Por mucho que nos fijemos en la evolución de ciertas variables financieras como la prima de riesgo, el tipo de interés del bono a 10 años o la cotización del Ibex 35, la más dramática de las cifras que nos está dejando el desolador panorama económico patrio es la del desempleo. Ayer mismo, la EPA volvió a batir sus propios dramáticos récords al situarse en los 5,7 millones de parados, muy cerca ya de ese terrible nivel de los seis millones que ni en la peor de nuestras pesadillas pensaba nadie que podíamos alcanzar.
Sin embargo, entre tanta penumbra también brilla alguna luz que siempre,
pero especialmente en días como hoy, conviene reivindicar. Al cabo, los
medios internacionales se asombran de que España, el país occidental
con una mayor tasa de paro, no se haya contaminado de la enfermedad
griega, a saber, de continuadas protestas en las calles derivadas de la
falta de oportunidades para ganarse la vida. Las explicaciones más
generalmente aceptadas para este fenómeno son dos: la primera, el
mercado informal en el que muchas personas pueden rentabilizar sus
actividades al margen de las, en ocasiones, injustificadas trabas
regulatorias. La segunda, y que a nuestro juicio es central, es el rol
esencial que en las sociedades con raigambre más católica, como Italia o
España, desempeña la familia.
La familia no es sólo un centro de convivencia, sino también de caridad y ayuda mutua entre sus miembros. Si una persona queda súbitamente desempleada, de inmediato recibe asistencia del resto de parientes que conservan una ocupación. Dentro de una familia no es necesario construir enormes redes administrativas y burocráticas que redistribuyan coactivamente la renta, como acaece en los mal llamados Estados del Bienestar, sino que ese proceso es natural, voluntario y consustancial a la misma.
En Italia, por ejemplo, el modelo tradicional de familia ha llevado a que muchos italianos hayan renunciado a participar en el mercado laboral, decidiendo especializarse en las ocupaciones que surgen a diario dentro de la propia familia. De ahí que su tasa de actividad (el porcentaje de la población en edad laboral que busca activamente un empleo) sea muy inferior a la de España, y de ahí que su tasa de paro también sea ridículamente baja en comparación con la nuestra –alrededor de un tercio–.
Es esta importancia capital de la familia –también en materia económica– lo que convierte en doblemente irresponsable la campaña sistemática en su contra que los socialistas emprendieron durante sus últimos ocho años de Gobierno. El PSOE no sólo empobreció a la sociedad, sino que atacó los resortes que le permitían amortiguar tal depresión.
No obstante, a estas alturas de la crisis, ni siquiera la familia se ve capaz de compensar toda la extensión de la miseria que está teniendo lugar. Con más de 1,7 millones de familias con todos sus miembros en el paro, a muchas de ellas sólo les queda la alternativa de ir consumiendo poco a poco su patrimonio, tal como nos recordaba recientemente el INE al constatar que el ahorro familiar se ha vuelto negativo en España. Toca, pues, descargar ya de responsabilidad a la familia y liberar a la economía de sus cargas regulatorias y fiscales para que así los casi seis millones de españoles desempleados puedan ponerse a generar riqueza para el resto de conciudadanos. Estamos en el límite de nuestras posibilidades.
The Family Watch
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