La Conferencia Episcopal Española (CEE) publica el documento La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar.
El texto fue aprobado por la XCIX Asamblea Plenaria y lleva fecha de 26
de abril de 2012. Ha sido revisado, para su publicación, por la última
Comisión Permanente, celebrada los días 19 y 20 del pasado mes de junio.
A
lo largo de seis capítulos, los obispos anuncian el evangelio del
matrimonio y de la familia como un bien para toda la humanidad. En una
breve introducción, ofrecen el contexto para comprender mejor el
documento, con menciones particulares al Concilio Vaticano II, la
exhortación apostólica “Familiaris consortio” (Juan Pablo II, 1981) y el magisterio que sobre la familia y la vida han publicado los obispos españoles en los últimos años.
Fue aprobado en abril por la XCIX Asamblea Plenaria y ha sido revisado ahora por la última Comisión Permanente.
Como recuerda el texto, la CEE ya venía llamando la atención sobre «las
nuevas circunstancias en las que se desarrollaba la vida familiar, y la
presencia en la legislación española de presupuestos que devaluaban el
matrimonio, causaban la desprotección de la familia y llevaban a una
cultura que, sin eufemismos, podía calificarse como una cultura de la
muerte». El tiempo transcurrido permite advertir motivos para la
esperanza en amplios sectores de la sociedad que valoran adecuadamente
el bien de la vida y de la familia. «Hemos de reconocer —señalan los obispos— que
a la difusión de esta conciencia ha contribuido grandemente la
multiplicación de movimientos y asociaciones (…) Estas luces, sin
embargo, no pueden hacernos olvidar las sombras que se extienden sobre
nuestra sociedad» (aborto, rupturas matrimoniales, explotación de los débiles y empobrecidos, etc.). Detrás de estos fenómenos negativos, «está
la profusión de algunos mensajes ideológicos y propuestas culturales;
por ejemplo, la de la absolutización subjetivista de la libertad que,
desvinculada de la verdad, termina por hacer de las emociones parciales
la norma del bien y de la moralidad».
Por todo ello, movidos por el deseo de contribuir al desarrollo de la sociedad, los obispos proponen de nuevo «a
los católicos españoles y a todos los que deseen escucharnos, de manera
particular a los padres y educadores, los principios fundamentales
sobre la persona humana sexuada, sobre el amor esponsal propio del
matrimonio y sobre los fundamentos antropológicos de la familia».
1. La verdad del amor, un anuncio de esperanza
El primer capítulo trata de la revelación del amor, que permite el conocimiento completo de su origen y de su sentido. «El
origen del amor no se encuentra en el hombre mismo, sino que la fuente
originaria del amor es el misterio de Dios mismo, que se revela y sale
al encuentro del hombre. Esa es la razón de que el hombre no cese de
buscar con ardor esa fuente escondida».
A
partir de ese amor originario se descubre además, que el ser humano ha
sido creado también para amar. El amor humano es una respuesta al don
divino, «un amor que nos precede, un amor que es más grande que nuestros deseos, un amor mayor que nosotros mismos».
Por eso, aprender a amar consiste, en primer lugar, en recibir el amor,
en acogerlo, en experimentarlo y hacerlo propio. El amor originario,
que implica siempre esta singular iniciativa divina previene contra toda
concepción voluntarista o emotiva del amor. Creer en el Amor divino es
vivir con la esperanza de la victoria del amor.
2. La verdad del amor, inscrita en el lenguaje del cuerpo
En
el segundo capítulo, se recuerda que el ser humano es imagen de Dios en
todas las dimensiones de su humanidad. En el hombre «el espíritu y
la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye
una única naturaleza: la naturaleza humana». Entre cuerpo, alma y
vida se da una relación tan íntima que hace imposible pensar el cuerpo
humano como reductible únicamente a su estructuración orgánica, o la
vida humana a su dimensión biológica. De ahí que la persona humana «exista necesariamente como hombre o como mujer». Dicho de otra manera, «la
persona humana no tiene otra posibilidad de existir (…); la dimensión
sexuada, es decir, la masculinidad o feminidad, es inseparable de la
persona. No es un simple atributo. Es el modo de ser de la persona
humana. Afecta al núcleo íntimo de la persona en cuanto tal. Es la
persona misma la que siente y se expresa a través de la sexualidad».
En cuanto que imagen de Dios, el hombre es llamado al amor como persona humana sexuada. «Por
eso si la respuesta a esa llamada se lleva a cabo a través del lenguaje
de la sexualidad, uno de sus constitutivos esenciales es la apertura a
la transmisión de la vida».
La diferencia sexual es indicadora de la recíproca complementariedad que existe entre el hombre y la mujer, y «está orientada a la comunicación: a sentir, expresar y vivir el amor humano, abriendo a una plenitud mayor».
3. El amor conyugal: “Como cristo amó a su Iglesia” (Ef 5, 25)
En
este apartado se recogen las características del amor conyugal y se
describe cómo éste es transformado en el amor divino, mediante el
sacramento del matrimonio.
«El amor conyugal —se puede leer en el texto— es un amor comprometido».
Por el matrimonio se establece entre el hombre y la mujer una alianza o
comunidad conyugal por la que ya no son dos sino una sola carne (Mt 19, 6). «La
alianza que se origina no da lugar a un vínculo meramente visible, sino
también moral, social y jurídico; de tal riqueza y densidad que
requiere, por parte de los contrayentes, la voluntad de compartir (en
cuanto tales) todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son. No
se reduce a una simple relación de convivencia o cohabitación».
En
este sentido, el amor conyugal es una comunidad de vida y amor; un amor
plenamente humano y total, que ha de ser fiel y exclusivo; fecundo,
abierto a la vida; en el que tiene sentido entregar la libertad para
siempre.
La
luz y la belleza de este amor son deslumbrantes; pero se hallan
oscurecidas por el pecado. La visión reductiva y fragmentaria de la
sexualidad, tan extendida en no pocos ámbitos de la sociedad, hace que
muchas personas pierdan de vista la totalidad humana que se contiene en
cada experiencia. Por eso, los obispos, convencidos de la belleza de la
verdad que une la dignidad humana con la vocación al amor, insisten aquí
en «la importancia que tiene la rectitud en el ámbito de la sexualidad tanto para las personas como para la sociedad entera».
Este
amor conyugal del que se habla no pierde ninguna de las características
que le son propias en cuanto realidad humana, al ser transformado en el
amor divino. «El amor de Cristo —se apunta en el documento— ha de ser la referencia constante del amor matrimonial, porque, primero y sobre todo, es su fuente».
4. La disolución de la imagen del hombre
En
el cuarto capítulo, el documento analiza dos corrientes de las que
vienen las propuestas que distorsionan la consideración del hombre hecho
a imagen de Dios y, derivadamente, las imágenes del matrimonio y de la
familia.
En primer lugar, de forma breve, se aborda el espiritualismo para el que «el
papel que la sexualidad desempeña en ese amor comprometería la
trascendencia y la gratuidad de las formas más elevadas de amor». Se
trataría en este caso de una especie de espiritualismo puritano en el
que la corporeidad se ve como un obstáculo para el amor espiritual.
Por otro lado, se analiza otra vertiente, de signo materialista, subyacente en las teorías contemporáneas de “género”. «Estas
pretenden desvincular la sexualidad de las determinaciones naturales
del cuerpo, hasta el punto de disolver el significado objetivo de la
diferencia sexual entre hombre y mujer». El cuerpo queda aquí reducido a materia manipulable para obtener cualquier forma de placer.
Como
se ha anticipado, cuando se debilita o se oscurece la imagen del ser
humano, se oscurece también la imagen del matrimonio y de la familia. Se
llega incluso a considerarlas como instituciones que coartan la
espontaneidad de la vocación al amor. «La banalización de la
sexualidad conduce a una percepción, al menos parcial y fragmentada, de
la realidad del matrimonio y de la familia. Una perspectiva desde la que
resulta poco menos que imposible percibir toda su belleza».
El documento describe la “ideología de género”, según la cual «cada uno puede optar en cada una de las situaciones de su vida por el género que desee, independientemente de su corporeidad»;
ayuda a entender el contexto en que esa ideología se desenvuelve: con
una cultura pansexualista de fondo, que termina por considerar bueno el
uso del sexo como un objeto más de consumo, deriva hacia el permisivismo
más radical y en última instancia hacia el nihilismo más absoluto. «No
es difícil constatar las nocivas consecuencias de este vaciamiento de
significado: una cultura que no genera vida y que vive la tendencia cada
vez más acentuada de convertirse en una cultura de muerte».
Se
analizan también los caminos que han llevado a la difusión de esta
manera de pensar como, por ejemplo, la manipulación del lenguaje,
enmascarando algunas de las verdades básicas de las relaciones humanas.
Así ha sucedido con el término “matrimonio”, cuya significación
ha sido desfigurada hasta incluir bajo esa denominación algunas formas
de unión que nada tienen que ver con la realidad matrimonial. Y se
denuncian las estrategias de difusión de la mencionada ideología en el
ámbito legislativo y, sobre todo, en el educativo con el objetivo de
educar en sus postulados, ya desde la infancia, a las jóvenes
generaciones y de evitar cualquier formación auténticamente moral sobre
la sexualidad humana. Precisamente, en el ámbito educativo los obispos
denuncian una vez más el modo de presentar la asignatura de “Educación para la ciudadanía” y las exigencias que se imponen en materia de educación sexual en la llamada “Ley del aborto”.
La concepción constructivista del sexo, propia de la ideología de género, es asumida y prolongada por las teorías “queer” (raro) y “cyborg” (organismo cibernético, híbrido de máquina y organismo). En la primera se mantiene que «la sexualidad y los modos o prácticas sexuales no pueden en ningún caso estar sometidos a una normativa». Cuanto se refiere al sexo y al “género”
pertenecería exclusivamente a la voluntad variable y cambiante del
sujeto. Entre los objetivos de la segunda estaría, como primer paso, la
emancipación del cuerpo: cambiar el orden significante de la
corporalidad, eliminar la naturaleza. «Se trata de ir a una sociedad
sin sexos y sin géneros, en la que el ideal del nuevo ser humano estaría
representado por una hibridación que rompiera la estructura dual
hombre-mujer, masculino-femenino. Una sociedad, por tanto sin
reproducción sexual, sin paternidad y sin maternidad», que estaría confiada únicamente a la ciencia, a la biomedicina, la biotecnología y la ingeniería política.
Debajo de estas teorías hay «un
pensamiento materialista y radical, en definitiva inhumano (…) La
dignidad de la persona se degrada hasta el punto de ser rebajada a la
condición de cosa u objeto totalmente manipulable». La corporalidad no tendría significado antropológico alguno y, por eso mismo, carecería también de significado teológico. «La
negación de la dimensión religiosa es el presupuesto necesario para
poder construir el modelo de hombre y la construcción de la sociedad que
se intentan».
Los obispos denuncian que «la
falta de un suficiente apoyo al matrimonio y la familia que advertimos
en nuestra sociedad se debe, en gran parte, a la presencia de esas
ideologías en las políticas sobre la familia». Y recuerdan que el
matrimonio ha sufrido una desvalorización sin precedentes y que se ha
desprotegido la familia en la legislación. Se pone como ejemplo el caso
del aborto: «llama poderosamente la atención que, a diferencia de las
graves restricciones que nuestras leyes imponen a los menores en el uso
del tabaco o del alcohol, se promuevan, en cambio, otras leyes que
fomentan un permisivismo casi absoluto en el campo de la sexualidad y
del respeto a la vida, como si el actuar sobre esos campos fuera
irrelevante y no afectara para nada a la persona». Más allá de las declaraciones de buenas intenciones, se afirma que «no
hay, en las políticas que se hacen en nuestro país, un reconocimiento
suficiente del valor social del matrimonio y de la familia». En
cambio, sí se observa una creciente revalorización de uno y otro por
parte de la sociedad y eso, como reconocen los obispos, es un argumento
firme para la esperanza.
La
Iglesia, que con frecuencia se siente sola en la defensa de la vida
naciente y terminal, sabe ver y reconocer las luces que asoman poderosas
entre las sombras descritas. Una de esas luces, en medio de la cultura
de la muerte, es la reciente sentencia del Tribunal de Justicia de la
Unión Europea (18 de octubre de 2011) que prohíbe patentar los
procedimientos que utilicen células madre embrionarias humanas y señala
también que todo óvulo humano, a partir de la fecundación, debe
considerar “embrión humano”. Se desmonta así la falsa e
ideológica distinción entre embrión y pre-embrión y se rebaten los
fundamentos sobre los que se han promovido en España al menos cuatro
normas legales: aborto, reproducción asistida, investigación biomédica y
píldora del día después.
Para
salir al paso de las consecuencias de esta ideología de género, tan
contraria a la dignidad de las personas, se propone el testimonio de un
amor humano verdadero vivido en una sexualidad integrada, una tarea que
corresponde de modo particular a matrimonios y familias, que habrán de
hacerlo creíble con el testimonio de sus vidas; asimismo, se hace una
llamada a los poderes públicos, docentes, educadores y medios de
comunicación para que se recupere un lenguaje que sepa distinguir
realidades, que por ser diferentes nunca pueden equipararse; se pide a
los gobernantes que en la gestión de lo público no se dejen guiar por la
voluntad subjetiva de grupos de presión sino que busquen el bien común
de la sociedad; y se pide que se reconozca el papel insustituible de los
padres en la educación de sus hijos. Es un derecho y un deber de los
ciudadanos mostrar su desacuerdo e intentar la modificación de leyes
injustas. «Una respuesta activa (…) ante este tipo de situaciones contribuirá al reforzamiento de la sociedad civil».
Este capítulo concluye recordando que «detrás
de la pretendida neutralidad de estas teorías se esconden dramas
personales que la Iglesia conoce bien. Pero hemos de tener siempre viva
la esperanza. El bien y la verdad, la belleza del amor, son capaces de
superar todas las dificultades, por muchas y graves que sean». En este sentido, se recuerda que «la
Iglesia abre siempre su corazón y ayuda de madre y maestra a todos y
cada uno de los hombres. Nadie puede sentirse excluido, tampoco quienes
sienten atracción sexual hacia el mismo sexo» y se recuerda al respecto el magisterio de la Iglesia católica. «Por eso —recoge el documento—, una
vez más no podemos dejar de anunciar que los hombres y mujeres con
atracción sexual hacia el mismo sexo deben ser acogidos con respeto,
compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de
discriminación injusta». Se señala también que estas personas «deben
ser acogidas en la acción pastoral con comprensión y deben ser
sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales».
Los
obispos anuncian la buena noticia del matrimonio y de la familia como
un bien para toda la humanidad, reconocen los motivos para la esperanza
que amplios sectores de la sociedad ofrecen y denuncian las sombras de
la “cultura de la muerte”.
5. Amor conyugal, institución y bien común
Este
capítulo está centrado en la institución matrimonial, entendida como un
bien social, y se desenmascaran las trampas que a menudo lo presentan
como un estorbo e incluso como “la cárcel del amor”.
«El
amor humano y el bien de la persona están tan estrechamente
relacionados que esta solo se realiza en la medida en que ama. A esta
realización, sin embargo, solo sirve un amor verdadero, una relación
interpersonal en la que las personas se valoran por lo que son. Por eso,
si la relación tiene lugar a través del lenguaje propio de la
sexualidad, solo se puede calificar como amor la relación que tiene
lugar entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio. La institución
matrimonial es, por tanto una exigencia de la verdad del amor cuando se
expresa en el lenguaje propio de la sexualidad. Y, como al bien del
matrimonio está ligado el bien de la familia y a este el de la sociedad,
defender y proteger la institución matrimonial es una exigencia del
bien común».
Sin
embargo, cuando se parte de una idea de libertad como mera
espontaneidad, en lugar de apoyarse en la roca firme del compromiso de
la voluntad racional protegida por la institución del matrimonio, el
amor queda sometido al vaivén de las emociones, efímeras por naturaleza.
Se confunde la emoción con el amor y se percibe como un asunto
meramente privado, despojado a priori de cualquier significado que pueda ser comunicado a los demás. «Las
personas dejan de ser afirmadas por sí mismas. Se ven solo como objetos
de producción y consumo. Es lo que sucede en una sociedad que valora
únicamente las relaciones sexuales interpersonales por la utilidad que
reportan o el grado de satisfacción que producen».
Sumidos en un absoluto utilitarismo, «todo vale, si sirve para conseguir el objetivo que se intenta».
Por este camino, nos podemos encontrar la injusticia de una institución
entendida a la carta, separando radicalmente el amor y la institución,
de tal forma que incluso se les llega a considerar incompatibles. Hay
quien piensa que la referencia a una moral objetiva, anterior y superior
a las instituciones democráticas, es incompatible con una organización
democrática de la sociedad y la convivencia. Pero no es así. «Por
encima y con anterioridad a las decisiones de los que se casan y de la
sociedad, existen una verdad y derecho superior, enraizados en la
humanidad del hombre y de la mujer, en su condición personal y social,
en la de sus hijos y de la sociedad. Cualquiera es capaz de advertir que
las instituciones del amor conyugal y familiar son indispensables en la
consecución del bien común».
Por
todo ello, reconocer y ayudar a la institución matrimonial es uno de
los mayores servicios que se pueden prestar hoy día «al verdadero
desarrollo de los hombres y de las sociedades, así como la mejor
garantía para asegurar la dignidad, la igualdad y la verdadera libertad
de la persona humana».
El
documento subraya también en este apartado la contribución que la
institución matrimonial aporta a la promoción de la dignidad de la
mujer, recuerda que se debe reconocer y fomentar el papel de la mujer en
la sociedad y critica los modelos que han pretendido hacernos creer que
la realización y perfección personal de la mujer pasaba por la
reproducción mimética del modelo masculino.
Por
último, se presenta a la familia como escuela de humanidad: la familia
—como comunidad específica, constituida por padre, madre e hijos— es un
capital social de la mayor importancia, que requiere ser promovido
política y culturalmente; se afirma también que reconocer lo diferente
es justicia, no discriminación en alusión directa a lo que ha ocurrido
en algunos países, en los que, con el pretexto de superar antiguas
discriminaciones se han dado disposiciones legales que reconocen como
matrimonio formas de convivencia que nada tienen que ver con la realidad
designada por ese nombre; y se detiene a analizar el caso español,
donde todavía se ha ido más allá, puesto que no solo se equipara el
matrimonio con otro tipo de uniones (conservando el reconocimiento del
matrimonio como una institución bien definida y con características
propias), sino que se ha redefinido la figura jurídica del matrimonio.
La Ley de 1 de julio de 2005 lo ha convertido en una convivencia
afectiva entre dos personas cualesquiera, con la posibilidad de ser
disuelta unilateralmente por alguna de ellas, solo con que hayan
transcurrido tres meses desde la formalización del contrato. Se trata de
una legislación insólita. Lo que está en juego no es solo una cuestión
de palabras. «No podemos dejar de afirmar con dolor —señalan los obispos— y
también sin temor a incurrir en exageración alguna, que las leyes
vigentes en España no reconocen ni protegen al matrimonio en su
especificidad. Asistimos a la destrucción del matrimonio por vía legal».
Como
se hace a lo largo de todo el documento, la denuncia clara viene
siempre acompañada de las propuestas en positivo para ejercer la
responsabilidad que todos los ciudadanos tienen a la hora de estar bien
formados en la naturaleza del amor conyugal, del matrimonio y de la
familia. Se alude en particular a la responsabilidad que tienen los
políticos y en concreto a los políticos católicos para que actúen «de acuerdo con su conciencia, más allá de cualquier disciplina de partido»
y animan a todos, pero de manera especial a los fieles católicos para
que participen en asociaciones que trabajan por la promoción de la vida
matrimonial y familiar.
6. Hacia una cultura del matrimonio y de la familia
«A
pesar de todas las dificultades, nuestra mirada no pierde la esperanza
en la luz que brilla en el corazón humano como eco y presencia
permanente del acto creador de Dios».
Con estas palabras comienza el último capítulo del documento, que se
centra en la necesidad de promover una cultura del matrimonio y de la
familia, también por parte de la Iglesia, que ya está empeñada en ello y
que ha de seguir empleándose a fondo en la tarea.
Los
obispos destacan la importancia de la formación en los fundamentos del
evangelio del matrimonio y de la familia, y ponen el acento en este caso
en la educación afectivo-sexual, que debe hacerse sobre la base de una “antropología adecuada” y cuyo lugar privilegiado es la familia. Además, señalan que «es necesario profundizar y renovar la preparación al matrimonio», promover «una política demográfica que favorezca la natalidad»,
puesto que los hijos son una contribución decisiva para el desarrollo
de la sociedad, que debe ser reconocido adecuadamente por el Estado;
impulsar políticas familiares que permitan a las familias disponer de la
autonomía económica suficiente para poder desarrollarse, sobre todo si
tenemos en cuenta la situación de precariedad en la que muchas familias
se encuentran actualmente; y contribuir a la construcción una “casa”, auténticamente humana, es decir, la familia en la que «cada uno de sus miembros se sienta querido por sí mismo y disponga del ambiente adecuado para crecer como persona».
«La mejor respuesta a la ideología de género» y a la actual crisis matrimonial —sostienen los obispos— es la nueva evangelización. «Es
necesario proponer a Cristo como camino para vivir y desarrollar la
vocación al amor. Sin su gracia, sin la fuerza del Espíritu Santo, amar
resulta una aventura imposible. Por eso necesitamos nuevos
evangelizadores que testifiquen con su vida que para Dios no hay nada
imposible».
La misión y el testimonio de la familia
El
documento se cierra con una breve conclusión en la que se hace hincapié
en que el anuncio y promoción del verdadero amor humano y del bien de
la vida es una tarea que compete a todos cuantos forman parte de la
Iglesia. «Nadie en la comunidad eclesial puede pasar y desentenderse.
Todos hemos recibido una vocación al amor. Todos estamos llamados a ser
testigos de un Amor nuevo, el fermento de una cultura renovada».
Los
obispos agradecen a cuantos, creyentes o no, trabajan incansablemente
por difundir la verdad del amor, se muestran cercanos a los hombres y
mujeres que ven rotos sus matrimonios, traicionado su amor, truncada su
esperanza de una vida matrimonial serena y feliz, o sufren violencia de
parte de quien deberían recibir solo ayuda, respeto y amor, y concluyen
acompañando con el afecto y la oración a las familias que en estos
momentos sufren la crisis que padecemos y comprometiéndose a redoblar el
esfuerzo por prestarles toda la ayuda posible.
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA / Almudí
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