En la audiencia general del 13 de junio, Benedicto XVI ha presentado
la fuerza de la oración cristiana, también en la vida ordinaria, a
partir de un texto de san Pablo (cf. 2 Co 12, 1-10).
Para legitimar su apostolado, san Pablo subraya no sus realizaciones
personales, sus esfuerzos y éxitos, sino la acción de Dios en él, por
medio de la oración, y a través de él. San Pablo llegó a tener
revelaciones extraordinarias, de modo que, en palabras de Benedicto XVI,
"el Señor lo tomó totalmente, lo atrajo hacia sí, como lo había hecho
en el camino de Damasco en el momento de su conversión" (cf. Flp. 3,
12).
En un segundo momento, san Pablo continúa diciendo que precisamente
para que no caiga en la soberbia por las revelaciones recibidas, Dios
permite que el apóstol lleve en sí una "espina", un "aguijón" (cf. 2 Co
12, 7), una debilidad o flaqueza que le hace sufrir y pedir tres veces
ser liberado de ella. Pero experimenta que Dios le responde: "Mi gracia
te basta; que mi fuerza se realiza en la flaqueza" (v. 9).
El Papa se admira de cómo san Pablo ha comprendido hasta el fondo lo
que significa ser apóstol: se complace incluso en sus flaquezas, "es
decir, no se enorgullece de sus acciones, sino de la actividad de Cristo
que obra precisamente en su debilidad" (cf. vv. 9-10). San Pablo es
consciente de ser un "siervo inútil", un "vaso de barro". En su oración
se da cuenta de cómo debe afrontar todos sus sufrimientos, dificultades y
persecuciones: "abriéndose con confianza a la acción del Señor". Porque
hace oración comprende que "cuando uno experimenta la propia
debilidad, se manifiesta el poder de Dios, que no abandona, no te deja
solo, sino que se convierte en apoyo y fuerza".
Por eso, aunque Pablo ha pedido ser librado de esa "espina", es como
si Dios le respondiese: "No, eso es para ti. Tendrás la gracia
suficiente para resistir y hacer lo que debe hacerse".
Como en otras ocasiones, Benedicto XVI nos invita a hacer nuestras
esas actitudes auténticamente cristianas. La profunda humildad y
confianza de san Pablo en Dios es también fundamental en nuestra vida y
ante nuestras debilidades.Y esa "respuesta" de Dios vale para nosotros:
"El Señor no nos libera de los males, más bien nos ayuda a madurar en
los sufrimientos, en las dificultades, en las persecuciones" (cf. vv. 16
y 17); pues aunque las dificultades sean grandes, comparadas con la
grandeza del amor de Dios, parecen ligeras.
Humildad: "En la medida en que crece nuestra unión con el Señor y se
intensifica nuestra oración, también nosotros vamos a lo esencial y
comprendemos que no es el poder de nuestros medios, de nuestras
virtudes, de nuestras capacidades lo que realiza el Reino de Dios, sino
es Dios que obra maravillas a través de nuestra debilidad, de nuestra
insuficiencia para lo encomendado".
Confianza en Dios: en las dos "revelaciones" que relata San Pablo (la
primera con motivo de su conversión y la segunda como experiencia
contemplativa, cf. Hch 9, 4 y 2 Co 12, 9), queda clara la enseñanza.
"Solo la fe, el confiar en la acción de Dios, en la bondad de Dios que
no nos abandona, es la garantía de no trabajar en vano. Así la gracia
del Señor ha sido la fuerza que acompañó a san Pablo en el enorme
esfuerzo por difundir el Evangelio, y su corazón ha entrado en el
corazón de Cristo, haciéndose capaz de dirigir a otros hacia Aquel que
murió y resucitó por nosotros".
"En la oración ‑invita el Papa- abrimos, por lo tanto, nuestro ánimo
al Señor para que Él venga a habitar en nuestra debilidad,
transformándola en fuerza para el Evangelio", así como por la
encarnación del Hijo de Dios, ha "puesto su tienda" entre nosotros para
iluminar y transforma nuestra vida y el mundo.
Esto evoca la escena de la transfiguración en el monte Tabor (cf. Mc
9, 5 ss). Pero ahí también se aprende que "contemplar al Señor es, al
mismo tiempo, fascinante y tremendo: fascinante, porque nos atrae hacia
él y rapta nuestro corazón hacia lo alto, llevándolo a su altura donde
experimentamos la paz, la belleza de su amor; tremendo porque pone al
descubierto nuestra debilidad humana, nuestra deficiencia, el esfuerzo
para superar al Maligno que amenaza nuestras vidas, esa espina también
clavada en nuestra carne". Lo importante es que "En la oración, en la
contemplación cotidiana del Señor, recibimos la fuerza del amor de Dios"
para vencer todas las dificultades (cf. Rm 8, 38-39).
Es de notar la advertencia de Benedicto XVI "en un mundo donde hay el
riesgo de confiar únicamente en la eficiencia y el poder de los medios
humanos". Precisamente "en este mundo estamos llamados a redescubrir y
dar testimonio del poder de Dios que se comunica en la oración, con la
que crecemos cada día en configurar nuestra vida a la de Cristo", que se
hizo débil para manifestar el poder de Dios que también a nosotros nos
hace vivir (cf. 2 Co 13,4).
En la última parte de su audiencia, el Papa se refiere a la relación
entre la mística cristiana y la vida ordinaria. Se ha dicho (A.
Schweitzer) que Pablo era simplemente un místico. Pero la mística de San
Pablo, señala el Papa, "no se fundamenta solo sobre la base de los
acontecimientos extraordinarios que experimentó, sino también en la
cotidiana e intensa relación con el Señor, que siempre lo ha sostenido
con su gracia". Y añade: "La mística no lo ha alejado de la realidad,
por el contrario, le dio la fuerza para vivir cada día para Cristo y
para construir la Iglesia hasta el fin del mundo en ese momento".
También para nosotros (y esto sin duda adquiere un relieve especial
para los fieles laicos) "La unión con Dios no aleja del mundo, sino que
nos da la fuerza para permanecer de tal modo, que se pueda hacer lo que
se debe hacer en el mundo". También en la oración podemos quizá
experimentar algunos momentos de más intensidad, en que notemos la
presencia del Señor, "pero es importante la constancia, la fidelidad en
la relación con Dios, especialmente en las situaciones de aridez, de
dificultad, de sufrimiento, de aparente ausencia de Dios". Así, dice
Benedicto XVI, solamente si estamos "aferrados al amor de Cristo"
podremos afrontar como san Pablo las dificultades (cf. Flp. 4, 13). Y
cuanto más espacio demos a la oración, más descubriremos "la fuerza
concreta del amor de Dios", a pesar de la aridez, como testimonia la
vida de la beata Madre Teresa de Calcuta.
La conclusión es una insistencia sobre este punto: "La contemplación
de Cristo en nuestra vida no nos saca –como he dicho– de la realidad,
sino que nos hace aún más partícipes de las experiencias humanas, porque
el Señor, atrayéndonos hacia sí en la oración, nos permite hacernos
presentes y cercanos a cada hermano en su amor".
Así es. Y la oración contemplativa, como predicaba San Josemaría, es
no solamente posible sino necesaria, también para los cristianos
llamados a la santidad en medio del mundo.
Ramiro Pellitero
iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com
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