
Andrea Tornielli: “El estilo de los Evangelios debería ser un modelo de comunicación”
Lucetta Scarafia: “En una situación de vacío cultural arraigan fácilmente los prejuicios y los lugares comunes”
El último número de Palabra  (diciembre) dio cabida al encuentro que tuvo lugar en Roma para  reflexionar sobre los “malentendidos” que caracterizan la relación entre  la Iglesia católica y los medios informativos, con ocasión del 150  aniversario del nacimiento de ‘L’Osservatore Romano’, el periódico de la Santa Sede. 
      Ahora  volvemos sobre esa relación, e invitamos a participar en esta reflexión  a dos protagonistas, que se ocupan en primera persona de la información  religiosa: el “vaticanista” Andrea Tornielli, autor de la columna Punto Romano, y la profesora Lucetta Scaraffia, que el mes próximo inicia una colaboración periódica con nuestra revista.
Señor Tornielli, ¿de dónde saca el tiempo para hacer todas estas cosas?
      Siempre  que me hacen esta pregunta (mi amigo y maestro Vittorio Messori insiste  en decirme que tengo cuatro o cinco clones diferentes que trabajan por  mí) es como si se abriera una herida: porque mi primer pensamiento va a  mi familia, y al hecho de que no estoy con ellos todo el tiempo que  debiera… Pero es verdad que una de mis características es la de escribir  con mucha rapidez. Mi jornada empieza todos los días muy temprano, a  las seis y media. Me gusta mucho la respuesta que daba el beato cardenal  Alfredo Ildefonso Schuster a quien le decía: «Eminencia, necesita usted descansar»; respondía: «Ya tendré tiempo para descansar en la otra vida, en el cielo».
Sus  libros son un despliegue de historias interesantes, desde Juan XXIII,  hasta los ataques a Benedicto XVI, pasando por la devoción mariana, los  santos contemporáneos y las polémicas sobre Pío XII. ¿Con qué criterios  elige los temas?
      En  primer lugar, busco escribir libros que a mí me gustaría leer. Los  libros que he escrito, sobre todo los dedicados a la historia de la  Iglesia, son libros que no he encontrado, y que me hubiera gustado leer.  Creo, por otra parte, que el estudio de la historia es fundamental para  un cristiano. El cristianismo no es una “religión”, sino, antes  que nada, un acontecimiento histórico, un hecho de la historia: Dios que  sale al encuentro del hombre, que se hace carne y sangre. Lo acabamos  de celebrar en la Navidad, viéndole nacer como niño en un preciso  momento de la historia, totalmente abandonado a los cuidados de un padre  y de una madre joven. Para los cristianos, la historia es tan  fundamental que san Felipe Neri, en carta a su amigo Cesare Baronio, el  que sería fundador de la historiografía católica, le decía: «Te ruego  que vengas aquí al menos una vez al mes, para enseñar historia de la  Iglesia a nuestros estudiantes, porque ya no la conocen; y si no se  conoce la historia se llegará a desconocer la fe».
¿Cómo nació su vinculación con la información religiosa? ¿Tiene algún “maestro” en particular?
      Mi  pasión por la información religiosa y el vaticanismo nació en 1978:  tenía 14 años, y estaba de vacaciones en un pequeño pueblecito cerca de  Canale d’Agordo, lugar de nacimiento de Juan Pablo I, el sucesor de  Pablo VI, cuando fue elegido el Papa. Recuerdo que seguí con curiosidad  la muerte de Pablo VI y el cónclave, y empecé a conocer el nombre de los  vaticanistas que entonces escribían en la prensa italiana. Mis dos  maestros son: el primero, Vittorio Messori, periodista y escritor, al  que considero fundador de la nueva apologética católica y autor de  libros importantes sobre los fundamentos de la fe; y el segundo es Luigi  Accattoli, que fue vaticanista del mayor diario italiano, el Corriere della Sera, que fue mi compañero en muchos viajes siguiendo al Papa, y un verdadero amigo que me ayudó con su gran experiencia.
¿Debería la Iglesia mejorar su comunicación? ¿De qué manera?
      En primer lugar, cambiando su lenguaje: muchas veces escuchamos una lengua que parece para “iniciados”,  totalmente auto-referencial, que no pueden comprender los que están  fuera. Tendría que hablar menos y hacerlo de manera más sencilla, porque  el Verbo se hizo carne, y no papel. Se escribe demasiado, los textos  publicados son demasiado numerosos, y parece que es necesario escribir  para justificar la existencia de comisiones, comités, oficinas,  consejos, dicasterios… El estilo de los evangelios debería ser un modelo  de comunicación. En otro orden de cosas, muchas veces nos desilusionan  homilías aburridas y banales, sacerdotes que escriben libros dulzones y  apologéticos sin contenido.
      Sin  embargo, tenemos un don extraordinario: Benedicto XVI, que habla con  claridad y con gran inteligencia a todos sus contemporáneos, creyentes y  no creyentes, aportando siempre una luz nueva. Es un hombre humilde,  que quiere enseñarnos que el protagonista de nuestra fe es Dios, y no  nosotros. Enseña, con un magisterio claro y sorprendente, que tenemos  que convertirnos con el corazón y con la razón, sin pensar que nuestra  fuerza y consistencia está en las estructuras o en el “poder”. 
      Basta  escuchar sus palabras, o leer sus libros, para darse cuenta del  extraordinario tesoro con que hemos sido enriquecidos.
¿Cuál es su opinión sobre los ataques que a veces se dirigen contra la Iglesia y, en particular, contra el Santo Padre?
      Claro  que no los considero justificados. Hay acontecimientos o situaciones  que pueden justificar críticas, pero no ataques. Y, por desgracia, se  producen muchos ataques sin fundamento, debidos sobre todo, según creo, a  la ignorancia, y en segundo término a los prejuicios. Es cierto que en  ocasiones existe también la voluntad de golpear al Papa, pero el mayor  peso corresponde a la ignorancia.
Parece  una experiencia repetida regularmente que en los viajes pastorales del  Santo Padre quedan siempre desmentidas las oscuras previsiones de la  vigilia…
      En  ese caso, se trata del hecho de que el encuentro con la realidad es  totalmente diferente del prejuicio. Lo hemos visto de una manera muy  clara en Francia (2008), en Inglaterra (2010) y en Alemania (2011).  Cuando llega el Papa, se ve enseguida que no es ese hombre terrible que  habían descrito algunos medios de comunicación, sino un hombre humilde,  que escucha, y que con su palabra quiere simplemente presentar al  cristianismo como una fe simple, profunda, que todos pueden comprender.
Si tuviese que trazar en pocas líneas un retrato del beato Juan Pablo II, ¿qué diría?
      Juan  Pablo II fue verdaderamente hombre, sin sombra alguna de clericalismo,  verdaderamente enamorado de Dios, que vivió en contacto con Él cada uno  de los momentos de su vida, rezando tanto como respiraba. Abrazó al  mundo, y todo el mundo lo abrazó.
¿Cómo valora el estado actual del catolicismo?
      Me  parece que la Iglesia está todavía viva; sólo con criterios humanos,  eso es un milagro. Sería necesario, en mi opinión, dedicar mayor  atención a las Iglesias de los países de Asia, de América latina y de  las demás tierras de misión. Nuestra Europa necesita ser evangelizada  con el entusiasmo y la fe de aquellos pueblos que la han recibido de  nosotros.
      Sigue  habiendo un lugar en la sociedad para la Iglesia. Y, desde luego, lo  que sí hay es necesidad de ella. ¿Qué están esperando las personas que  nos encontramos cada día en nuestro camino? Un Dios con rostro de Hombre  que, antes de juzgarlos por sus pecados, les diga: «Yo te quiero, te quiero tal como eres».
* * *
Profesora  Lucetta Scaraffia, usted vivió una larga etapa alejada de la fe y  comprometida en el feminismo militante. ¿Qué nos puede contar de aquella  etapa de su vida?
      En  los años que rodearon el año 1968, los jóvenes nos sentíamos  arrastrados por un torbellino de novedades y de vida que parecía  abrirnos las puertas a una mayor comprensión de la realidad, y a  experiencias que jamás habríamos podido vivir si nos hubiéramos  mantenido “normales”. El juego de transformar el mundo, de  conseguir que fuera justo y feliz, como nos prometían las ideologías,  era apasionante. Pronto se descubrió que era un espejismo, lo que muchos  no quisieron ver. En el momento en que comencé a darme cuenta, cayó  para mí el velo de la opinión dominante, y comprendí muchas cosas; nació  en mí un nuevo interés por la religión, a la que había dejado de lado  más o menos irreflexivamente.
Entonces vino la conversión…
      Mi  conversión se produjo en dos niveles. El primero fue, sin duda, el  intelectual. Empecé a dedicarme a la historia de la religiosidad y, en  particular, a la historia de las relaciones entre las mujeres y la  religión, que en aquellos años era un filón nuevo y muy de moda. Al  principio lo hacía solamente desde fuera, desde un punto de vista no  creyente; pero luego mi participación se volvió cada vez más “interna”.  Leer los textos de los místicos, como Teresa de Jesús, sumergirme en su  vida, fue una experiencia importante y formativa. Es imposible leer  estas cosas y no cambiar profundamente.
      Después  tuve una intensa experiencia espiritual ante un antiguo icono; me sentí  tocada por la gracia, y eso cambió de golpe toda mi vida. Todo ha  cambiado, y sobre todo, mi trabajo se ha convertido en una ofrenda a la  Iglesia.
Los protagonistas de sus libros son, a menudo, mujeres, incluidas algunas santas religiosas…
      He  escrito la vida de dos santas muy distintas entre sí, una antigua y una  moderna: Rita de Casia y Francesca Cabrini. Rita era una santa a la que  mi abuela invocaba con frecuencia, y esto despertó mi interés; también  el hecho de que no fuera canonizada hasta el siglo XX, habiendo vivido  entre finales del siglo XIV y comienzos del XV, provocó mi curiosidad.  Descubrí su historia, en gran parte mítica, así como su extraordinario  potencial milagroso, al que tantos acuden, sobre todo tantas mujeres:  conoció los sufrimientos de una vida familiar atribulada, y por eso  muchas madres y esposas se reconocen en ella. 
      Francesca  Cabrini es, en mi opinión, la más importante de las fundadoras de  congregaciones de vida activa del siglo XIX: una mujer inteligente y  valiente, una feminista que nunca declaró serlo, que escribió cartas  bellísimas y vivas, una mujer que supo ser a la vez una mística y una  persona de acción. 
Usted  ha publicado, junto con Margherita Pelaja, el libro “Dos en una sola  carne. Iglesia y sexualidad en la historia”, que acaba de aparecer en  español. ¿Cuál es su contenido?
      Tengo  un especial afecto por ese libro, pues creo que ayudará a disipar los  lugares comunes acerca de la relación entre la Iglesia y la sexualidad.  Recorriendo la historia del cristianismo, hemos intentado hacer ver que  la moral cristiana no es una moral represiva de la sexualidad, no es una  normativa que impida la felicidad de las personas, como se suele pensar  hoy, sino que es otra manera, más rica y profunda, de ver la  sexualidad. El cristianismo, basado en la Encarnación, da valor  espiritual al cuerpo y a todo lo que se hace con el cuerpo; por tanto,  también a la vida sexual. La verdad es que la moral cristiana es justo  lo contrario de lo que se piensa: da una gran importancia a la vida  sexual, que se convierte en un camino para el crecimiento espiritual. 
      Aparte  de eso, es un libro escrito con dos manos, pues colaboramos en él una  historiadora no creyente y yo misma, lo cual ayuda a entender que no  presentamos un punto de vista apologético, sino el resultado de una  investigación histórica lo más objetiva posible. 
En  los editoriales que Usted escribe para ‘L’Osservatore Romano’ trata con  frecuencia de asuntos relativos a la bioética, ámbito que en la opinión  pública se debate de manera apasionada.
      Actualmente  registramos intentos decididos, por parte de la tecnociencia, por  apoderarse de la vida humana, para lo cual primero se intenta privarla  de valor. Todo parte de la idea de que, en el fondo, los seres humanos  no son distintos de los animales, sino animales más evolucionados, de  manera que se les podría tratar con la misma desenvoltura con que se  trata a los animales: eliminarlos en caso de una enfermedad grave y  experimentar con ellos igual que si fueran cobayas. Si se pierde la idea  del hombre como imagen de Dios —y por eso mismo diferente de los  animales— cae todo respeto por la vida humana. El enfrentamiento en  torno a esta cuestión es cada vez más feroz, porque es el enfrentamiento  “sustancial”, del que dependen todos los demás: la concepción  del ser humano, la idea sobre quién es el hombre y, por tanto, sobre el  respeto con que hay que tratarlo. Se está difuminando la verdad,  aportada por el cristianismo, de que todos los seres son iguales entre  sí porque todos son hijos del mismo Padre, creados a su imagen. Hoy, los  enfermos, los viejos, los concebidos con algún defecto, en definitiva  los más débiles, no son iguales a los demás, y su vida no es digna de  respeto.
¿Es  sólo consecuencia de la ideología, o detrás de las incomprensiones se  esconde a veces la incapacidad para comunicar de quienes han de  transmitir el mensaje cristiano?
      Desde  luego, hay una contraposición cultural verdadera y muy fuerte. A esto  se añade que a menudo los cristianos, para no ser excluidos —por  ejemplo, del mundo científico—, guardan silencio incluso ante abusos  graves. Finalmente, no son muchos los que saben argumentar de un modo no  genérico, cada vez que resulta necesario y sin usar tonos que recuerdan  posiciones de fanatismo, sino con serena claridad. Eso, sin duda,  disminuye la receptividad ante la posición cristiana.
¿Qué papel tienen los prejuicios y los lugares comunes en los ataques contra la Iglesia?
      Los  lugares comunes están muy extendidos, también entre las personas  cultas: pero siempre tienen su origen en la ignorancia. La ignorancia  sobre la historia de la Iglesia, por ejemplo, es increíble, también  entre muchos sacerdotes y cristianos en general, que no saben cómo  argumentar para responder a los ataques. Los italianos —por refirme a mi  país, y hablando de modo genérico— no tienen una verdadera formación  cristiana. Los jóvenes hoy a veces no conocen ni las parábolas  evangélicas más sencillas. En esta situación de vacío cultural arraigan  fácilmente los prejuicios y los lugares comunes, dañando gravemente a la  Iglesia.
¿Hacia dónde va Europa, la que fue en su momento cuna de la cristiandad?
      Todos  lo vemos: el proceso de descristianización es intenso, y parece que  incluso llega a desdibujar memorias milenarias. Pero quizá se está  desarrollando un movimiento cultural contrario, que esperemos sepa  neutralizar esta infausta tendencia. Los jóvenes, y precisamente los que  no han tenido ninguna educación religiosa, carecen de prejuicios y  están animados muchas veces por un verdadero interés por la tradición  religiosa. Es posible que se esté volviendo a empezar.
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Lucetta Scaraffia  (nacida en Turín) es historiadora y periodista. Enseña Historia  contemporánea en la Universidad de Roma ‘La Sapienza’. Colabora con  medios de comunicación como ‘Avvenire’, ‘Il Foglio’, ‘Corriere della  Sera’ y ‘L’Osservatore Romano’, y desde ahora en ‘Palabra’. Autora de  diversos libros, es miembro del Comité Nacional de Bioética. Está casada  con el también historiador Ernesto Galli della Loggia.
Andrea Tornielli  estudió letras clásicas, en concreto historia de la lengua griega.  Después de 15 años como “vaticanista” de ‘Il Giornale’, ahora trabaja  para ‘La Stampa’ y colabora con diversos medios de comunicación, entre  ellos esta revista. Escribe un blog muy visitado, Sacri palazzi, y es director del diario digital La bussola quotidiana. Ha publicado varios libros sobre la Iglesia contemporánea. Está casado y tiene tres hijos.
Palabra (Entrevista de Giovanni Tridente) / Almudí
Palabra (Entrevista de Giovanni Tridente) / Almudí
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