En
entrevista con el diario ‘El Mercurio’, el Prelado del Opus Dei destaca
que "en la barca de Pedro estamos todos para servir, en unidad de
corazones y de voluntades" y habla de la cercanía del Papa Francisco con
la Prelatura
El mismo miércoles 13 de marzo, en que el Papa Francisco se asomó en el balcón de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, el Prelado el Opus Dei, monseñor Javier Echevarría,
quien tiene a cargo la dirección de la Obra ─como coloquialmente le
dicen sus cercanos por la traducción al español de su nombre latino:
“Obra de Dios”─, envió un mensaje a todos los fieles: «Nuestro nuevo
Papa Francisco es el 265 sucesor de Pedro. Desde que se ha visto la
‘fumata’ blanca le hemos recibido con profunda gratitud y, ahora,
siguiendo el ejemplo de Benedicto XVI, le manifestamos incondicional reverencia y obediencia».
El Padre,
como se le llama al Prelado en el Opus Dei, a sus 80 años ha seguido
con expectación todo el proceso de elección y entronización del Sumo
Pontífice. También ha estado al tanto de los comentarios de algunos
respecto de que le podría resultar incómoda al Opus Dei la llegada de un
jesuita al trono de Pedro.
En entrevista exclusiva con El Mercurio
aborda dicha discusión, el impacto de un Papa latinoamericano, el
compromiso de los fieles de la Prelatura personal al vicario de Cristo, y
revela la devoción de Francisco a san Josemaría Escrivá de Balaguer, el fundador de la “Obra de Dios”.
¿Qué señal es para la Iglesia la elección de un Papa latinoamericano?
En
América Latina existe una piedad popular especialmente delicada, y el
amor a Santa María Virgen destaca de modo particular. Se percibe una
Iglesia viva, cercana a la gente, a sus problemas íntimos que ahora nos
regala un Papa para continuar la nueva evangelización. Seguramente,
supondrá un relanzamiento de la fe en todo el mundo, y especialmente en
el continente americano. Todo esto es un don para la Iglesia. Cada
pontífice posee su propia personalidad. El Papa Francisco nos trae la
impronta pastoral de la cercanía a la “periferia” y al corazón de la Esposa de Cristo.
Es
también evidente que un Papa que proviene del continente americano
puede aportar a toda la Iglesia un aumento del sentido de fraternidad y
de desprendimiento de los bienes materiales. Ayudará a todo el mundo a
subrayar la cultura del ser, de la vida, en vez de la cultura del tener,
que a veces ahoga a las sociedades económicamente más desarrolladas.
El
Opus Dei señala que quiere “servir a la Iglesia como quiere ser
servida”. ¿Qué significa eso en la práctica con respecto a la
disponibilidad hacia lo que pida o pueda pedir el Papa?
Es
una expresión que usaba san Josemaría, refiriéndose a la finalidad del
Opus Dei. Esta afirmación se enmarca en la misión que la Iglesia ha
confiado a esta Prelatura: contribuir a recordar que todos estamos
llamados a la santidad en la vida ordinaria, especialmente a través del
trabajo profesional. Alguna vez aparecen necesidades concretas. Por
ejemplo, el Papa Juan Pablo II
pidió que algunas personas del Opus Dei comenzaran la actividad
apostólica en Kazajstán, y así se hizo; empezaron buscando un trabajo
profesional, como los demás ciudadanos. En otras ocasiones, la Curia
romana quizá necesita la colaboración de un sacerdote, y lo piden; al
conocer que el Papa alienta esa petición, accedo enseguida. Lo mismo
sucede en numerosas diócesis. En otro orden, cuando fieles del Opus Dei
─con la colaboración de otras personas─ inician una labor social, por
ejemplo, lo hacen en función de las necesidades locales y con la
bendición del obispo local: así se empezó un instituto de enseñanza
técnica en la periferia de Nairobi, otro en Líbano, un hospital para la
atención de enfermos terminales en Madrid, una labor de formación en el
Bronx (Nueva York), etc.
¿Tiene planeado ir a ver al Papa? ¿Se acostumbra protocolarmente hacerlo o hay que esperar a ser invitado?
Además
de las visitas regulares que competen a cada obispo, para informar del
estado de su diócesis (en mi caso, del desarrollo de la Prelatura del
Opus Dei), desearía ver al Papa, cuando llegue el momento, para
transmitirle mi completa adhesión a su persona y a su ministerio, cosa
que ya le manifesté por escrito. Pienso que ahora el Santo Padre debe
hacer frente a las tareas urgentes que requiere un inicio de
pontificado, que son muchas.
¿Cómo es el compromiso de los miembros del Opus Dei con el Papa?
El
mismo que el del resto de los católicos; ser unos buenos hijos leales,
que secundan el Magisterio del padre común que es Francisco, y
acompañarle con la oración perseverante y el afecto humano. En el Opus
Dei hay una minoría de sacerdotes diocesanos, pero la gran mayoría de
fieles de la Prelatura son mujeres y hombres que transcurren buena parte
de la jornada en una fábrica, en un hospital, en una escuela, en una
empresa, en la vida familiar ordinaria. Por tanto, lo que estoy
sugiriendo a las personas de la Obra es que ofrezcan generosamente por
el Papa Francisco sus oraciones sencillas y que se unan a su persona en
la misa, también con sus horas de trabajo y su apostolado de cristianos
corrientes en medio del mundo, y los sacrificios que hoy exige el sacar
adelante una familia. Estoy completamente seguro de que muchos ofrecerán
igualmente por el Papa sus enfermedades, sus dificultades económicas o
profesionales, sus desvelos por un pariente o un amigo necesitado, y
también sus alegrías.
En
una breve oración sacada de la tradición litúrgica de la Iglesia, que
los fieles del Opus Dei recitamos a diario, hay una súplica por el Santo
Padre, en la que se ruega al Señor que lo conserve muchos años y lo haga feliz en la tierra. Procuramos repetirla con la convicción de que la oración ─también esta breve petición cotidiana─ es fecunda.
¿Cómo
era la relación de los fieles del Opus Dei en Argentina con el Papa
cuando era arzobispo de Buenos Aires? ¿Le han contado alguna anécdota?
En mis visitas a Argentina, he notado en los fieles del Opus Dei un gran cariño y respeto por el cardenal Bergoglio:
era una relación de cordialidad, de sencillez, de amistad, de
preocupación por secundar los afanes de esa querida arquidiócesis. El
cardenal celebraba con frecuencia la misa del 26 de junio, en la fiesta
de san Josemaría, fundador del Opus Dei, en la Catedral. Sé de la
cercanía de fieles de la Obra con el entonces cardenal y de su paterna
correspondencia. Por ejemplo, estuvo en un centro de la Obra para
visitar a un sacerdote enfermo, acompañó a otro en el velorio de su
madre… Estos detalles dicen mucho de su atención a la persona, del
afecto por cada uno. Conoce bien un colegio impulsado por gente del Opus
Dei en Barracas, lindante con la Villa 21, el asentamiento de viviendas
informales más grande de la ciudad de Buenos Aires. Lo visitó más de
una vez
¿Cuál fue su reacción como Prelado del Opus Dei al saber que el nuevo Pontífice pertenece a la Compañía de Jesús?
Encomendé
al Santo Padre a san Ignacio de Loyola, cuya herencia espiritual ha
dado tantos frutos en la Iglesia. Estoy convencido de que san Ignacio
intercederá por el Papa actual; y pensé también en la alegría que su
elección supondría para la Compañía de Jesús. Recordé la devoción que
san Josemaría tenía por san Ignacio, al que cita numerosas veces en “Camino” y llama familiarmente Íñigo o Ignacio:
lo consideraba figura eminente de la santidad, de esa entrega sin
reservas que él también proponía ─por otras vías─ a quienes se acercaban
a su apostolado, y celebró la Santa Misa en la habitación del santo de
Loyola.
Presentar
a la Iglesia como grupos separados sería contrario a la comunión,
propio de una óptica carente de fe: en la barca de Pedro estamos todos
para servir, en unidad de corazones y de voluntades, cada uno según su
misión y carisma.
El
Papa Francisco ha escrito mucho sobre la importancia del trabajo en la
dignidad de las personas, un aspecto que fue desarrolla en la teología
del trabajo de Josemaría Escrivá de Balaguer. ¿Cree que el nuevo Papa
conoce los escritos del fundador del Opus Dei?
No
tengo datos sobre su conocimiento de los escritos de san Josemaría; en
cambio, me consta que el Papa reza a san Josemaría: hace ya unos años
vino a la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz y permaneció unos
45 minutos en oración ante su tumba, de rodillas.
De
todas maneras, me da alegría esta coincidencia en la valoración del
trabajo humano como camino de santidad y de la justicia social.
Recientemente, recordando su juventud, el cardenal Bergoglio comentaba
que el trabajo en un laboratorio había sido una de las experiencias más
importantes de su vida: «en el laboratorio aprendí lo bueno y lo malo de toda tarea humana»,
explicaba. Y es muy cierto que en las ocupaciones cotidianas podemos
cultivar lo mejor de nosotros mismos o convertirnos en egoístas; el
trabajo es palestra de las virtudes, o ─en palabras de san Josemaría─ el
quicio de nuestra santidad. El trabajo, afirmaba en 2007 el actual
Romano Pontífice, «garantiza la dignidad y la libertad del hombre y por eso es la clave esencial de toda cuestión social».
Estoy seguro de que el Santo Padre nos enseñará con el ejemplo a
convertir nuestro trabajo ─intelectual, manual, familiar─ en servicio,
haciéndolo por Dios y por los demás.
El Mercurio (Entrevista de Boris Pinto Martín) / Almudí
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