El comportamiento humano, la ética, no es una invención de la filosofía ni de la religión, aunque luego el ser humano que se pregunta por su origen y final dé un sentido trascendente a su naturaleza mortal, lo que, evidentemente, no puede hacer el bonobo
Recientemente, la radiotelevisión pública británica, BBC, reseñaba un libro del primatólogo holandés De Waal. Destacaba cómo los pilares básicos de la moral humana, la justicia y la misericordia, tienen un eco entre los bonobos: simios con un origen común a los chimpancés y gorilas.
El autor, después de 40 años dedicado a la etología del bonobo, llega a unas conclusiones apasionantes. Afirma que la ética (ciencia de las costumbres) humana tiene parecidos con el comportamiento (etología, ciencia de la conducta animal) de los simios. Afirma que muchos de los patrones morales presentes en los bonobos también lo están en el ser humano y que, por tanto, no responden lógicamente a imposiciones de tipo filosófico o religioso. Aparentemente esta afirmación puede conducir a pensar que la filosofía y la religión son superestructuras, pero en el fondo está diciendo que los modos de ser están inscritos en nuestros genes: un autor clásico diría sencillamente que la ley natural la llevamos pegada al pellejo.
No es nada nuevo. Aristóteles, hace 25 siglos, tenía la misma opinión; y Tomás de Aquino, habló, siguiendo la estela del estagirita, de que la ley no viene de fuera, sino que está inscrita en el corazón del hombre, tal como afirmara san Pablo en su carta a los Romanos.
Se trata de un tema clásico en el mejor de los sentidos. Es más, De Waal afirma que «la moral no pasa por una decisión que se toma o que se impone desde arriba −filosofía, religión o incluso autoridad− sino que es innata al comportamiento social humano, de modo semejante a nuestros parientes los primates». Claro que hay que matizar esta conclusión, pues el ser humano, amén de ser animal, es un ser racional. Y esto tiene dos consecuencias: primero, que no puede conducirse como un animal; y segundo que cuando se comporta como tal, deja de ser humano: se deshumaniza animalizándose.
La filosofía y la religión, si son buenas, corroborarán lo que en nuestra naturaleza está inscrito y, a partir de esa observación, como hace Aristóteles en su Ética a Nicómaco, racionaliza y explica por qué las cosas son así y no de otra manera. Bien está que los etólogos nos den también la base comparativa para que concluyamos que el comportamiento humano, la ética, no es una invención de la filosofía ni de la religión, aunque luego el ser humano que se pregunta por su origen y final dé un sentido trascendente a su naturaleza mortal, lo que, evidentemente, no puede hacer el bonobo. Lo sobrenatural, la gracia, no destruye lo natural, sino que lo presupone y lo lleva a la excelencia.
Pedro López
El Levante-EMV / almudi
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