La Resurrección de Cristo introduce en nosotros un nuevo modo de razonar, de ver las cosas, porque Cristo al Resucitar deja sin palabras a la muerte; deja sin puestas infranqueables la Vida Eterna.
Ningún acontecimiento en la historia de los hombres ha tenido mayor
influencia en sus vidas, en sus costumbres, en sus civilizaciones. Los
cristianos sabemos, no sólo creemos- del "realismo de la Resurrección de
Jesucristo, acontecimiento histórico (milagroso) y trascendente".
Poncio Pilato fue el primer gobernante sorprendido por la
Resurrección; y como experimentado gobernante romano, no se dejaba
impresionar fácilmente por fantasías. Hizo todo lo posible para que el
acontecimiento no destruyera la paz, el orden, en el pequeño territorio
que dependía de su poder. No quería encontrarse con la enemistad del
César. De nada le sirvió. Hoy; en todo el orbe de la tierra se celebra,
con júbilo, la Resurrección de Cristo.
El ansia de permanecer , de ser inmortal, que late en el corazón de
los hombres, no se alcanza con lápidas que se llenan pronto de moho y de
suciedad, cundo no son partidas en dos por algún rayo. Y mucho menos,
con un puesto en una academia de hombres que, a sí mismos, les dio un
día por calificarse de "inmortales", y que van viendo bajar a sus
miembros a la sepultura, uno a uno. Y en la sepultura permanecer.
Tampoco concede al hombre la inmortalidad una gran familia, el
recuerdo de una gran obra realizada en la política, en la cultura. El
paso del tiempo acompaña a todas las civilizaciones, a todas las
culturas, a todas las generaciones hacia las arenas del desierto.
"Buscad los bienes de allá arriba". "Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios".
La Resurrección de Cristo; ese acontecimiento histórico, ocurrido en
la historia, en un lugar preciso y en un momento del trascurrir del
tiempo bien establecido, ha roto definitivamente la ilusión del girar
del tiempo sobre sí mismo. Cristo Resucitado deja sin sentido alguno el
mito del "eterno retorno", que Nietzsche, en el momento de su más honda
locura, quiso proclamar a los cuatro vientos.
La Resurrección de Cristo ahoga ya en su nacer el anhelo de Sartre, y
con él de otros intelectuales "inmortales", de condenar al hombre a ser
sencillamente un "ser-para-la-muerte". El panorama de la Vida Eterna se
abre ya, definitivamente, en el horizonte de la vida de los hombres; y
la esperanza de resucitar con Cristo, abre a todos los seres humanos las
puertas del Cielo.
Los atenienses cerraron sus oídos a las palabras de san Pablo cuando
comenzó a hablarles de la Resurrección, y su civilización fue salvada
por quienes creyeron en la Resurrección.
Personas que no eran seres-para-la-muerte, sino criaturas de Dios
para la eternidad. Sólo el "ser-para-la-vida", el "ser-para
la-vida-eterna" construye civilizaciones, da lugar a las culturas,
origina familias y generaciones; y es constructor de paz, de justicia,
de Amor.
El "ser-para-la-vida-eterna" resucita con Cristo. Resucita de la
muerte y del pecado. Aparta su mirada de la cólera, del enojo, de la
maldad, de la impureza, de la mentira. En una palabra, de lo que es
muerte; y descubre la vida en la luz de Dios, en la luz de la
Resurrección de Dios hecho hombre.
Y en esa Luz reconoce a Cristo en su propia casa, en sus hijos, en su
familia, en sus vecinos, en sus compañeros de trabajo. Los comprende
mejor, y los ama de veras, porque en la Luz de Cristo resucitado, los
sirve, los acompaña en sus sufrimientos y en sus alegrías
En la alegría, en el gozo de la Resurrección de Cristo, el hombre
encuentra la fuerza, la fe, la esperanza, la caridad, para construir
civilización y cultura "de amor y de vida", en solidaridad con todos los
hombres de la tierra.
Ernesto Juliá Díaz
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