Como se ha visto en las multitudinarias manifestaciones en Francia, no todos los homosexuales quieren definir su unión amorosa como «matrimonio». Unos, porque «pasan» de calificarse al modo tradicional y consideran su unión otra cosa. Son los que dicen: no hemos dado la batalla social para ahora «casarnos».
Los otros, porque valoran la importancia de tener una madre y un padre y no quieren privar a los niños de ello. El debate se ha reavivado después de la sentencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos aboliendo el blindaje del matrimonio heterosexual que había establecido Bill Clinton.
Dicen esos jueces que es inconstitucional restringir el matrimonio a los heteros y que cada estado es libre de regular la cuestión como quiera. Independientemente de nuestra orientación sexual, somos muchos y muchas los que consideramos que uno de los grandes regalos de la vida es la divertida y creativa diferencia entre varones y mujeres y su influencia en la crianza de los hijos. ¿Qué pasa, que un homosexual partidario de la familia tradicional, de la definición del matrimonio como la unión de hombre y mujer, es homófobo? No hay absurdo mayor. Es sabida la dificultad que entraña criar a los hijos en soledad, seas hombre o mujer.
Los estudios más recientes están probando, por ejemplo, que los chicos sin padre se hacen más violentos y las niñas se quedan más frecuentemente embarazadas. Asimismo, los hijos e hijas sin madre son más inseguros. ¿Por qué? Porque el padre establece mejor los límites educativos y la madre proporciona mayor ternura. Sencillamente, somos distintos. Y de esa diferencia nace la riqueza del matrimonio. Definir las uniones de hecho, sean homosexuales o heterosexuales, de forma alternativa a aquél no es discriminarlas, es darle espacio propio al matrimonio formado por hombre y mujer, que educa a las personas en la diversidad sexual.
Por el contrario, eliminar esta diferencia sexual como dato indispensable del matrimonio es esconder que para los hijos es fundamental tener delante un papá y una mamá. Recientemente un amigo mío discutía con una pareja homosexual cuyos miembros se llamaban respectivamente «maridos». «De eso nada –les aclaró–, ustedes no son dos maridos en España. Ustedes son cónyuge A y cónyuge B, su sexo es irrelevante». Se quedaron sorprendidos, pero después de reflexionarlo, coincidieron en ello. Aquí no hay hombre ni mujer que valga. Aquí hay unidades amorosas y reproductivas neutras. Queda en el aire la pregunta de si los niños tienen derecho a un padre y una madre. Pero al legislador no le importa.
Cristina López Schlichting
La Razón
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