miércoles, 25 de julio de 2012

‘Matar a un ruiseñor’: El mejor legado de un padre

La película de Robert Mulligan, especialmente en su primera parte, es un espejo en el que los padres deberían mirarse para educar a sus hijos… y eso lo consigue sin grandes discursos morales ni didactismos simplones

Video: Matar un Ruiseñor
      Este año se celebra el Centenario de la Universal, una de las majors de Hollywood que nos ha dado películas como Psicosis, Los pájaros, La sombra de una duda, Drácula, Frankenstein, Memorias de África, Tiburón, La lista de Schindler, Sed de mal, El golpe o Matar a un ruiseñor, por citar sólo algunas. Desde La mirada de Ulises nos unimos al evento con este breve artículo en torno a la película de Robert Mulligan, en lo que quiere ser también un homenaje al gran actor que fue Gregory Peck

   En la adaptación de la novela de Harper Lee se nos da cuenta de la maduración de dos niños que se dirigían a su padre llamándole Atticus, un hombre que se nos presenta como la encarnación de todas las virtudes de un padre ejemplar, de un abogado y ciudadano honesto, y también de una persona pacífica y tolerante, alejado del ambiente racista que se respiraba en los Estados Unidos en los primeros años del siglo pasado.


      Son los recuerdos de una niña llamada Scout, que vestía como un chico y que acompañaba a su hermano Jem en sus aventuras… como si fuera su ángel de la guarda. Es ella quien evoca el verano en que tenía seis años, cuando el odio y la muerte llegaron para perturbar la paz de un pueblo aburrido, y cuando la vida adulta llamó a su puerta rodeada de tantos objetos guardados en una caja nostálgica y del cariño de Atticus. Los primeros planos sirven para que la cámara recorra con su travelling esos pequeños tesoros (un reloj, unas canicas, una navaja, un silbato, unas pinturas, dos figuras de cera…), y con ellos nos introduzcamos en el imaginario de la niña y vivamos sus impresiones, para que podamos comprender el miedo ante el misterio del Sr. Boo, la admiración y orgullo ante un padre que llora en silencio la ausencia de su mujer, o el corazón agradecido y sin prejuicios ante quienes eran diferentes (por negros o locos, por ejemplo)… Porque de todo eso va Matar a un ruiseñor.

      La película de Mulligan, especialmente en su primera parte, es un espejo en el que los padres deberían mirarse para educar a sus hijos… y eso lo consigue sin grandes discursos morales ni didactismos simplones. Atticus es ejemplo de vecindad y amistad sin ostentación, de valentía y tolerancia porque sabe ponerse en el lugar del otro, de firmeza en sus convicciones ante la violencia e injusticia, de epiqueya para aplicar la justicia buscando la sanación del individuo, de integridad porque siempre actúa en conciencia “para poder ir con la cabeza alta” y “decir (a sus hijos) lo que tenéis que hacer”. Por eso acepta el caso de violación contra Tom Robinson, y por eso no responde al insulto de Bob Ewell cuando éste le escupe; por eso obtiene el respeto de todas las personas negras cuando se levantan en el juicio para despedirle, y por eso sus hijos están fascinados ante un reloj que simboliza el amor a su esposa fallecida.

      Atticus es un hombre de conciencia recta, y ese es el argumento que esboza en el juicio para intentar explicar la reacción de una herida en su orgullo como era Mayella Ewell, y también al tratar de convencer a su hija Scout para que vuelva al colegio y no se pelee… pues “hay que ponerse el calzado del otro para comprenderle” y procurar “no matar al ruiseñor” que alegra la vida con sus cantos. Su saber transigir y su sentido de la justicia le llevan, en la última escena, a asumir la versión oficial del juez ante la muerte de Bob y dejar volar al ruiseñor Sr. Boo… e incluso a agradecer a éste que haya salvado a sus hijos en la emboscada. Como en El hombre que mató a Liberty Valance, es mejor que los hechos no desmientan a la leyenda… porque ésta se aproxima más a la realidad profunda; y, como En un mundo mejor, es valiente quien responde con inteligencia, clemencia, compasión y perdón… y no con una escalada de violencia.

      No hay esquematismos ni rigidez en el comportamiento de Atticus, y sí un saber escuchar y educar desde la libertad, con la autoridad que no es imposición y que responde al cariño… Es alguien que se ha sabido meterse en la cabeza de unos niños traviesos y preguntones, de un negro asustado y frágil, de un blanco fanático y bravucón. El recuerdo de Scout y la mirada de Jem son los de unas criaturas que aprendieron viendo a su padre actuar, los de quienes dejaron de tener miedo a la muerte y a la injusticia porque se sintieron acompañados en esos inicios difíciles. Lo de menos es que descubran que fue un gran tirador de rifle o que sea considerado como un abogado de prestigio, porque lo que realmente les tiene fascinados es su actitud honrada y compasiva, su capacidad para mirar a la gente y saber tratarla… y todo eso se lo da Gregory Peck a su personaje con creces. La construcción de su Atticus es tan ideal como realista, porque su actuación es tan coherente como atractiva. No hay maniqueísmo… porque simplemente es alguien que supo querer a su mujer y a sus hijos, y también alguien capaz de ponerse el calzado del otro y no matar al ruiseñor.

      Magnífica adaptación de la novela de Harper Lee, y maravillosa banda sonora de Elmer Bernstein para esta mirada humanista a un mundo donde había “muchas cosas feas” y bastantes injusticias, pero también algunos hombres buenos. Entrañables son los niños y admirable la facilidad con que Mulligan nos traslada a su universo imaginario, a sus juegos y apuestas en lo que supone una ocasión de demostrar su valentía, a su inocencia virginal (“qué habrá hecho —el negro— para que tenga que llorar”, dice uno de ellos mientras espía lo que sucede en el juicio a puerta cerrada). Y extraordinario resulta un guión que sabe puntear la historia con una sugestiva voz en off, describir la casa de Boo y su enigma para que la imaginación haga el resto, o crear una atmósfera infantil donde no falta el columpio con un neumático o la cabaña en el árbol… aunque más interesante sea esa transmisión de enseñanzas de padres a hijos, y la suavidad para introducir a los pequeños en el mundo adulto, para moldearles una conciencia del deber y de la convivencia que supere el miedo y la diferencia… y que permita vivir al ruiseñor que nos alegra con su presencia.

Julio R. Chico

miradadeulises.com / Almudí

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