lunes, 29 de octubre de 2012

LA FE Y LOS DÍAS

   Buen artículo del Dr. Cabellos sobre el Año de la Fe 

   Tengo una historia real para comenzar. Jesús de Nazaret salía de Betania y sintió hambre. Vio de lejos una higuera y se acercó a ella buscando su fruto. No era tiempo de higos, por lo que no halló más que hojas. E hizo que se secara al instante. A la vuelta, viendo sus discípulos la higuera seca de raíz, la señalaron a Jesús. Éste utilizó el suceso para moverles a orar, asegurándoles que, no sólo la higuera, sino que hasta trasladarían montes si tuvieran fe. De ahí procede la conocida frase: la fe mueve montañas. 

    Posiblemente, un ecologista vería mal este suceso, quizá por no tener en cuenta la mayor valía de la enseñanza que la higuera misma. La doctrina es que los hombres, y los cristianos en particular, no podemos ser árbol estéril ni con la disculpa de no estar en la temporada oportuna. Porque siempre es época de producir frutos si nos guiamos por la fe. Escribo estas líneas al comienzo del Año de la Fe que Benedicto XVI ha querido proclamar a partir del día once de octubre hasta finalizar noviembre del año próximo. ¿Con qué idea? Se puede sintetizar en unas palabras escritas el pasado año para convocar este evento. 


Recogía un pasaje del evangelio de san Juan en el que plantean a Jesús un interrogante. El Papa anotaba: "La pregunta planteada por los que le escuchaban es también hoy la misma para nosotros: ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios? Sabemos la respuesta de Jesús: la obra de Dios es ésta: que creáis en el que Él ha enviado. Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación". El Año de la Fe que ahora comienza es una llamada a volver los ojos a Cristo con deseos de aprender de Él y buscar la identificación con su forma de vivir y de hacer. El título de este artículo responde a la real necesidad que tenemos los cristianos de vivir y llevar a todas partes la fe que profesamos: En la memorable homilía "Amar el mundo apasionadamente", afirmaba el fundador del Opus Dei: "allí donde están vuestros hermanos los hombres, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo". 

No es este un año para jugar al escondite con nuestro modo de pensar y ver la vida. Tal vez nos hemos dejado tragar por la ola de relativismo y laicismo que impera en el pensamiento dominante. Tal vez somos poco consecuentes con la fe que recibimos de Dios, bien por nuestros errores personales en la conducta o bien por ocultamiento de nuestro modo cristiano de ver la vida, sencillamente porque requiere ir contra la corriente imperativa en los comportamientos de moda. No somos en ocasiones capaces de decir: ¡ah! pero ¿tú no vas a Misa?, antes de que nos pregunten: ¿todavía vas a Misa? Pero no sólo está lo relativo a la práctica sacramental o la oración, hemos de ejercitar las virtudes cristianas en la familia, en el trabajo, en el descanso..., en los días corrientes. 

La fe ha de manifestarse en la honradez, en la laboriosidad, en la lealtad, en el servicio prestado sin que se note si es posible, en una sonrisa, en la veracidad, en el modo de tratar a los demás, en el espíritu de sacrificio, en la forma de vestir y de divertirse, en el dolor por la miseria y sufrimiento ajenos, en el afán de formarnos mejor en la doctrina católica para hacerla vida. Los medios para comportarse de esta manera, como recordaba un punto de Camino, son los mismos que tuvieron los primeros cristianos: el evangelio y la cruz, que es tanto como decir el seguimiento total de Cristo: buscarlo, encontrarlo y amarlo. Y así procurar que su espíritu reanime al mundo, porque el ADN del bautizado es ser otro Cristo, el mismo Cristo, aunque nunca por mérito propio. 

 Ese ideario se mantiene con las enseñanzas evangélicas: oración, eucaristía, confesión de los pecados, la gracia sacramental del matrimonio para edificar una familia generosamente, y todos los demás sacramentos que son remedio para cada necesidad, también la de hacer a Jesús presente en todas las encrucijadas del mundo, porque son muchos -también entre los bautizados- los que no conocen las riquezas de la fe, el sentido que la vida adquiere con ella, la esperanza en Dios, que recoge también las legítimas aspiraciones humanas; y sobre todo, el amor con que Él nos ha enseñado a querer mientras desempeñamos nuestras tareas. 

 Concluyo con unas frases de Benedicto XVI de 2005: "En numerosas partes del mundo existe hoy un extraño olvido de Dios. Parece que todo marche igual sin Él (...). Dan ganas de exclamar: ¡no es posible que la vida sea así! Verdaderamente no". Tras afirmar que la religión no es un producto de consumo a la carta, concluía: "ayudad a los hombres a buscar la verdadera estrella que nos indica el camino: Jesucristo". 

Pablo Cabellos Llorente
Publicado en Las Provincias el 29.10.12

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