No tengo noticia de si el gobierno del PP quiere recuperar o no algunas aportaciones especialmente brillantes de la malograda ley de calidad de la enseñanza, que trituró el PSOE en sus primeros días de mandato. Vuelven, por cierto, ahora a hablar de consenso, como hace unos meses, cuando todo indicaba que les quedaban ya pocos telediarios. Pero así es la triste política educativa española que, forzoso es reconocerlo –salvo fallo de mi ya trabajada memoria‑, sólo ha conocido un Libro Blanco: el que promovió Ricardo Díaz-Hochleitner, como prólogo a la importante ley general de educación de 1970.
En aquella tardía ley del PP de Aznar –y Wert parece seguir los
mismos pasos‑, se reguló con estilo europeo y buen laicismo la enseñanza
del hecho religioso, en los diversos niveles y cursos. Porque, como no
mucho antes había subrayado cuando gobernaba Jospin alguien no
precisamente cavernícola, Régis Debray, importan mucho los aspectos
transversales del estudio de las creencias religiosas en un sistema
laico, respetuoso de los diversos compromisos personales. Esa realidad
cultural forma parte de la historia de Europa, y resulta imprescindible
para entender también jalones decisivos de su evolución, de su arte y de
sus costumbres.
En este contexto, me apena que no se haya zanjado el debate planteado
por una antigua profesora de un colegio público de Almería. Porque
refleja esquemas impropios de una aproximación seria a tan delicada
cuestión. No se puede poner en manos de cualquiera la enseñanza de la
religión: hace falta una idoneidad, obtenida normalmente en aulas
universitarias o profesionales; y, además, los requisitos establecidos,
según el mandato de la Constitución española, en los acuerdos del Estado
con los representantes de las diversas confesiones con implantación
social.
Para la Religión católica, se fijó –además de la cualificación
académica común‑ una "declaración eclesiástica de idoneidad", que se
obtiene tras superar unos cursos en centros dependientes de Facultades
de Teología. Con esos requisitos, y tras comprobar la indispensable
coherencia de vida, cada obispo en su diócesis realiza anualmente los
nombramientos. Como, en su caso, harán las autoridades religiosas de
otras confesiones.
El Estado respeta ese procedimiento, derivado de la libertad
religiosa. Así se vive en Italia para la llamada "hora de religión",
después de la actualización del Concordato de Letrán de 1984. Y así lo
declaró unánimemente no hace mucho el Tribunal Supremo de Estados Unidos
ante una demanda semejante a la que coletea en Almería. Porque la
famosa Primera Enmienda se opone a toda intromisión en el régimen
interno de una iglesia, a la que se privaría del control sobre la
selección de aquellos que personificarán sus creencias, si el gobierno
interviniese en los nombramientos eclesiásticos. Supondría un
cesaropapismo obsoleto.
Aunque la enseñanza de la religión católica en la escuela no se
confunde con la catequesis, exige coherencia de vida en los maestros.
Así lo entendió el obispado de Almería en 2001 al sustituir a la
profesora en cuestión, tras contraer matrimonio civil con un hombre
divorciado.
Una sentencia del Tribunal Constitucional de 1997 había fallado ya a
favor de esa praxis. La nueva, tardía y caótica de 2012, la cita
profusamente, pero sorprendentemente acaba concediendo amparo a la
profesora por su derecho a no sufrir discriminaciones personales por su
libertad ideológica, así como a la intimidad personal y familiar. Se ha
apresurado a intentar cobrar los salarios no percibidos desde entonces,
190.208 euros, transformando un contrato temporal en indefinido. Sin
duda, la inexplicable lentitud del TC no es ajena al desastre: un asunto
que entra en su registro mayo de 2002 se decide en ¡abril de 2011! Así
no puede funcionar un país moderno.
En el fondo, la coherencia de vida resplandeció en los viejos
maestros, algo que enorgulleció a unos profesionales no siempre
reconocidos social ni económicamente. No tiene, por tanto, nada de
extraño que no sea idóneo para enseñar religión católica quien se aparta
manifiestamente de su doctrina. Esto no transforma la clase en
catequesis, ni a sus profesores en curas. Simplemente refleja la
práctica de otros países de Europa, como Alemania, Italia o el Reino
Unido. Incluso, ahora, paradójicamente, la Rusia de Putin.
Ernesto Juliá
Ernesto Juliá
RELIGIÓN CONFIDENCIAL
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