Rafael Navarro-Valls publica hoy como Tribuna en el diario El Mundo ('Vatileaks': Aquí no somos momias). Reproduzco la entrada del profesor García-Noblejas en Scriptor, sobre este tema:
No es necesario encarecer la lectura de lo que sigue a
continuación, un texto que hubiera podido ser más largo, pero que así
señala directamente el núcleo del asunto en cuestión ("haber violado la privacidad de quien escribe en conciencia a quien debe por su misión evaluar conciencias"), que mucho se aleja de lo que tantas 'informaciones periodísticas' publican con -dejémoslo así- pretensiones detectivescas:
Si hoy viviera Maquiavelo, probablemente utilizaría las
recientes filtraciones vaticanas para insistir en el cinismo como
estrategia del ethos político. El centro de gravedad
de la gran arquitectura eclesiástica es el Papa: cuando éste se
debilita, el edificio amenaza ruina. Apuntar a la clave de bóveda
equivale a promover tempestades de confusión. Se trata de una de las
leyes clásicas de las relaciones entre desinformación y poder.
Insistentemente los cuervos vaticanos que filtran y filtran
documentos hablan «de la necesidad de defender al Papa de sus
colaboradores». Pero una de las claves de la confusión es crear
apariencias que, en realidad, ocultan lo contrario. Los desinformadores suelen cultivar el arte de la honestidad en un campo para ocultar su deshonestidad en otros.
Se trata de aparentar el apoyo a una causa noble, contraria de la que
uno en realidad persigue. Es una de las tácticas analizadas por Robert
Greene en sus 48 leyes del poder. Pero dudo que los protagonistas de las
filtraciones vaticanas conozcan la finura del análisis de Greene.
Como es sabido, una comisión de investigación creada en 1967 condensó
en 40 volúmenes los aciertos y los errores de la guerra en Asia. Daniel
Ellsberg, que había intervenido en el análisis, filtró a The New York
Times, Washington Post y hasta una docena de periódicos más la casi
totalidad de los documentos. En realidad, tras las buenas intenciones de
Ellsberg se ocultaba también un activista político que, con
posterioridad, llegó a ser detenido hasta 60 veces por actuaciones
radicales.
Si el asunto de los papeles del Pentágono se traslada a la
actual galaxia mediática, Ellsberg se hubiera ahorrado la larga
peripecia anterior a las filtraciones (como tratar de ser
escuchado por varios senadores), limitándose a colgar en la Red la
totalidad de los documentos. Prácticamente es lo que ha hecho Assange
con una melée documental variada, combinando autoría anónima coram
populo y directo acceso a periódicos de todo el mundo. En fin, la acción
combinada de las filtraciones orales de Garganta Profunda y la
tenacidad de Bernstein y Woodward prendió un cartucho que explotó tiempo
después en un escándalo político que conmovíó los cimientos de la
presidencia de Nixon.
En todos estos casos, la característica común es la
filtración indiscriminada de documentos relevantes con la finalidad de
poner en crisis el sistema político o aspectos importantes de él.
En realidad, no es tanto una rotura de ese refugio íntimo que es la
conciencia cuanto de actuaciones contrarias a la confidencialidad en un
contexto político.
Cuando se leen los documentos vaticanos hasta ahora
filtrados, se aprecia enseguida una notable diferencia con los
precedentes antes citados. Se trata de puntos de vista,
valoraciones, opiniones, etc., de contenido no demasiado sorprendente.
Ninguna de esas cartas roza siquiera la seguridad nacional. Ni pone en
peligro no ya país o entidad nacional alguna, sino ni siquiera la
estabilidad histórica de una diócesis o cualquier otra estructura
eclesiástica. Todo lo más, deja ver un modo de trabajar en la curia
vaticana en la que quien tiene o cree tener algo que decir lo dice o,
más bien, lo escribe y lo hace llegar al Papa o a sus colaboradores más
cercanos.
De ahí que el gran tema que se encierra en la filtración vaticana sea la invasión de los soportales de la conciencia.
Si se examinan detenidamente las declaraciones del Papa o de sus
colaboradores en torno a este affaire, lo que enseguida destaca es la
firme reacción ante un ataque a la conciencia humana.
Así, el sustituto de la Secretaría de Estado (el número tres de la
jerarquía vaticana) pone el acento en este aspecto al decir que la
publicación de estos documentos es «un acto inmoral de inaudita gravedad.
Sobre todo porque no se trata únicamente de una violación, ya en sí
misma gravísima, de la reserva a la que cualquiera tiene derecho, sino
también de un ultraje a la relación de confianza entre Benedicto XVI y quien se dirige a él, también para expresar en conciencia una protesta. No se han robado simplemente algunas cartas al Papa, se ha violentado la conciencia de quien se ha dirigido a él como al vicario de Cristo». Algo similar han dicho el propio Papa y el cardenal Bertone.
Poner bajo el microscopio a los protagonistas de una
institución cuyo gobierno se basa en la confianza y las cuestiones de
conciencia, someterlos de golpe a lo que la sociología llama la
visibilidad mediática, es un método de invasión de las conciencias que corre el riesgo de sepultar en vida a los dramatis personae.
A eso se añade lo que en un supuesto escándalo Bernard
Nussbaum llamó
«reflectores sin rumbo». Los investigadores acaban fijándose en aspectos
de la filtración que sólo indirectamente tienen que ver con el
escándalo original.
El Vatileaks trata de mezclar en un puzle explosivo el Banco
Vaticano, la penosa vida de Maciel, los supuestos problemas litúrgicos
de un movimiento eclesial o la discusión sobre cómo administrar mejor
los recursos dedicados al cuidado de los jardines vaticanos. En
realidad, no lo consigue. Porque de lo publicado emerge un
procedimiento, un modo de intercambiar opiniones en la curia vaticana o,
si se quiere, un modo peculiar de tratar los problemas. Pero le falta a
esa mezcla el elemento de gravedad -de deshonestidad en los actores que
menciona- que pondría en peligro lo que la institución vaticana es y
representa.
El libro que recoge esos documentos puede resultar interesante o
aburrido, tal vez hará vender más ejemplares de las obras de Dan Brown.
Pero lo que pesará en un eventual proceso a los filtradores es haber violado la privacidad de quien escribe en conciencia a quien debe por su misión evaluar conciencias.
Un alto funcionario de la Santa Sede ha dicho refiriéndose a esta
cuestión: «En el Vaticano no somos momias, y los diferentes puntos de
vista, incluso las valoraciones opuestas, son bastante normales». En mi
opinión, esto no es una tragedia, sino más bien un signo de vitalidad.
[Rafael Navarro-Valls es catedrático, académico y autor de Entre la Casa Blanca y el Vaticano].
SCRIPTOR
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