lunes, 22 de abril de 2013

Bombas e interrupción voluntaria de la vida: Una idea perversa de la libertad


atentado en Boston
  Si me atreviera a decir que los asesinos que colocaron las bombas en Boston no son en realidad unos criminales sino unos simples “interruptores voluntarios de la vida” ¿se me podría acusar de cínico, de hipócrita o de utilizar indebidamente un lenguaje políticamente correcto consagrado por la ideología de género y el radicalismo izquierdista? 

   Pues me voy a atrever a decirlo: estos asesinos no son más que simples “interruptores voluntarios” de la vida humana, como lo son sus congéneres los islamistas que colocan cada día bombas en los barrios más populosos de los propios países islámicos, como lo han sido y son los terroristas de ETA que guardan las armas por si un día tienen la ocurrencia de volver a usarlas y, en definitiva, todo el que mata una vida humana.


   Y resulta curioso: a nadie se le ha ocurrido tener compasión de estos asesinos ni tampoco justificar sus crímenes en nombre de la libertad individual que tienen para cometerlos. ¿Es libre el ser humano para matar a otro ser humano? Según los códigos penales del mundo entero, incluidos los islámicos, nadie tiene libertad para matar. Y, sin embargo, la modernidad, que ha perdido muchas de sus referencias éticas y que, incluso, ha tomado la decisión de ignorar cuando no pervertir los derechos humanos, justifica la “interrupción voluntaria” del embarazo no solo como una expresión de la libertad individual de la madre sino como señal inequívoca del progreso humano (!).

   Así hemos podido llegar en nuestro país y en otros países considerados “avanzados” -es decir, los que gozan de mayor nivel de vida- a considerar la interrupción voluntaria del embarazo -de la vida- como “una la legítima expresión de libertad individual que debe reconocerse y ser protegida como un verdadero derecho humano”, dicho sea con las mismas palabras empleadas por el beato Juan Pablo II en su encíclica “Evangelium vitae”.

Lo diré sin rodeos: todos esos partidos políticos -mejor habría que decir personas, que los partidos están formados por personas- que han incorporado a su ideología, como signo de libertad y progreso, la interrupción voluntaria del embarazo, son exactamente iguales que los que interrumpen la vida de forma violenta por cualquier medio.

De los abortorios del Dr. Morin -y todos los pagados por la Seguridad Social- a las bombas de Boston -o Bagdad, o Islamabad, o Nueva York, o Londres, o Madrid…- no hay mas que un pasito: el tiempo que transcurre desde ser feto a ser adulto. Y lo digo aunque esto pueda parecer duro a muchos oídos que no quieren oir. Todavía más: esos partidos -empezando por el PSOE- que ahora acusan al Gobierno de Mariano Rajoy de “ceder” ante lo que consideran una “imposición” de la moral de la Iglesia -por lo visto la único institución universal que defiende el derecho a la vida- para reformar la ley del aborto, ¿no se han dado cuenta de que han sido ellos los primeros que han impuesto a la sociedad su propia moral y sus propios contravalores laicistas?

Y aún añadiré más: Si la democracia consiste en legislar con el apoyo de la mayoría parlamentaria ¿por qué niegan ahora al Partido Popular, que dispone de ella, a legislar según sus convicciones, recogidas públicamente en su programa electoral ? ¿Son más legítimas las democracias cuando gobiernan las izquierdas que las democracias cuando gobiernan las derechas? Con responder a esta última pregunta, sin necesidad de leerse un manual de la evolución del pensamiento humano, bastaría para discernir dónde está la mentira y dónde la verdad; donde el adoctrinamiento y donde la libertad.

Y termino: en una democracia -en las dictaduras ya sabemos cómo se las gastan- nadie tiene libertad para matar, para coaccionar, para adoctrinar, para imponer su voluntad. Como máximo, se las ideas se proponen, se aceptan o se rechazan. Por eso, con toda legitimidad, se puede decir de los que matan, coaccionan y adoctrinan son tan reaccionarios como dictadores, tan criminales como filonazis. Las interrupciones voluntarias de la vida son consecuencia de una perversión de la libertad, es decir, de los dictadores posmodernos. De modo, que no tiene sentido que se molesten los abortistas si alguna vez son comparados con los liberticidas, con los nazis, con los estalinistas, con los castristas, con los norcoreanos o con los islamistas radicales… ¿Donde está la diferencia?

Manuel Cruz
ANÁLISIS DIGITAL

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