martes, 4 de junio de 2013

Esperanza

   
   Amén de nombre de cantaoras, artistas y políticas, esperanza es un modo de estar en el mundo. En El hombre y sus alrededores, el último ensayo de Higinio Marín, se hace una deslumbrante descripción de nuestra época centrada en la esperanza, o su falta. Hombre y alrededores que parafrasea el yo y mis circunstancias orteguiano, centrado este en el yoísmo y las circunstancias como anexo. 

   Marín despliega todo un aparato de lujosa erudición y sentido común, para explicar que el yo sólo llega a ser tal precisamente por sus alrededores. Es la circunstancia de mis alrededores: Dios los cría y ellos se juntan, dice el refrán. Los demás son los que hacen configurarme como yo soy; a la vez que uno también configura a los demás como son. En este sentido, la esperanza es constitutiva de una visión personal que me trasciende y que repercute en los otros. 

   El esperanzado es el que da tiempo al tiempo en una búsqueda de sentido que solo puede consistir en ayudar a los demás. Es paciente porque mira hacia adelante. Sabe esperar porque confía en la bondad del corazón. El artefactado es aquel que solo mira al pasado, quedando en congelación, en foto-finish, como la mujer de Lot que miró atrás y se transformó en estatua de sal. Se dice, y con razón, que la esperanza es lo último que se pierde. Pero sólo se puede perder lo que se tiene cuando ya no se necesita. 

   Es el último suspiro de un mundo que se acaba y de otro genuinamente acabado que nos espera. Por esto, Marín concluye, y me encanta, que «la esperanza no consiste en cerrar los ojos a la realidad con frecuencia triste, sino en negarle a lo nefasto y dominante el estatuto de lo definitivo». Y esto contra-conecta con la angustia heideggeriana del hombre: un ser arrojado al mundo que proviene de la nada y se abisma a la nada. El angustiado es el que ha perdido toda esperanza. No hay nada más triste que el desesperanzado: es melancólico y paralizado paralizante.

   Como en las buenas películas, hay que esperar, quizá contra toda esperanza, que todo acabará felizmente. Que nuestra biografía no será truncada por el sinsentido de la muerte. Que nuestro personal The end habrá configurado, en medio de los avatares de la vida presente, con sus tristezas y sufrimientos, con sus alegrías y gozos, un final feliz. Entonces, en efecto, la esperanza será lo último que se pierda, porque habremos trascendido lo efímero del tiempo para entrar en lo definitivo de lo eterno.

Pedro López

El Levante- EMV

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