«Enseñarás
a volar, pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a vivir, pero no vivirán
tu vida. Sin embargo... en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño,
perdurará siempre la huella del camino enseñado»” (Rabino Edy Kaufman)
Llega
el fin de semana, y con él, el anuncio inevitable de nuestros hijos
mayores: «mamá, esta noche salgo con mis amigos».
Esta
sencilla frase marca la diferencia del concepto actual que tienen
muchos jóvenes —por supuesto, y repito una vez más, mayores de edad—,
sobre qué es o no es salir por la noche. Porque, «voy al cine», «voy a cenar con mis amigos» o simplemente, «voy a ver el partido a casa de Juan», y llegar a las tres o cuatro de la mañana, para ellos no es salir.
«Esta noche salgo»
es mucho más. Es pasar la noche de fiesta y llegar a casa cuando está
amaneciendo, desayunar con tus padres y comentar la noche: dónde y con
quién han estado, si lo han pasado bien, si se han encontrado con algún
problema , o simplemente, ver el estado —de embriaguez o no— con el que
vuelven a casa. De cómo nos encontremos a nuestro hijo podremos saber
cómo ha transcurrido su noche.
Esta
pequeña conversación, no solo muestra la preocupación y el interés por
su salida, sino que abre la puerta a un dialogo, que, les aseguro por
experiencia, es de lo más “instructivo” para la educación de nuestros hijos a corto y a largo plazo.
Y
después de esta charla fraternal, los padres empezamos el día mientras
muestro hijos se van a la cama a descansar, como mínimo, hasta la hora
de comer en familia. Eso sí, con ojeras y el mal humor que acompaña a la
falta de sueño y el cansancio.
Ahora
bien, como es natural, este cambio de concepto de ocio nocturno —que
los padres asumimos impasibles como inevitable—, es lo que se convierte
para muchos de nosotros cada fin de semana en un dilema sobre cómo
actuar, y cómo no, en un motivo de preocupación y desasosiego. «No
nos gustan mucho estas salidas, es más, no acabamos de comprenderlas,
pero, ¿no son mayores y responsables para que confiemos en ellos?», nos decimos. «¿No
les hemos enseñado a tener la confianza suficiente con nosotros para
que nos cuenten dónde y con qué amigos van a pasar esas horas? ¿No hemos
hablado con ellos durante largas horas sobre los peligros de la noche y
les hemos dado armas suficientes para prevenir los daños físicos y
morales que tienen estas salidas nocturnas con seguridad y confianza?
¿No les prevenimos constantemente, muchas veces de manera machacona,
sobre los riesgos que supone para la salud el placer atractivo,
inmediato, y asequible del consumo de sexo, drogas y alcohol?».
Solo
hay que mirar atentamente esta imagen para comprender alguna de sus
razones. Fraccionar de manera abrupta la semana: los días de trabajo y
estudio intenso; y el fin de semana de ocio donde se permiten
actividades que fracturan la rutina cotidiana, resulta peligroso para el
óptimo desarrollo de nuestros hijos. Por ejemplo, un desorden físico
derivado del desorden en el horario de descanso y de la habitual vigilia del fin de semana.
Aun así, a muchos padres nos cuesta entender y encontrar el quid del buen hacer en la educación de nuestros hijos en este tema.
Mientras
unos creen conveniente poner límites para protegerles, e incluso,
llevándose por el tremendismo, la coacción, o la imposición, niegan y
zancadillean reiteradamente las salidas por la noche por miedo a
los peligros; otros, aceptan con naturalidad, al mismo tiempo que con
unas dosis de turbación, que sus hijos se hacen mayores, y reclaman más
libertad.
En ningún momento considero ni normal ni bueno
las salidas nocturnas de mis hijos mayores .Pero yo a su edad estaba
casada, vivía independiente y tenía ya dos hijos, y planteaba mi vida
coherentemente con la formación cristiana que había recibido de mis
padres durante años, con un juicio moral propio, con autodominio, y con
un uso responsable y comprometido de mi libertad, a pesar de equivocarme
muchas, muchas veces.
Simplemente
planteo la disyuntiva en la que nos encontramos los padres con hijos
mayores que supone correr el riesgo de respetar la libertad de los hijos
conscientes de que la formación que les hemos dado durante años, los
cuidados físicos y espirituales, y los argumentos de infinidad de
charlas que hemos y seguimos manteniendo con ellos, sea lo que les guíe
por el camino correcto al bien en su vida, libremente, y por qué les da la gana. Como dice San Josemaría Escrivá de Balaguer, (Conversaciones, n. 104), «los
padres que aman de verdad, que buscan sinceramente el bien de sus
hijos, después de los consejos y las consideraciones oportunas, han de
retirarse con delicadeza para que nada perjudique el gran bien de la
libertad, que hace al hombre capaz de amar y de servir a Dios. Deben
recordar que Dios mismo ha querido que se le ame y se le sirva en
libertad, y respeta siempre nuestras decisiones personales».
Les
hemos educado para convertirlos en buenos hijos de Dios, adultos
libres, responsables y autosuficientes, y nos guste o no, hemos de
aceptar con confianza su criterio. Saber que sus padres tienen esperanza
en ellos, aunque alguna que otra vez nos decepcionen y nos vean
derramar alguna que otra lágrima por ellos, les llena de satisfacción y
ganas de no defraudarnos.
«Llegamos —nos recordaba S.S. Benedicto XVI, en el Mensaje a la Diócesis de Roma sobre la tarea urgente de la educación, el 21 de enero de 2008—, al
punto quizá más delicado de la obra educativa: encontrar el equilibrio
adecuado entre libertad y disciplina. Sin reglas de comportamiento y de
vida, aplicadas día a día también en las cosas pequeñas, no se forma el
carácter y no se prepara para afrontar las pruebas que no faltarán en el
futuro. Pero la relación educativa es ante todo encuentro de dos
libertades, y la educación bien lograda es una formación para el uso
correcto de la libertad. A medida que el niño crece, se convierte en
adolescente y después en joven; por tanto, debemos aceptar el riesgo de
la libertad, estando siempre atentos a ayudarle a corregir ideas y
decisiones equivocadas».
Educar
la libertad de nuestros hijos presupone mucho amor, mucha confianza,
mucho respeto (aunque se equivoque), mucha delicadeza al corregirle,
muchas horas, mucha oración, mucha paciencia,.....y por supuesto, mucha
gracia sobrenatural para acertar.
Por ello, como podemos leer en el trabajo de José Javier Castiella Rodríguez, La vulnerabilidad del menor, «es
mucho más aconsejable la conversación pausada sobre el tema, la
negociación libre y el razonamiento sobre los riesgos reales, no
precisamente coincidiendo con el momento de fijar la hora de regreso una
noche sino más bien, haciéndolo coincidir con momentos gratos, en los
que la actitud del adolescente es más positiva, abierta y agradecida
(...) Las modas pasan y del mismo modo que se pueden promover, se pueden
también atajar. En el caso que nos ocupa, la moda noctámbula es
claramente negativa para el óptimo desarrollo de los adolescentes. El
mundo de los adultos, que observa y es consciente de los perjuicios que
se derivan de la misma, no tiene derecho a permanecer inactivo. Debe
promover los resortes con los que liberar al relevo generacional de la
sociedad, de la moda perjudicial».
iQue
nunca un hijo nuestro pueda decir que hemos descuidado nuestra
obligación de ayudarles y/o corregirles, por comodidad, ignorancia,
miedo, o la nesciencia del que no sabe lo que está obligado a saber!
Remedios Falaguera
Almudí
Almudí
Hola Padre Juan, tenemos ese mismo problema en mi casa con mi hermana de 32 años. Todos los fines de semana se va con los "amigos" o un "amigo" a tomar(a veces ni sabemos con quién anda ni a dónde va), antes venía borracha y ahora no llega sino ya a la tarde del día siguiente. Nos miente con la hora de llegada: nos dice "voy en en un rato" y ese rato es la tarde del día siguiente. perdió a su hijo de 11 años por el mismo problema(se fue a vivir con su papá). Mi mamá sufre mucho por su causa y yo tal vez no he sabido cómo hablarle. No escucha solo me dice: "sé feliz y déjarme ser feliz" Está como ciega y sorda. He decidido no decirle más nada, Sólo nos queda rezar.Yo tengo 31 años y a pesar que también en el pasado, antes de conocer a Dios, fui a fiestas y llegué a tomar no la entiendo solo pienso que debo confiar y orar al Señor para que a ella le conceda también la gracia de conocerle, pero es muy doloroso ver a mi hermana así y ver cómo arruina su vida poco a poco!!!!
ResponderEliminarCon los datos que me das no te puedo dar un consejo preciso. Es un problema grave y complejo. Sigue rezando por ella. Si le sigues hablando con fortaleza y cariño tus consejos acabarán dejando huella. Escríbeme si quieres a mi mail y te contestaré. Un cordial saludo.
ResponderEliminarjrdpgo@gmail.com