Anne-Marie
Slaughter, profesora de relaciones internacionales en Princeton y mujer
de convicciones feministas, ha causado conmoción con un artículo en que
reflexiona sobre su experiencia en un alto cargo político, del que
dimitió para atender a su familia
Su ensayo “Por qué las mujeres aún no pueden tenerlo todo”,
publicado en la revista ‘The Atlantic’ (julio-agosto 2012), alcanzó en
pocos días 725.000 lecturas en la versión digital. Es el artículo más
leído en la historia de la revista, y el más recomendado en Facebook,
más de 180.000 veces.
Anne Marie Slaughter,
profesora de relaciones internacionales en la Universidad de Princeton,
siempre había deseado trabajar en política exterior, y tenía decidido
que, si se le presentaba la oportunidad, permanecería en el puesto todo
el tiempo posible. A principios de 2009 se cumplió su sueño: fue
nombrada directora de planificación de políticas en el Departamento de
Estado; era la primera mujer que accedía a ese cargo. Pero a los dos
años dimitió y volvió a Princeton, porque concluyó que en su casa, con
dos hijos, el mayor de ellos en plena crisis de la adolescencia, hacía
más falta que en la Casa Blanca. «La sociedad debe llegar a valorar las decisiones de poner la familia por delante del trabajo»
El tipo de trabajo es crucial
«Yo
era una mujer que respondía con una sonrisa de condescendiente
superioridad cuando otra me decía que había decidido dejar el trabajo
por un tiempo o seguir un itinerario profesional menos competitivo para
dedicar más tiempo a la familia»,
confiesa Slaughter. Pero el trabajo en la administración Obama le hizo
ver las cosas de otra manera. «Las creencias feministas en que había
basado toda mi carrera se tambalearon».
Hasta entonces no había advertido algo «quizá obvio»: que «tenerlo todo, al menos en mi caso, dependía casi por completo del tipo de trabajo que tuviera».
El de profesora de universidad le permitía flexibilidad suficiente para
compaginar trabajo y familia, porque ahí ella era dueña de su propia
agenda: «Podía estar con mis hijos cuando hiciera falta, sin que el trabajo quedara sin hacer».
En cambio, «tenerlo todo no es posible en muchos puestos, incluidos los altos cargos en la administración, al menos no por mucho tiempo».
Slaughter había creído que sí, especialmente porque su marido, también
profesor de universidad, la apoyaba y estaba dispuesto a suplirla,
recortando su trabajo fuera de casa para estar con los hijos. Ahora dice
que eso no es suficiente. Porque, «según mi experiencia», es erróneo pensar que «una
mujer se quedará tan tranquila estando lejos de los hijos si el marido
está en casa con ellos, como un hombre en la misma situación si la
esposa se queda con los hijos». Y esto, añade, no es solo por estereotipos sexuales, sino por un «imperativo materno hondamente sentido».
Horarios flexibles
Slaughter sigue creyendo que las mujeres, y también los hombres, pueden «tenerlo todo»,
pero no con la actual configuración de la sociedad. Hacen falta
cambios, algunos muy prácticos sobre el uso del tiempo. Lo primero es
que los horarios escolares estén coordinados con los horarios laborales.
El sistema actual está pensado para una sociedad que ya no existe, en
la que predominaban las amas de casa.
Otro
es abandonar la obsesión por las jornadas interminables que se ha
metido en muchas empresas, sobre todo las consultoras y los despachos de
abogados, que facturan por horas. Pero, dice Slaughter, no es verdad
que más horas signifiquen más valor. Como recuerda de su experiencia en
Washington: «He de reconocer que contar con que saldría tarde me hizo
ser mucho menos eficiente durante la jornada, y desde luego menos que
algunos de mis colegas, que conseguían hacer la misma cantidad de
trabajo y marcharse a casa a una hora razonable».
Sin
embargo, a veces hacer muchas horas es inevitable. Pero ¿realmente hay
que hacerlas en la oficina? Hace falta pasar un mínimo de tiempo en la
oficina, para reunirse y comunicarse personalmente con los colegas; pero
no es necesario estar allí todo el tiempo. Deberíamos, dice, cambiar la
mentalidad, y concebir la oficina como base de operaciones, no como
lugar obligado para trabajar.
Además, hay que reducir los viajes, y hoy las videoconferencias permiten ahorrarse muchos.
Valorar más a madres y padres
Pero hacen falta cambios más profundos. Hoy, «quienes
ponen la carrera en primer lugar son recompensados; los que optan por
la familia no son tenidos en cuenta, no se les da confianza o se los
acusa de falta de profesionalidad». Pero, replica Slaughter, una
persona que se esfuerza por atender bien a la familia, con todo lo que
eso supone hoy día, es probablemente un trabajador más capaz y
eficiente, pues sus cualidades de madre o padre tienen, de rechazo,
valor también en la profesión. Conclusión: «La sociedad debe cambiar,
llegar a valorar las decisiones de poner la familia por delante del
trabajo. Si de verdad valorásemos esas decisiones, valoraríamos a las
personas que las toman; si valorásemos a las personas que las toman,
haríamos todo lo posible por contratarlas y retenerlas; si hiciéramos
todo lo posible por permitirles compaginar trabajo y familia, las
decisiones serían mucho más fáciles».
Sin
embargo, Slaughter admite que hay diferencias insuperables y que la
carrera profesional de una mujer no puede ser como la de un hombre: no
será un ascenso ininterrumpido, sino discontinuo, con ocasionales
reducciones de velocidad, llanos y aun descensos. Por tanto, llegarán a
la cima más tarde, pero a cambio ellas tienen una vida más larga.
Slaughter
es consciente de ser una privilegiada, de que la mayoría de las mujeres
tienen problemas más graves que los de ella cuando era alto cargo en
Washington. Pero cree que si en los ámbitos de responsabilidad política y
empresarial se implantan esos cambios, y están presentes más mujeres,
la organización social y laboral se irá haciendo más favorable a la
familia, en beneficio también de la gran mayoría de mujeres
corrientes... y de los hombres.
Rafael Serrano
AragonLiberal.es / Almudí
AragonLiberal.es / Almudí
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