Parece
importante que este caso se cierre, una vez clarificado, y que la Santa
Sede pueda concentrar todas sus energías en ayudar al Papa en la tarea
evangelizadora de la Iglesia
Sabemos
mucho sobre hipótesis y conjeturas en torno a las filtraciones de
documentos reservados del Vaticano y no sabemos nada del año de la fe,
que comienza en octubre y que el Papa considera un paso importante en la
renovación de la vida cristiana. Esta paradoja concentra posiblemente
parte del desconcierto del momento actual: la Santa Sede es noticia por
cuestiones que nada tienen que ver con su “core business”, su cometido esencial; se diría incluso que atrae la atención por asuntos que contradicen su misión.
Motivos
de noticiabilidad para fomentar ese desconcierto no faltan. En este
caso, el problema no son (solo) los medios de comunicación. Que una
persona de confianza, como el ayudante de cámara del Papa, filtre a la
prensa documentos privados del mismo Papa es algo insólito (de momento,
es un sospechoso, no un condenado). El caso ofrece en bandeja de plata
la ocasión para desempolvar viejos estereotipos —nunca desaparecidos—
sobre las intrigas y conspiraciones vaticanas que se consumen en la
penumbra de “cortili” renacentistas. Solo falta el veneno
escondido en el anillo de un inquietante cardenal y versado en la copa
de su incauto interlocutor.
Para
algunos comentaristas, lo que está detrás es una batalla por el poder
en el Vaticano, una guerra de facciones, en la que el objetivo principal
sería el Secretario de Estado vaticano, cardenal Tarcisio Bertone.
Varios periodistas han destacado por su fantasía y dotes novelescas a
la hora de presentar esos enfrentamientos. Es una de esas situaciones en
las que se distinguen los que se atienen a la información de los que
prefieren la narrativa de ficción. El caso, indudablemente, se presta a
la conjetura, pero el periodismo consiste precisamente en distinguir los
escenarios verosímiles del “romanzo”.
Que
los escenarios de batallas cardenalicias correspondan más a la ficción
que a la realidad no quiere decir que no existan disparidad de
pareceres, expresados incluso con tonos fuertes. Se acude al Papa, como
muestran precisamente algunos de los documentos robados, en su función
de pastor supremo. Hay gente que dibuja el Vaticano como una “monarquía absoluta”
y luego se escandaliza cuando descubren que hay discusión y debate,
afirma el sustituto de la Secretaría de Estado vaticana, mons. Angelo Becciu, en la entrevista publicada en L’Osservatore Romano.
Puede
ocurrir que, a veces, trascienda un debate de tonos desabridos. Es lo
que ha ocurrido con el caso del presidente del Istituto per le Opere di Religione (IOR, la llamada “banca vaticana”),
cuya destitución se hizo pública casi en coincidencia con la noticia
del arresto del ayudante de cámara del Papa, incrementando la confusión,
pues algunos pensaron que eran hechos relacionados. En ese caso, fue el
organismo de control, el equivalente al consejo de administración,
quien retiró su confianza al presidente del IOR.
El
problema fue que el comunicado en el que se anunciaba la decisión
estaba escrito en un tono sorprendentemente duro e injusto, si se tiene
en cuenta que las motivaciones eran discrepancias técnicas y de estilo
de gobierno. Ese tono “poco vaticano” del comunicado —que nunca
se ha usado con eclesiásticos, incluso en casos objetivamente graves—,
delataba enfrentamientos, criterios divergentes y crispación. Es decir,
daba verosimilitud a un clima de batalla.
La
situación actual es fruto, por tanto, de causas variadas, entre las que
no hay que excluir los errores. Pero no hay razones objetivas para
pensar que la Santa Sede atraviese una situación de crisis interna por
la moralidad de comportamientos o por otras razones. Es muy probable que
aparezcan nuevas sorpresas. El propio Papa, en la audiencia general del 30 de mayo, dio la clave con la que un fiel cristiano debe afrontar situaciones como esta: «nunca
se ha ofuscado en mí la firme certeza de que, a pesar de la debilidad
del hombre, de las dificultades y las pruebas, el Espíritu Santo guía la
Iglesia y el Señor le ayudará siempre, sosteniéndola en su camino».
Parece importante que este caso se cierre, una vez clarificado, y que
la Santa Sede pueda concentrar todas sus energías en ayudar al Papa en
la tarea evangelizadora de la Iglesia.
Diego Contreras
LaIglesiaEnLaPrensa.com / Almudí
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