Dios es tiniebla luminosa.
    g) Reivindicar el diálogo desde la humildad y el respeto
      Tanto creyentes como ateos deben estar dispuestos a ponerse en la piel del otro, para poder crecer en el diálogo. Creyentes y no creyentes pueden aprender mucho unos de otros en el diálogo.
      El creyente deberá reconocer los elementos positivos y laudables del ateísmo. Entre otras cosas, el intelecto laico ayuda a controlar y corregir algunas tendencias dañinas de las religiones. También será útil preguntarse por las razones del odio, la rabia y furia contra los creyentes que respiran los nuevos ateos.
      Por su parte el no creyente deberá preguntarse si después de tantos años de desprecio, dispone de instrumentos y fuerza moral para mantener una conversación honesta y respetuosa con los hombres religiosos. ¿Están dispuestos los laicistas a admitir que la tolerancia es un camino que tiene un doble sentido?
      En cualquier caso, deben evitarse las respuestas exaltadas. Para mantener un diálogo es esencial una consideración respetuosa de la dignidad recíproca. Precisamente en el mundo que surge después del 11 de septiembre, las personas laicas y las religiosas necesitan mucho más unas de las otras para construir una verdadera cultura del hombre. Debemos encontrar un espacio común en el que las personas laicas y las religiosas puedan colaborar.
    h) La permanente atracción de Dios
      Como creyentes, tenemos el firme convencimiento de que Dios sigue atrayendo el corazón del hombre. La pregunta por Dios está escondida en lo recóndito de su mismo ser. El creciente interés por cuestiones religiosas resulta significativo. El mismo ateísmo promueve una búsqueda espiritual y valora lo que significa la vida interior de las personas, aunque se proponga satisfacer esa sed espiritual con sucedáneos como el disfrute de la literatura o el arte, el misticismo sin Dios e, incluso, las drogas. Todo ello es signo de que el ser humano no puede vivir sólo de la razón. Necesita inexorablemente abrirse de alguna forma a la trascendencia.
Francisco ConesaCentro Superior de Estudios TeológicosAlicante. España
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  Notas
    [1] Al parecer, esta denominación fue usada en noviembre de 2006 por WOLF, G., «The Church of the Non-Believers», enWired
    [2] Ofrecen análisis globales de este fenómeno: AA.VV., «Ateos, ¿de qué Dios?», Concilium 337 (septiembre 2010); AGNOLI, F., Perché non possiamo essere atei. Il fallimento dell’ideologia che ha rifutato Dio, Piemme: Casale Monferrato, 2009; AIKMAN, D., The Delusion of Disbelief. Why the New Atheism is a Threat to Your Life, Liberty and Pursuit of Happiness, Tyndale: Carol Stream, 2008; BEATTIE, T., The New Atheists: The Twilight of Reason and the War of Religion, Maryknoll NY: Orbis Books, 2008; CRAIG, W L. (ed.), God is Great, God is Good: Why Believing in God is Reasonable and Responsible, Grand Rapids: InterVarsity Press, 2009; EAGLETON, T., Reason, Faith, and Revolution: Reflections on God Debate, New Haven: Yale Univ. Press, 2009; FLEW, A., There is a God: How the World’s Most Notorious Atheist Changed His Mind, New York: HarperOne, 2007 (apéndice: VARGHESE, R. A., «The “New Atheism”: A Critical Appraisal of Dawkins, Dennett, Wolpert, Harris, and Stenger»,161-183); HART, D. B., Atheist Delusions: The Christian Revolution and its Fashionable Enemies, New Haven: Yale Univ. Press, 2009; HAUGHT, J. F., God and the New Atheism: a Critical Response to Dawkins, Harris, and Hitchens, Louisville: West-minster John Knox Press, 2008; LOHFINK, G., Dio non esiste! Gli argumenti del nuovo ateismo, Cinisello Balsamo: San Paolo, 2010; MOHLER, A., Atheism Remix. A Christian Confront the New Atheists, Wheaton: Crossway Books, 2008; MOREROD, Ch., «Quelques athées contemporains à la lumière de S. Thomas d’Aquin», Nova et Vetera 82/2 (2007) 151-202; MYERS, D. G., A Friendly Letter to Skepics and Atheists, San Francisco: Jossey-Bass, 2008; NOVAK, M., Nessuno può vedere Dio. Il destino comune di atei e credenti, Roma: Liberal edizioni, 2010. Presenta una respuesta al ateísmo cientificista en su conjunto TIMOSSI, R. G., L’illusione dell’ateismo. Perché la scienza non nega Dio, Cinisello Balsamo: San Paolo, 2009.
    [3] HAUGHT, J. F., God and the new atheism, 21-24.
    [4] Así opina, entre otros, HART, D. B., Atheist Delusions, 6.
    [5] Samuel Harris, por ejemplo, dice: «No conozco un libro que critique con más dureza la religión» (HARRIS, S., El fin de la fe. Religión, terror y el futuro de la razón, Madrid: Paradigma, 2007, 235).
    [6] FLEW, A., There is a God, XVI-XVII. La reacción de Dawkins fue insinuar que Flew estaba ya anciano cuando se hizo teísta (DAWKINS, R., El espejismo de Dios, Madrid: Espasa, 2007, 93).
    [7] ODIFREDI, P., Por qué no podemos ser cristianos y menos aún católicos, Barcelona: RBA, 2008, 14.
    [8] Cfr. STEWART, R. B., «The Future of Atheism. An Introductory Appraisal», en STEWART, R. B. (ed.), The Future of Atheism. Alister McGrath and Daniel Dennett in Dialogue, Minneapolis: Fortres Press, 2008, 7; HAHN, S. y WI-KER, B., Dawkins en observación. Una crítica al nuevo ateísmo, Madrid: Rialp, 2011, 181-190.
    [9] DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 15.
    [10] Cfr. STEWART, R. B., «The Future of Atheism. An Introductory Appraisal», 6-7.
    [11] «How the World has Changed», en The Guardian (11/10/01).
    [12] DENNETT, D., «The Future of Atheism: a Dialogue», en STEWART, R. B. (ed.), The Future of Atheism, 21.
    [13] DAWKINS, R., El gen egoísta, Barcelona: Salvat, 2000. Un buen análisis de este autor en GIBERSON, K., y ARTIGAS, M.,Grades of Science. Celebrity Scientists versus God and Religion, Oxford: Oxford Univ. Press, 2007, 19-52.
    [14] DAWKINS, R., El relojero ciego, Barcelona: Labor, 1989.
    [15] DAWKINS, R., El capellán del diablo, Barcelona: Gedisa, 2006. La obra suscitará los primeros escritos críticos: MCGRATH, A., Dawkins’ God, Genes, Memes and the Meaning of Life, Oxford: Blackwell, 2005.
    [16] DAWKINS, R., El espejismo de Dios, Madrid: Espasa, 2007.
    [17] HITCHENS, C., Dios no es bueno. Alegato contra la religión, Barcelona: Debate, 2008. Con posterioridad publicó una recopilación de textos: Dios no existe. Antología de textos a favor del ateísmo, Barcelona: Debate, 2009. También, tuvo un debate con un teólogo evangélico conservador, que se publicó HITCHENS, C. y WILSON, D., Is Christianity Good for the World?, Moscow (ID): Canon Press, 2008.
    [18] Se pueden leer en HITCHENS, C., Dios no es bueno, 69. Hace notar Eagleton que el eslogan «la religión lo em-ponzoña todo» fue usado por Mao para asaltar la cultura y población del Tíbet (EAGLETON, T., Reason, Faith, and Revolution, 148).
    [19] Buenos Aires-Madrid: Ed. Katz, 2007.
    [20] HARRIS, S., El fin de la fe, 339.
    [21] HARRIS, S., Carta a una nación cristiana, Madrid: Paradigma, 2008.
    [22] HARRIS, S., Carta a una nación, XIV.
    [23] HARRIS, S., The Moral Landscape. How Science Can Determine Human Values, New York: Free Press, 2010.
    [24] Describe esta época en el prefacio de ONFRAY, M., La fuerza del existir. Manifiesto hedonista, Barcelona: Anagrama, 2008, 15-49.
    [25] ONFRAY, M., Tratado de ateología, Barcelona: Anagrama, 2006.
    [26] Cfr. ONFRAY, M., Tratado de ateología, 26s.
    [27] Cfr. ONFRAY, M., Tratado de ateología, 74-77.
    [28] Barcelona: Paidós, 2006. El libro debe mucho a anteriores debates mantenidos con Bernard Feillet, Alain Houziaux y Alain Rémond y ahora publicados como A-t-on encoré besoin d’une religion? (Ivry-sur-Seine: Editions de l’Atelier, 2003), y con el Padre Philippe Capelle en mayo de 2004 en la catedral de Rouen (CAPELLE, Ph. y COMTE-SPONVILLE, A., Dieu encore?, Paris: Cerf, 2006). Presenta sencillamente su pensamiento TELLEZ, J., Être moderne. Introduction à la pensé d’André Comte-Sponville, Meaux: Ed. Germina, 2008.
    [29] COMTE-SPONVILLE, A., El alma del ateísmo: introducción a una espiritualidad sin Dios, Barcelona: Paidós Ibérica, 2006, 17.
    [30] COMTE-SPONVILLE, A., El alma del ateísmo, 145.
    [31] TELLEZ, J., «Entretien avec André Comte-Sponville», en Être moderne, 140.
    [32] DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 23. Cfr. 69.
    [33] Cfr. HITCHENS, C., Dios no es bueno, 80-82, 25.
    [34] Cfr. HITCHENS, C., Dios no es bueno, 301-308.
    [35] Cfr. ONFRAY, M., Tratado de ateología, 21s.
    [36] Cfr. ONFRAY, M., Tratado de ateología, 25.
    [37] Cfr. ONFRAY, M., Tratado de ateología, 68.
    [38] HITCHENS, C., Dios no es bueno, 63.
    [39] HITCHENS, C., Dios no es bueno, 81.
    [40] HITCHENS, C., Dios no es bueno, 307. La tesis de la oposición de la fe a la ciencia conduce también a los nuevos ateos a sostener a toda costa que ningún científico serio cree en Dios. Harris ha escrito: «El hecho de que algunos científicos no detecten problemas con su fe religiosa simplemente prueba que es posible yuxtaponer ideas buenas e ideas malas» (HARRIS, S., The Moral Landscape, 160).
    [41] Cfr. McGRATH, A. y MCGRATH, J., The Dawkins Delusion? Atheist Fundamentalism and the Denial of Divine, Downers Grove IL: InterVarsity Press, 2007.
    [42] HARRIS, S., El fin de la fe, 65.
    [43] HARRIS, S., El fin de la fe, 225. «La fe religiosa es la creencia sin pruebas suficientes en una propuestas históricas y metafísicas determinadas» (p. 232). «La fe no es más que el permiso que se concede la gente religiosa para seguir creyendo cuando se queda sin razones» (HARRIS, S., Carta a una nación, 64).
    [44] DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 327.
    [45] DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 328. Dawkins se equivoca también cuando piensa que la fe no tiene nada que ver con la voluntad, que «no es algo que se pueda decidir» (p. 116). Vid. la crítica de CREAN, T., A Catholic replies to Professor Dawkins, Oxford: Family Pub, 2007, 59.
    [46] DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 329. «Quien tiene fe es inmune a toda argumentación» (p. 17).
    [47] DENNETT, D., Romper el hechizo. La religión como fenómeno natural, Madrid-Buenos Aires: Katz Editores, 2007, 75.
    [48] EAGLETON, T., Reason, Faith, and Revolution, 109.
    [49] HITCHENS, C., Dios no es bueno, 47.
    [50] HARRIS, S., El fin de la fe, 67.
    [51] HARRIS, S., El fin de la fe, 16-23.
    [52] HARRIS, S., El fin de la fe, 45.
    [53] MCGRATH, A., «Los ateísmos de superventas: el nuevo cientificismo», Concilium 337 (sept. 2010) 556.
    [54] HARRIS, S., Carta a una nación, 77.
    [55] HARRIS, S., El fin de la fe, 31.
    [56] HARRIS, S., El fin de la fe, 225.
    [57] HARRIS, S., El fin de la fe, 26.
    [58] HITCHENS, C., Dios no es bueno, 73.
    [59] HITCHENS, C., Dios no es bueno, 46. Aunque las religiones se presenten con una sonrisa, en el fondo son brutales (pp. 83s.); ejecutan a quienes las ponen en duda (p. 145).
    [60] HITCHENS, C., Dios no es bueno, 27.También en HARRIS, S., El fin de la fe, 77.
    [61] ONFRAY, M., Tratado de ateología, 189.
    [62] Cfr. COMTE-SPONVILLE, A., El alma del ateísmo, 41-43.
    [63] COMTE-SPONVILLE, A., El alma del ateísmo, 89-90.
    [64] Sobre este tema vid. D’SOUZA, D., What’s So Great About Christianity?, Washington: Regnery, 2007; WARD, K., Is Religion Dangerous?, Oxford: Lion, 2006.
    [65] AGNOLI, E., Perché non possiamo, 224.
    [66] Cfr. DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 39, 47 («un delincuente psicópata»).
    [67] Cfr. ONFRAY, M., Tratado de ateología, 81; cfr. 167.
    [68] ONFRAY, M., Tratado de ateología, 185 y 187.
    [69] HARRIS, S., El fin de la fe, 173.
    [70] HARRIS, S., El fin de la fe, 77.
    [71] COPAN, P., Is God a Moral Monster? Making Sense of the Old Testament God, Grand Rapids: Baker, 2011.
    [72] ONFRAY, M., Tratado de ateología, 59.
    [73] HITCHENS, C., Dios no es bueno, 203.
    [74] HITCHENS, C., Dios no es bueno, 215.
    [75] COMTE-SPONVILLE, A., El alma del ateísmo, 59.
    [76] COMTE-SPONVILLE, A., El alma del ateísmo, 57.
    [77] HARRIS, S., Carta a una nación, 23-30.
    [78] HARRIS, S., Carta a una nación, 54.
    [79] Cfr. DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 254-272.
    [80] HARRIS, S., Carta a una nación, 47.
    [81] COMTE-SPONVILLE, A., El alma del ateísmo, 131.
    [82] Cfr. HARRIS, S., Carta a una nación, 22, 172, 187, 191.
    [83] HAUGHT, J. E., God and the New Atheism, 24-27.
    [84] Cfr. DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 188-196.
    [85] ONFRAY, M., Tratado de ateología, 23.
    [86] ONFRAY, M., Tratado de ateología, 204.
    [87] HITCHENS, C., Dios no es bueno, 269. Lo mismo realiza HARRIS, S., El fin de la fe, 37-39. En su último libro intenta una explicación materialista al hecho de que tantas personas tengan creencias absurdas, llegando a sostener que «la frontera entre la enfermedad mental y las creencias religiosas respetables puede ser muy difícil de discernir» (HARRIS, S., The Moral Landscape, cap. 9).
    [88] COMTE-SPONVILLE, A., El alma del ateísmo, 28.
    [89] Cfr. COMTE-SPONVILLE, A., El alma del ateísmo, 134.
    [90] Cfr. DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 209-221.
    [91] DENNETT, D., Romper el hechizo, 106ss.
    [92] Cfr. MCGRATH, A., «The Future of Atheism: a Dialogue», 31.
    [93] Cfr. GOULD, S. J., Ciencia versus religión. Un falso conflicto, Barcelona: Crítica, 2000; vid. GIBERSON, K. y ARTIGAS, M., Oracles of Science, 53-85.
    [94] Cfr. DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 64-72.
    [95] DENNETT, D., Romper el hechizo, 37. Examen de Gould en 52s.
    [96] DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 83.
    [97] STENGER, V. J., God: The Failed Hypothesis, Amherst, NY: Prometheus Books, 2007, 15: «la hipótesis de Dios no es confirmada por los datos. Al contrario, es fuertemente contradicha por los datos».
    [98] Cfr. HITCHENS, C., Dios no es bueno, 85-88.
    [99] DENNETT, D., Romper el hechizo, 360; cfr. 48.
    [100] Cfr. DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 87-90.
    [101] DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 122.133; HITCHENS, C., Dios no es bueno, 87. También DENNETT, D., Romper el hechizo, 286; HARRIS, S., Carta a una nación, 69.
    [102] NAGEL, T., «The Fear of Religion» (Review of «The God Delusion»), The New Republic (23 oct. 2006) 26.
    [103] Cfr. una respuesta similar en CORNWELL, J., Darwin’s Angel. A Seraphic Response to «The God Delusion», Lon-don: Profile Books, 2007, 147-155.
    [104] FLEW, A., There is a God, XVIII.
    [105] Un certero estudio del argumento en COLLADO, S., «Análisis del diseño inteligente», ScriptaTheologica 39 (2007) 573-605. Hay que tener presente que el movimiento a favor de «diseño inteligente» surge como reacción a «El relojero ciego» de Dawkins. Su adalid fue JOHNSON, P. E., Darwin on Trial, Lanham: Regnery Gateway, 1991.
    [106] DENNETT, D., Romper el hechizo, 287. Vid. cap. 6 de HITCHENS, C., Dios no es bueno.
    [107] Cfr. HAHN, S. y WIKER, B., Dawkins en observación, 23-71. Hitchens, por su parte, se limita a decir que la evolución es más inteligente que nosotros (cfr. HITCHENS, C., Dios no es bueno, 104). Harris simplemente dice que «nadie sabe ni cómo ni por qué nació el universo» (HARRIS, S., Carta a una nación, 70).
    [108] Cfr. AGNOLI, F., Perché non possiamo, 35-41.
    [109] DENNETT, D., Romper el hechizo, 285; DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 93-96. «Una tradicional bobada» (HITCHENS, C., Dios no es bueno, 289).
    [110] Cfr. COMTE-SPONVILLE, A., El alma del ateísmo, 91.
    [111] Cfr. DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 164-166.
    [112] Cfr. argumentación de CREAN, T., A Catholic replies, 9-19.
    [113] NOVAK, M., Nessuno puó vedere Dio, 78. Cfr. 98.
    [114] HARRIS, S., Manifiesto ateo. Alude al tema HITCHENS, C., Dios no es bueno, 292.
    [115] HARRIS, S., El fin de la fe, 172.
    [116] Cfr. HARRIS, S., El fin de la fe, 173.
    [117] COMTE-SPONVILLE, A., El alma del ateísmo, 86.
    [118] HITCHENS, C., Dios no es bueno, 208.
    [119] ONFRAY, M., Tratado de ateología, 93. Aunque nos centramos en su crítica a la Biblia, Onfray Hitchens escriben también sobre El Corán (ONFRAY, M., Tratado de ateología, 175-181; HITCHENS, C., Dios no es bueno, cap. 9).
    [120] HARRIS, S., El fin de la fe, 85.
    [121] Cfr. HITCHENS, C., Dios no es bueno, 128-138.
    [122] HARRIS, S., Carta a una nación, 54-59.
    [123] ONFRAY, M., Tratado de ateología, 164 y 166.
    [124] Cfr. HITCHENS, C., Dios no es bueno, 120.
    [125] DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 109.
    [126] HITCHENS, C., Dios no es bueno, 132.
    [127] ONFRAY, M., Tratado de ateología, 127.
    [128] DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 109.
    [129] Cfr. ONFRAY, M., Tratado de ateología, 137.
    [130] Cfr. ONFRAY, M., Tratado de ateología, 142; DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 46.
    [131] DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 384.
    [132] DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 385.
    [133] HITCHENS, C., Dios no es bueno, 19.
    [134] HITCHENS, C., Dios no es bueno, 23.
    [135] Propuesta desarrollada en HARRIS, S., El fin de la fe, 204-222.
    [136] COMTE-SPONVILLE, A., El alma del ateísmo, 197.
    [137] DENNETT, D., Romper el hechizo, 351.
    [138] Cfr. HARRIS, S., Carta a una nación, 36-44.
    [139] DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 14.
    [140] HARRIS, S., Carta a una nación, 49. Vid. HITCHENS, C., Dios no es bueno, cap. 1.
    [141] COMTE-SPONVILLE, A., El alma del ateísmo, 23.
    [142] ONFRAY, M., Tratado de ateología, 60.
    [143] DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 305.
    [144] DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 327.
    [145] HARRIS, S., El fin de la fe, 130. «El respeto que exigen las creencias religiosas sirve de refugio a extremistas de todos los credos» (HARRIS, S., Carta a una nación, 15).
    [146] Cfr. DENNETT, D., Romper el hechizo, 338-339.
    [147] Cfr. DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 30s. Critica también los beneficios fiscales (p. 41).
    [148] ONFRAY, M., Tratado de ateología, 53.
    [149] ONFRAY, M., Tratado de ateología, 23.
    [150] ONFRAY, M., Tratado de ateología, 226.
    [151] ONFRAY, M., Tratado de ateología, 55s.
    [152] Cfr. CREAN, T., A Catholic replies, 119.
    [153] «Si este libro funciona tal como yo lo he concebido, los lectores religiosos que lo abran serán ateos cuando lo dejen» (DAWKINS, R., El espejismo de Dios, 16). Hitchens confía, al menos, en «menoscabar la fe» (HITCHENS, C., Dios no es bueno,174).
    [154] BENEDICTO XVI, Mensaje a Marcello Pera, Presidente del Senado Italiano (11-X-2005). Es importante también elDiscurso a los juristas católicos (17-XII-2006) y Discurso ante las autoridades del Estado (París, 12-XI-2008).
    [155] JUAN PABLO II, Enc. Fides et Ratio, 48.
    [156] COMPTE-SPONVILLE, A., El alma del ateísmo, 111.

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