Durante su viaje al Líbano, el 15 de septiembre Benedicto XVI se encontró con los jóvenes en Bkerké. Y sus palabras, como siempre, van más allá de sus destinatarios inmediatos.
Y sus palabras, como siempre, van más allá de sus destinatarios
inmediatos. Son una interpelación para todos nosotros y para todos;
porque la fe, la fe vivida, es propia de los verdaderamente jóvenes;
porque la fe tiene que ver con la capacidad de soñar y alcanzar lo mejor
de los sueños.
Les recordó que vivían en una parte del mundo que ha visto el
nacimiento de Jesús y el desarrollo del cristianismo. Y eso no ha de ser
motivo de orgullo sino de responsabilidad. En medio de sus dificultades
(falta de estabilidad y de seguridad, falta de empleos, sentimientos de
soledad y marginación) les alentó a permanecer en aquella tierra y
cumplir su papel en la sociedad y en la Iglesia, para ser allí
portadores del amor de Cristo.
"¿Cómo? –se preguntaba el Papa– Volviendo sin reservas a Dios, su
Padre, que es la medida de lo justo, lo verdadero y lo bueno". En
concreto, a través del Evangelio, la oración y los sacramentos. También
con el estudio de los contenidos de la fe: "El Año de la fe que está
para comenzar será una ocasión para descubrir el tesoro de la fe
recibida en el bautismo. Podéis profundizar en su contenido estudiando
el Catecismo, para que vuestra fe sea viva y vivida".
De esta manera, continuaba diciéndoles, con un lenguaje directo y
lleno de fe, "os haréis testigos del amor de Cristo para los demás. En
él, todos los hombres son nuestros hermanos. La fraternidad universal
inaugurada por él en la cruz reviste de una luz resplandeciente y
exigente la revolución del amor. 'Amaos unos a otros como yo os he
amado' (Jn13,35). En esto reside el testamento de Jesús y el signo del
cristiano. Aquí está la verdadera revolución del amor".
En un ambiente de enfrentamiento de religiones y culturas, insiste el
Papa con el mensaje cristiano que los jóvenes son capaces de captar y
vivir: "Cristo os invita a hacer como él, a acoger sin reservas al otro,
aunque pertenezca a otra cultura, religión o país. Hacerle sitio,
respetarlo, ser bueno con él, nos hace siempre más ricos en humanidad y
fuertes en la paz del Señor".
Les anima a participar en las actividades organizadas por las
parroquias, escuelas, movimientos y asociaciones, quizá recordando las
gozosas jornadas mundiales de la juventud, donde los jóvenes redescubren
"un nuevo modo de ser cristianos" a través de la belleza del darse a
los demás. En la misma pista de despegue les sitúa ahora a los jóvenes
reunidos en el Líbano para escucharle:
"Es hermoso trabajar con y para los demás. Vivir juntos momentos de
amistad y alegría permite resistir a los gérmenes de división, que
constantemente se han de combatir. La fraternidad es una anticipación
del cielo. Y la vocación del discípulo de Cristo es ser 'levadura' en la
masa, como dice san Pablo: 'Un poco de levadura hace fermentar toda la
masa' (Ga 5,9). Sed los mensajeros del evangelio de la vida y de los
valores de la vida. Resistid con valentía a aquello que la niega: el
aborto, la violencia, el rechazo y desprecio del otro, la injusticia, la
guerra. Así irradiaréis la paz en vuestro entorno".
Lo que el mundo más desea es la paz. Y Jesús ha venido a traer no
cualquier paz, sino la suya que es la más profunda y verdadera: "(Mi paz
os doy), dice Jesús. Él no ha vencido el mal con otro mal, sino
tomándolo sobre sí y aniquilándolo en la cruz mediante el amor vivido
hasta el extremo. Descubrir de verdad el perdón y la misericordia de
Dios, permite recomenzar siempre una nueva vida".
Desde ahí, los jóvenes pueden responder a las preguntas: ¿Qué espera
Dios de mí? ¿Qué proyecto tiene para mí? ¿Me llamará a seguirlo más de
cerca? Y vale la pena tomarse para pensarlo y responder generosamente,
porque de esa manera es como se encuentra la alegría y la plenitud de la
vida, "el secreto de la verdadera paz".
Tomando pie en unas palabras de San Pablo a los corintios (cf. 2 Co
3, 2-3), Benedicto XVI les ha dicho a los jóvenes: "También vosotros,
queridos amigos, podéis ser una carta viva de Cristo. Esta carta no
estará escrita con papel y lápiz. Será el testimonio de vuestra vida y
de vuestra fe. Así, con ánimo y entusiasmo, haréis comprender a vuestro
alrededor que Dios quiere la felicidad de todos sin distinción, y que
los cristianos son sus servidores y testigos fieles".
¡Cuánto necesitamos todos esta fe del Papa que él transmite con
sencillez y coraje, en medio de un ambiente convulso! ¡Con qué
coherencia de vida y de argumentación defiende que la libertad religiosa
es un derecho fundamental, que no debe ser obstaculizado ni por el
laicismo ni por el fundamentalismo!
La presencia de jóvenes cristianos junto a jóvenes musulmanes ante el
Papa en Líbano es, sin duda, un buen presagio. Un signo de que sí, es
posible, sobre todo para los jóvenes, colaborar para que se respete la
dignidad de la persona humana, la cultura de la vida y la libertad
religiosa, como bases de un mundo nuevo.
Quizá haya quienes tilden de ingenua la propuesta cristiana. Tal vez
otros podemos ser tentados de desilusión, cansancio o rutina. Es
cuestión de fe y de coherencia. En la medida de nuestra fe vivida
podremos dar un vuelco a tantas cosas que quizá no van entre nosotros y
ayudar a las necesidades de los demás.
A las puertas de un Año de la Fe conviene plantearse de nuevo la
propia actitud ante la fe, pidiendo que se nos aumente, poniendo más
medios para acogerla y vivir con autenticidad: lectura y meditación del
Evangelio, oración, sacramentos, estudio del Catecismo de la Iglesia
Católica, atención a los que nos rodean.
En ese sentido, el mensaje de Benedicto XVI a los jóvenes del Líbano
sirve primero para todos los cristianos, y luego para todos los demás,
como si les dijera: tú también, vosotros también podéis renovar vuestra
juventud como la del águila (cf. Salmo 103, 5); "todo es posible para el
que tiene fe" (Mc 9, 23).
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