jueves, 9 de agosto de 2012

Resetear la vida

   Borrar los datos personales de Google, retirar una foto de Facebook, quitarse un tatuaje, desaparecer como católico en el registro bautismal, pedir la amnistía de los presos de ETA. Quienes persiguen objetivos tan diversos como los mencionados invocan unánimes el “derecho al olvido”. Pero, ¿existe tal derecho? ¿En qué constitución está reconocido? 

   La virtualidad de la informática y la facilidad legal para revertir oficialmente en los registros hechos tan vitales como la identidad sexual o el matrimonio hacen creíble el espejismo del olvido, pero la vida va dejando cookies muy resistentes que aparecen cuando menos lo esperamos en la memoria individual y colectiva. No puede anularse dándole al botón de reset o haciendo clic en “borrar el historial” o en “deshacer los cambios”. Propiamente no existe derecho al olvido. La expresión es desafortunada pero sintomática de un problema rico en matices.


La cara oscura de la globalización
Roberto Cantoral cantaba en “La Barca” que la distancia es el olvido. Con los reality shows televisivos y las redes sociales se acabaron las distancias. El mundo se ha reducido a la aldea global de McLuhan, un pueblucho donde todos conocemos la vida de todos gracias a Internet.
En muchas ocasiones, las redes sociales se nutren de las aportaciones que nosotros mismos realizamos, a menudo imprudentemente. Sin embargo, en otras son los “amigos” los que nos etiquetan en una foto o divulgan con inadvertencia o malicia información privada y potencialmente peligrosa para nuestro trabajo, o para nuestras relaciones familiares.

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