lunes, 9 de abril de 2012

Resucitar con Cristo

   La Resurrección de Cristo introduce en nosotros un nuevo modo de razonar, de ver las cosas, porque Cristo al Resucitar deja sin palabras a la muerte; deja sin puestas infranqueables la Vida Eterna. Ningún acontecimiento en la historia de los hombres ha tenido mayor influencia en sus vidas, en sus costumbres, en sus civilizaciones. Los cristianos sabemos, no sólo creemos- del "realismo de la Resurrección de Jesucristo, acontecimiento histórico (milagroso) y trascendente".


   Poncio Pilato fue el primer gobernante sorprendido por la Resurrección; y como experimentado gobernante romano, no se dejaba impresionar fácilmente por fantasías. Hizo todo lo posible para que el acontecimiento no destruyera la paz, el orden, en el pequeño territorio que dependía de su poder. No quería encontrarse con la enemistad del César. De nada le sirvió. Hoy; en todo el orbe de la tierra se celebra, con júbilo, la Resurrección de Cristo.

   El ansia de permanecer , de ser inmortal, que late en el corazón de los hombres, no se alcanza con lápidas que se llenan pronto de moho y de suciedad, cundo no son partidas en dos por algún rayo. Y mucho menos, con un puesto en una academia de hombres que, a sí mismos, les dio un día por calificarse de "inmortales", y que van viendo bajar a sus miembros a la sepultura, uno a uno. Y en la sepultura permanecer.

   Tampoco concede al hombre la inmortalidad una gran familia, el recuerdo de una gran obra realizada en la política, en la cultura. El paso del tiempo acompaña a todas las civilizaciones, a todas las culturas, a todas las generaciones hacia las arenas del desierto.

   "Buscad  los bienes de allá arriba". "Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios".
La Resurrección de Cristo; ese acontecimiento histórico, ocurrido en la historia, en un lugar preciso y en un momento del trascurrir del tiempo bien establecido, ha roto definitivamente  la ilusión del girar del tiempo sobre sí mismo. Cristo Resucitado deja sin sentido alguno el mito del "eterno retorno", que Nietzsche, en el momento de su más honda locura, quiso proclamar a los cuatro vientos.

La Resurrección de Cristo ahoga ya en su nacer el anhelo de Sartre, y con él de otros intelectuales "inmortales", de condenar al hombre a ser sencillamente un "ser-para-la-muerte". El panorama de la Vida Eterna se abre ya, definitivamente, en el horizonte de la vida de los hombres; y la esperanza de resucitar con Cristo, abre a todos los seres humanos las puertas del Cielo.

Los atenienses cerraron sus oídos a las palabras de san Pablo cuando comenzó a hablarles de la Resurrección, y su civilización fue salvada por quienes creyeron en la Resurrección.

Personas que no eran seres-para-la-muerte, sino criaturas de Dios para la eternidad.  Sólo el "ser-para-la-vida", el "ser-para la-vida-eterna" construye civilizaciones, da lugar a las culturas, origina familias y generaciones; y es constructor de paz, de justicia, de Amor.

El "ser-para-la-vida-eterna" resucita con Cristo. Resucita de la muerte y del pecado. Aparta su mirada de la cólera, del enojo, de la maldad, de la impureza, de la mentira. En una palabra, de lo que es muerte; y descubre la vida en la luz de Dios, en la luz de la Resurrección de Dios hecho hombre.
Y en esa Luz reconoce a Cristo en su propia casa, en sus hijos, en su familia, en sus vecinos, en sus compañeros de trabajo. Los comprende mejor, y los ama de veras, porque en la Luz de Cristo resucitado, los sirve, los acompaña en sus sufrimientos y en sus alegrías

En la alegría, en el gozo de la Resurrección de Cristo, el hombre encuentra la fuerza, la fe, la esperanza, la caridad, para construir civilización y cultura "de amor y de vida", en solidaridad con todos los hombres de la tierra.

Ernesto Juliá Díaz

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