
Nadie puede evitar que en su vida sucedan cosas adversas pero sí puede evitar que éstas le dominen y le paralicen 
      Todos  quedamos impresionados ante las imágenes del terremoto que asoló Japón  en marzo de 2011 pero nos impactó más la forma de afrontar los japoneses  esta catástrofe. Vimos un pueblo sereno, solidario, paciente y cívico.  Las personas no se mostraban desesperadas y respondían al desastre con  responsabilidad y entrega. En el transcurso de los días no se dieron  saqueos o indicios de robo, ni siquiera para conseguir alimentos en  momentos de penuria. 
      Al  parecer, en la cultura japonesa, el sufrimiento es algo que pertenece a  la intimidad de la persona y no se exhibe para evitar sufrimiento a los  demás. El orden, la serenidad y la disciplina son valores que viven en  tiempos normales ya que están enseñados desde la infancia. Y, por  supuesto, la violencia y el robo están muy mal considerados, no se  sostienen en la cultura japonesa, según la antropóloga Merry White. En el siglo Xll, el poeta y monje Kamo no Chōmei  describió el gran terremoto de 1.185 como algo terrible, nunca visto y,  tras hacer una descripción de lo sucedido, entendió que esa catástrofe  era una oportunidad para meditar sobre la vanidad y el sinsentido del  mundo.
      En un artículo titulado Elogio de la serenidad, Carmen Posadas decía: «…muy  bien haría en aprender nuestra sociedad occidental, tan quejica e  infantiloide que, a la mínima contrariedad, llora y se desparrama con el  absurdo reproche de ¿por qué a mí? Y la razón es que la contención y la  serenidad ante el dolor no son sólo un gesto heroico de grandeza y  temple sino la más poderosa y —diría— única arma para luchar contra la  adversidad y el inmenso dolor. Eso lo sabían muy bien nuestros abuelos  en tiempos más duros y no estaría mal que también lo aprendiéramos  nosotros». Nadie puede evitar que en su vida sucedan cosas adversas pero sí puede evitar que éstas le dominen y le paralicen. 
      Encontramos problemas pero podemos evitar “problematizarnos”,  no dejarnos arrastrar por los acontecimientos dolorosos o negativos,  sino aprender a aceptar lo que no podemos cambiar. La paz llega, a  veces, por la aceptación de nuestras limitaciones y la comprensión de  los defectos de los demás. Por mucho afán de superación que queramos  desarrollar en nosotros —y esto es positivo y necesario— siempre habrá  algo que nos supere y es conveniente darse cuenta pronto para no perder  la serenidad y la paz que tanto ansiamos en nuestro interior.
      En un pequeño libro de gran valor La serenidad. Una actitud ante el mundo, Miguel Angel Martí García dice: «La  complejidad del ser humano se multiplica cuando entra en relación con  los demás. Todos somos diversos y nuestros estados de ánimo,  fluctuantes: ante tanta heterogeneidad no es extraño que se den  incompatibilidades que sólo una mente inteligente y generosa es capaz de  sobrellevar con cierta elegancia». Algo importante es no tener, en  nuestra mente, una lista de agravios. Es muy bueno aprender a olvidar lo  que no conviene tener presente porque no sirve para nada y es negativo.  Necesitamos, por higiene mental, echar fuera recuerdos desagradables y  no dar entidad a cosas que ya pasaron. Es absurdo seguir manteniendo  hechos desafortunados o inoportunos, y siempre tener en cuenta la  fragilidad humana, en primer lugar la nuestra. Así sabremos aprender a  comprender los defectos de los demás, en la misma medida que deseamos  que los demás disculpen los nuestros. Conviene no olvidar que todos  somos vulnerables y no maquinarias que funcionan con precisión.
      La  serenidad se aprende a través de un esfuerzo inteligente y también es  un acto de inteligencia convencerse de que la felicidad depende de cada  uno, no de acontecimientos que suceden en el exterior. Creer que la paz y  la felicidad dependen de que todo suceda como habíamos previsto no es  una muestra de serenidad. Sí lo es si permanecemos calmados cuando hay  que remontar dificultades y resolver problemas, eso es una muestra de  madurez. A veces, conviene “retirarse” interiormente de algo que vivimos como negativo, tratar de verlo desde “fuera”,  como observando algo que sucede a otra persona. Quizá consigamos verlo  con otra perspectiva y, acostumbrarnos a desconfiar un poco de nuestra  apreciación subjetiva y estar alerta para no convertirnos en “víctimas” ya que es una estéril actitud ante la vida.
      Hay  que saber encontrar espacios de silencio, de reflexión, ya que el  activismo no es más que una muestra de la forma en que se trata de hacer  frente al aburrimiento y al vacío, porque el intelecto y el espíritu  pueden estar muy mal alimentados. Es importante saber desconectar del  televisor, del móvil y de tanto ruido como nos rodea y pasar, quizá a la  lectura sosegada de un buen libro que enriquezca nuestra interioridad.  Aprender a contemplar y conocer las cosas en más profundidad. Tener  clara la meta: serenidad, paz, armonía, distensión. Nos ayudará mucho y  será un beneficio para los que nos rodean.
Carlota Sedeño Martínez
AragonLiberal.es / Almudí
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