El cristianismo no es la religión del miedo sino del amor. La oración
cristiana no es individualista sino totalmente solidaria. Son grandes
líneas de la catequesis de Benedicto XVI. (Aunque esa palabra,
catequesis, suene a muchos como cosa para niños, no es así: todos
necesitamos la formación permanente en la fe).
En la audiencia general del 23 de mayo, Benedicto XVI ha señalado que
la oración cristiana es la oración de los hijos dentro de la familia de
Dios, que es la Iglesia. Continuando su reflexión sobre la acción del
Espíritu Santo en la oración cristiana, se ha centrado en "el Espíritu
Santo y el abba de los creyentes" (palabra equivalente a nuestro
"papá"). Cinco pasos pueden destacarse en el texto.
1. El cristianismo es la religión de los hijos. Así lo mostró Jesús
incluso en el momento más dramático de su vida terrena, en Getsemaní
(cf. Mc 14, 36) enseñándonos a aceptar la voluntad del Padre, también
con el Padrenuestro (Mt. 6, 9-10). Según San Pablo, el Espíritu Santo
grita en nosotros: ¡abba, Padre! (Ga. 4, 6-7) y nos lleva a gritar lo
mismo con él (cf. Rm. 8, 15). De ahí que, según el Papa, "el
cristianismo no es una religión del miedo, sino de la confianza y del
amor al Padre que nos ama". Por el Espíritu Santo, que se nos da en la
fe y en los sacramentos (especialmente en el bautismo y la confirmación)
somos hechos hijos de Dios en su Hijo y llamados a ser santos (cf. Ef.
1,4).
En este punto se detiene Benedicto XVI, como mirando nuestro mundo:
"Tal vez el hombre de hoy no percibe la belleza, la grandeza y el
consuelo profundo que se contienen en la palabra 'padre' con la que
podemos dirigirnos a Dios en la oración, porque hoy a menudo no está
suficientemente presente la figura paterna, y con frecuencia incluso no
es suficientemente positiva en la vida diaria". Así es por muchos
factores: se ha dicho que hay en nuestra cultura occidental una gran
nostalgia del padre, una necesidad de volver al padre.
2. Cristo nos muestra al Padre. Pues bien, Jesús, por su relación
filial con Dios, nos enseña qué es ser "padre", a partir del Padre que
está en los cielos. De nuevo el Papa evoca nuestra cultura, esta vez los
críticos de la religión, cuando dicen que hablar de Dios como "padre"
sería una proyección de nuestros padres hasta el cielo. "Pero es verdad
lo contrario: en el Evangelio, Cristo nos muestra quién es padre y cómo
es un verdadero padre; así podemos intuir la verdadera paternidad,
aprender también la verdadera paternidad". Jesús, con sus palabras (por
ejemplo, y de modo asombroso, en Mt. 5,44-45), y, sobre todo, con su
entrega, nos enseña quién y cómo es el Padre: "Él es el Amor, y también
nosotros, en nuestra oración de hijos, entramos en este circuito de
amor, amor de Dios que purifica nuestros deseos, nuestras actitudes
marcadas por la cerrazón, por la autosuficiencia, por el egoísmo típicos
del hombre viejo".
3. Dos dimensiones de nuestra filiación divina. La paternidad de Dios
sobre nosotros, explica Benedicto XVI, tiene como dos dimensiones
(cabría decir, como dos etapas de un mismo amor): en primer lugar es
Padre como Creador, y el libro del Génesis lo expresa diciendo que
estamos creados "a imagen de Dios" (cf. Gn 1, 27). Así lo dice el Papa:
"Dios es nuestro padre, para él no somos seres anónimos, impersonales,
sino que tenemos un nombre. Hay unas palabras en los Salmos que me
conmueven siempre cuando las rezo: 'Tus manos me hicieron y me formaron'
(Sal 119, 73), dice el salmista. Cada uno de nosotros puede decir, en
esta hermosa imagen, la relación personal con Dios: 'Tus manos me
hicieron y me formaron. Tú me pensaste, me creaste, me quisiste'".
Pero además el Espíritu Santo nos hace hijos en un sentido nuevo y
más profundo, a través de Jesús, Hijo de Dios. Aunque no podemos serlo
en el sentido pleno en que lo es Jesús (su Hijo por naturaleza), observa
el Papa, "nosotros debemos llegar a serlo cada vez más, a lo largo del
camino de toda nuestra existencia cristiana, creciendo en el seguimiento
de Cristo, en la comunión con él para entrar cada vez más íntimamente
en la relación de amor con Dios Padre, que sostiene la nuestra". Y esto
es lo que, según San Pablo, se manifiesta en nuestra oración con el
grito interior: ¡abba, Padre!
4. En la oración, el Espíritu Santo nos lleva a conocer al Padre,
dentro de la familia de Dios (la Iglesia). También en nuestra oración
Benedicto XVI observa como dos pasos. Primero, de Dios viene la
iniciativa (cf. Ga 4, 6) y nosotros respondemos a ese impulso (cf. Rm 8,
15). Esto es así porque "desde que existe, el homo sapiens siempre está
en busca de Dios, trata de hablar con Dios, porque Dios se ha inscrito a
sí mismo en nuestro corazón".
Segundo, continúa el Papa, "la oración del Espíritu de Cristo en
nosotros y la nuestra en él, no es sólo un acto individual, sino un acto
de toda la Iglesia. Al orar, se abre nuestro corazón, entramos en
comunión no sólo con Dios, sino también propiamente con todos los hijos
de Dios, porque somos uno". Esto no solamente sucede cuando estamos en
el templo, sino también cuando rezamos solos: "Cuando nos dirigimos al
Padre en nuestra morada interior, en el silencio y en el recogimiento,
nunca estamos solos. Quien habla con Dios no está solo".
Y utilizando una de sus imágenes favoritas, procedente de la música,
añade Benedicto XVI: "Estamos inmersos en la gran oración de la Iglesia,
somos parte de una gran sinfonía que la comunidad cristiana esparcida
por todos los rincones de la tierra y en todos los tiempos eleva a Dios;
ciertamente los músicos y los instrumentos son distintos —y este es un
elemento de riqueza—, pero la melodía de alabanza es única y en
armonía".
Esto, observa, también se refleja en la pluralidad de los carismas,
de los ministerios, de las tareas, que realizamos en la comunidad
cristiana (cf. 1 Co 12, 4-6). "La oración guiada por el Espíritu Santo,
que nos hace decir '¡Abba, Padre!' con Cristo y en Cristo, nos inserta
en el único gran mosaico de la familia de Dios, en el que cada uno tiene
un puesto y un papel importante, en profunda unidad con el todo".
5. La filiación divina es posible por el sí de María. Todo ello ha
sido posible por la adhesión plena de María a la voluntad de Dios (cf.
Lc. 1, 38).
Como conclusión Benedicto XVI nos exhorta: "Aprendamos a gustar en
nuestra oración la belleza de ser amigos, más aún, hijos de Dios, de
poderlo invocar con la intimidad y la confianza que tiene un niño con
sus padres, que lo aman". Abramos nuestra oración a la acción del
Espíritu Santo, para que cambie nuestro pensamiento y nuestra acción
conforme a Cristo.
Ramiro Pellitero
iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com
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