No voy
contra nadie porque todos cabemos en el título de este artículo. Si nos
atenemos a la famosa definición de Ulpiano, justicia es la constante y perpetua
voluntad de dar a cada uno su derecho. ¿Quién no ha mentido alguna vez a quien
tiene derecho a la verdad?
¿Alguien no ha murmurado nunca del que posee el
derecho a la buena fama? Tomo estos
ejemplos por ser las injusticias más fáciles
de cometer. El mismo jurista romano
resumía en tres los preceptos del "ius": vivir honestamente, no
causar daño a otro y dar a cada uno su derecho.
Es cierto
que la noción de Derecho ha ido cambiando con el tiempo. Por eso acudo a un
clásico con quien es difícil discrepar, porque en esos preceptos pueden caber
todos los Derechos del Hombre. Con este preludio, voy al cuerpo del artículo
que quiere referirse a la conculcación de la justicia por parte de quienes más
cabría esperarla: legisladores, jueces, juristas, médicos, sacerdotes,
educadores, gobernantes... No seré exhaustivo, pero seguramente todos esperamos
más justicia de quienes ejercen esas profesiones vitales en la sociedad, aunque
sea exigible a todos.
Los
legisladores ejercitan la injusticia -siempre desde mi punto de vista- cuando
promulgan leyes malas, ya se refieran a temas económicos, a los que solemos ser
más sensibles, ya sean auténticas
conculcaciones de lo natural. Los jueces no quedan exentos de la injusticia, a
pesar de ser profesionales directos para impartirla, cuando se dejan presionar,
corromper, politizar, etc. Los juristas -me refiero ahora a los estudiosos del
Derecho-, en una gran medida, se han apartado progresivamente de los
Derechos Humanos, para trabajar
exclusivamente sobre el Derecho positivo. Es cierto que por ahí les lleva la
vida, pero se echan de menos algunas voces protectoras de la persona.
Hay médicos
que invitan al aborto o a la eutanasia como medios "infalibles" y
únicos de arreglar determinadas situaciones, o recetan -aunque ahora es menos
posible- la medicina del laboratorio que paga. Y sí, también existen sacerdotes
injustos, y no trato ahora de la pederastia, sino de nuestra falta de santidad,
de identificación con Cristo, que nos
convierte en malos funcionarios. Educadores ideologizados que sólo enseñan a
pensar en dirección única, la del pensamiento dominante, tapón de la libertad.
¿Qué puedo decir de los gobernantes y de la oposición? Bastaría pensar en la
corrupción nueva de cada día o en un gobierno u oposición viviendo a golpe de
encuesta en lugar de buscar el bien común. Faltarían financieros, Entes
vigilantes, empresarios...
No puedo
acabar así. Por fortuna, hay una mayoría de personas sustancialmente justas,
aunque todos fallemos en temas "menores". Esa mayoría ha de luchar
por una sociedad en la que el Derecho impere de verdad. Y con él -vuelvo a
Ulpiano-, la vida honesta, el empeño por no inferir daño a nadie y la constante
voluntad de dar a cada uno su derecho.
Pablo Cabellos Llorente
Publicado en Levante-EMV el 04-06-2013
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