
Se  precisan personas que busquen y amen la verdad, que no sean  relativistas cuando conviene y se digan amantes de algunas "verdades" de  modo interesado
      Repasaba  esta mañana un pasaje de la historia más grande jamás contada, y ha  venido a mi mente una expresión de la literatura castellana inicial. El Cantar del mío Cid la pone en boca de los burgaleses: ¡Dios, que buen vasallo si tuviese buen señor!
      Leía  el Evangelio, y mi vista se ha parado en una frase bien conocida:  Jesús, al ver las multitudes, se llenó de compasión por ellas porque  estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor. Cristo  habla en un contexto espiritual, pero al rabí de Nazaret le interesa el  hombre entero, cada persona y toda situación. El Dios que se hace hombre  asume como propias todas las ocupaciones del hombre, todas sus  vicisitudes. El cristiano no puede ser alguien que, por mirar al cielo,  descuide los sucesos de esta tierra. Es más, los avatares de este mundo,  vividos con profesionalidad y honradez, son medios para ir a Dios.
      Qué poca razón tiene un diario que hoy publica un largo artículo dedicado a "demostrar"  que la culpa de la pobreza la tiene la fe católica. Es cierto que, en  ocasiones, los cristianos hemos descuidado este mundo por mirar al otro.  De esquizofrénica, calificaba esa actitud el fundador del Opus Dei,  porque no puede haber una doble vida si queremos ser cristianos: «hay  una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que  ser —en el alma y en el cuerpo— santa y llena de Dios: a ese Dios  invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales».  El descuido de las realidades temporales condujo a la beatería, a vivir  —por decirlo con ideas del mismo autor— una sociología eclesiástica,  incrustados en un mundo segregado que se presenta a sí mismo como la  antesala del cielo, mientras el mundo común recorre su propio camino.
      Pero  de ahí a perpetrar una pirueta para atacar a la fe católica en sí  misma, media un abismo. Una cosa es la actuación de determinados  cristianos en ciertas épocas de la historia —que no podemos juzgar con  criterios actuales— y otra bien distinta es dar visos de erudición a lo  que podríamos denominar integrismo laicista, una mezcla  político-económico-religiosa absolutamente infumable. Si se quiere  erudición, búsquese el magisterio del último concilio, donde se  encontrará abundante material no utilizado por el articulista porque  mantiene lo contrario a su tesis. Se queda en el Vaticano I, y lo  entiende mal.
      Para  explicar todo esto, y más, hacen falta buenos pastores en la Iglesia,  pero también en la sociedad civil, en cada uno de los campos en que se  realiza: líderes culturales, económicos, políticos, del mundo del  pensamiento, punteros de la investigación en cualquiera de sus aspectos,  etc. Pero me temo que, para ser dirigentes honrados, que arrastren al  bien, necesitan ser políticamente incorrectos en muchos temas.
      Para  empezar, se precisan personas que busquen y amen la verdad, que no sean  relativistas cuando conviene y se digan amantes de algunas "verdades" de modo interesado. Y entrecomillo porque, con no poca frecuencia, no son las que invitaba a buscar Machado: tu verdad, no; la verdad,/ y ven conmigo a buscarla./ La tuya guárdatela. Y, además, expliquen esa verdad siempre que sea necesario.
      Hay  que buscar líderes dispuestos a terminar con la corrupción, ya sea en  la cosa pública, ya se trate de tareas privadas que, dicho sea de paso,  tienen habitualmente una dimensión pública. Nos escandalizamos de la  cultura del pelotazo (desde el blindaje de sueldos a cohechos, pasando  por el tráfico de influencias hasta todo lo imaginable), pero ¿estamos  haciendo algo para evitarla? Con leyes, sí, pero con algo más, porque  sólo con éstas, no llegaremos lejos. 
      Artículos  como el que cito están ignorando las virtudes que predica la Iglesia  sabiendo que ahí reside la solución de muchos asuntos. Culpan a la  Iglesia, pero la ridiculizan con pretendidos estudios que acaban  acusando de aquello que necesitamos y la Iglesia defiende. Por ejemplo,  tan católica —o más— era la España que fue dueña de medio mundo, como la  que ahora está más cerca de la pobreza, tanta que la empresa editora  del artículo de marras está manteniéndose de milagro en esta España y  con la ayuda de un empresario mejicano (país de mayoría católica).
      Insisto,  líderes que echen de sus partidos a cualquier persona corrupta, sea  quien sea, que no tengan miedo a decir que la vida es sagrada, que el  matrimonio es lo que naturalmente es, que promuevan la participación de  los ciudadanos en la vida pública para que no sea cosa de unos pocos que  fabrican unas listas que los demás votamos, porque eso o nada. Que  ayuden al desarrollo de la sociedad civil, que no subvencionen asuntos  impotables por motivos electorales. Que ilusionen con la realidad.
      Necesitamos  promover la libertad sin miedo y con conocimiento de causa, mirar más a  los parados y marginados que a las encuestas o la imagen. Mejor:  necesitamos la imagen de gente cabal, veraz, trabajadora, sacrificada,  sobria, que no se dedique a la discusión huera —el ingenio, para  mejorar—, sino a hacer lo que debe y del mejor modo posible.
Pablo Cabellos Llorente
Las Provincias
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