Alessandra Borghese |
«El
divorcio, el aborto, la separación, la eutanasia… Todo eso son
cuestiones políticas que implican íntimamente la vida de cada persona.
Por eso, la Iglesia tiene que participar en ese debate, para poner
también su moral y sus objetivos para defender al hombre. Porque lo
único que interesa a la Iglesia es cuidar del ser humano»
Con motivo de la imposición de Becas y celebración del 50 aniversario del Colegio Mayor Goimendi, la princesa Alessandra Borghese visitó la Universidad de Navarra.
Su familia ha participado en la construcción de la cultura de Italia, ¿esta herencia le impone alguna responsabilidad especial?
Sí.
El nombre del Papa Borghese está escrito en la fachada de San Pedro del
Vaticano. Cuando voy a misa, si alguien me pregunta quién soy, yo le
digo: «Me llamo Alessandra Borghese y soy de la misma familia que ha
construido la fachada, y por lo menos todavía tengo fe y voy a la
iglesia».
¿Qué se espera hoy de una mujer con título de princesa y antecedentes como los de la familia Borghese?
No
lo sé. Una princesa sin reino es una persona normal. Lo único que puede
tener de más es una tradición en la educación familiar un poquito más
sofisticada. Nunca he pensado qué es lo que otros piensan de mí. Siempre
he tratado de pensar lo que yo tengo que hacer o ser, que es diferente.
¿Y qué es lo que cree que tiene que ser?
Muchas
cosas. Cuando tengo que estudiar, trato de estudiar mucho; cuando
trabajo, intento hacer el trabajo de la mejor manera posible; cuando
juego al tenis, intento ganar el partido… Depende de lo que tenga que
hacer en cada momento.
En su libro Con ojos nuevos,
en el que relata su conversión, cuenta que cuando era joven, en
concreto cuando se fue a trabajar a Nueva York nada más terminar la
carrera, se centró en la diversión y en el trabajo. Dice: «Era vividora y
disciplinada». ¿Cree que Dios hubiese tenido cabida en la vida que
llevaba entonces?
No
lo sé. Dios está siempre listo y dispuesto para esperar a cada persona.
Somos nosotros quienes no estamos disponibles para él. Cada persona es
hija de Dios y amada por Dios. Sólo tenemos que comprenderlo. No es tan
sencillo. Hay personas que lo comprenden inmediatamente, de pequeños;
hay personas que lo comprenden cuando son mayores; y hay quien no lo
comprende nunca. Pero todos son hijos de Dios igualmente.
Desde su conversión, hace ya diez años, ¿ha cambiado su forma de ver el mundo?
La
conversión es algo que pasa en el corazón, no es una cosa que ha
acontecido hace diez años y ya está. Es una manera de vivir cada día:
con empatía, con diálogo, estando en sintonía con las personas y las
cosas cercanas. Intento no tener prejuicio o decir inmediatamente no me
interesa, y mostrarme siempre abierta.
¿Cómo es un día de Alessandra Borghese?
Me
levanto siempre como a las ocho, hago mis oraciones, leo los periódicos
y comienzo a trabajar: escribir, reuniones, encuentros… Procuro
practicar un poco de deporte, ver a los amigos, a mi madre… Muchas
veces viajo y visito a mis familiares y amigos. Es una vida normal
dentro de que es una vida poco corriente.
Teniendo
en cuenta que ser cristiano implica vivir virtudes como la humildad y
la austeridad, ¿cómo consigue esto viviendo en un ambiente de alta
sociedad?
Ser
cristiano no quiere decir haber renunciado a todo. El catolicismo es
una fe alegre, es la fe de la encarnación, donde todo predispone a estar
bien. No es para estar mal ni sufrir. La salvación se encuentra a
través del sufrimiento, pero no es la fe del sufrimiento, es la fe de la
alegría, del encuentro con Dios. Cualquier persona, en el ámbito que
sea, puede ser un óptimo cristiano y llegar a ser santo. No tiene que
haber prejuicios. Lo importante es fijarse siempre en los santos. Todos
debemos intentar ser como ellos, aunque pensemos que no podemos
igualarles. Tenemos que admirar a personas como Juan Pablo II o la Madre
Teresa.
Dice
en su libro que la fe católica se ha expresado durante siglos en un
arte bellísimo, muy admirado incluso por los no creyentes. Y dice: «Las
iglesias eran el polo central de los diversos estilos que se han
sucedido a lo largo de los siglos: paleocristiano, románico, gótico…
Ahora ya no ocurre lo mismo, por desgracia». ¿Por qué considera que
sucede esto?
He hablado mucho de este asunto con el cardenal Paul Poupard, que fue ministro de Cultura del Vaticano. Poupard me dijo: «El problema es que no hay más artistas que tengan fe».
Caravaggio, Michelangelo, Bernini…, los grandes, tenían una gran fe. Y
trabajaban también para la Iglesia porque creían en sus valores, cada
uno en su especialidad. Había una colaboración muy estrecha entre la
Iglesia y los artistas. Hoy puede ser que haya artistas creyentes, pero
no son grandes artistas. Hay una carencia enorme en este sentido. En
algunos casos las nuevas iglesias no parece que sean iglesias. Todo el
arte sacro es muy modesto.
¿Cree que el arte contemporáneo se ha alejado de Dios?
No
creo que el arte contemporáneo se aleje de Dios. Normalmente el arte
representa el sentimiento de la sociedad y muchas veces lo precede. En
estos momentos, la sociedad no está muy cerca de Dios, y el arte
contemporáneo tampoco.
En alguna ocasión ha dicho: «Vivimos en un momento mediocre y confuso». ¿Qué quiere decir?
Lo
que dice también el Santo Padre cuando habla del relativismo. Vivimos
en una sociedad donde se intenta poner todas las verdades al mismo
nivel. De ahí que no haya una verdad absoluta por la que valga la pena
vivir. Eso es la mediocridad. Es importante elegir lo que quieres, creer
en la verdad y buscarla.
¿Qué cree que nos falta a los cristianos para defender a fondo nuestra religión como sí lo hacen otros credos?
Tenemos
que tener las ganas, la fuerza, el espíritu y la energía de llevar
nuestra fe allí donde nos encontremos: en el trabajo, en la escuela, con
los niños, con la familia, en la universidad, con los amigos… No
tenemos que tener miedo de ser cristianos, porque es algo de más, no de
menos. Puede ser que en un primer momento alguien se ría, pero luego
pensará: «Esta persona tiene algo más». De esto estoy segura, aunque no lo diga inmediatamente.
Está
acostumbrada a trabajar en el Vaticano, ha conocido a Juan Pablo II y a
Benedicto XVI, pasea a diario por Roma… Algo que mucha gente sólo puede
anhelar, usted lo disfruta a diario. ¿Ha llegado a acostumbrarse?
Los
romanos están muy acostumbrados al Papa porque han tenido la suerte de
tenerlo siempre en la ciudad. Les resulta muy familiar. Pero no te
puedes nunca acostumbrar a tener al Santo Padre cerca. Es siempre una
maravilla, una gracia y una gran alegría saber que está ahí. Uno no debe
acostumbrarse a las cosas grandes.
Ha
trabajado de cronista de los viajes papales, lo que le ha permitido
tener especial cercanía con ellos. ¿Qué destacaría de Juan Pablo II y de
Benedicto XVI?
De
Juan Pablo II se sabe todo. Todo, todo, todo… Gobernó durante muchos
años y era muy comunicador. Siempre me impresionó su mirada. En sus ojos
estaba la Verdad, el amor de Dios. Tenía una mirada tan profunda, que
era impresionante encontrarla. Benedicto XVI es una persona más
reservada, y eso le hace parecer más distante. Lo más destacable de él
es su gentileza: siempre dice gracias, por favor… Su forma de ser es tan
dulce, que habla por él.
En
2008 lideró la lista de la Unión de Demócratas Cristianos y de Centro
Demócratas del Senado, en las elecciones del distrito Lazio. ¿Cree que
los cristianos deberían apostar más por implicarse en la política?
Sí,
pero es muy difícil. Puedo hablar más por Italia, que es lo que
conozco, y no tanto por España. Los políticos de carrera tienen que
comprender que la política es un trabajo, pero sobre todo es un
servicio. Si la gente que hace política no se da cuenta de que hace un
servicio, no se puede hacer nada.
¿Por qué lo hizo?
Porque me lo pidieron. Quería mostrar que se puede hacer política como servicio, sin pedir nada a cambio.
¿Cree que la política y la religión deben ir separadas?
Sí.
Absolutamente. Eso no quiere decir que la Iglesia no tenga que hablar
de los asuntos importantes de la sociedad. La Iglesia no tiene que hacer
política, pero tiene que interesarse por lo que hace la gente. No son
dos cosas totalmente distintas.
¿Considera grave que un Gobierno se declare agnóstico?
Si un Gobierno se declara agnóstico, es como si se declara católico. Es una cuestión de posición.
¿La política es un lugar donde la fe hay que dejarla fuera y no tiene consecuencias?
La
fe tiene que mirar a la política porque la política toma decisiones que
nos afectan. El divorcio, el aborto, la separación, la eutanasia… Todo
eso son cuestiones políticas que implican íntimamente la vida de cada
persona. Por eso, la Iglesia tiene que participar en ese debate, para
poner también su moral y sus objetivos para defender al hombre. Porque
lo único que interesa a la Iglesia es cuidar del ser humano.
Nuestro Tiempo (Entrevista de Chus Cantalapiedra) / Almudí
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