El primer gran paso en la reforma de la Curia vaticana ha concluido con éxito… y sin que casi nadie se diese cuenta de su alcance. En términos militares se diría que ha sido una «guerra relámpago», al estilo alemán, pero con una operación «stealth» como los «bombarderos invisibles». Francisco ha creado un gabinete mundial de ocho cardenales «para aconsejarle en el gobierno de la Iglesia universal», y está en contacto con ellos desde el 13 de abril con vistas a ultimar, antes de octubre, un plan de reorganización de la Curia romana. Los ocho son personajes de gran peso en sus respectivos continentes y, sobre todo, «espíritus libres», capaces de aconsejar sin miedo y con apertura mental.
La jugada maestra del nuevo Papa ha sido tomar una medida sin precedentes en los últimos cinco siglos –desde que se creó la Curia romana centralizada– mediante un simple comunicado de la Secretaría de Estado. Lo ha hecho sin debate previo, sin emitir normas jurídicas y sin implicar a la Curia en la creación de un equipo de alto nivel destinado precisamente a reformarla desde fuera y desde lejos, vista la imposibilidad de hacerlo desde dentro. Mientras que los departamentos del Vaticano se ocupan de áreas temáticas como Obispos, Doctrina de la Fe, Laicos, Familia, etc., los ocho consejeros del Papa abordan todos los temas de gobierno de la Iglesia universal, incorporando a la vez, además de la sensibilidad de cada uno de ellos, también la de su respectivo continente. Igual que Francisco sorprendió al mundo en su primer saludo inclinándose humildemente en el balcón para recibir la oración de los fieles en la plaza de San Pedro, ahora ha sorprendido a la Curia con una reforma «repentina y silenciosa», quizá la única posible.
El ingenioso modo de lanzarla y la valía continental de los ocho consejeros aumentan las probabilidades de que Francisco logre Los que conocen a Bergoglio aseguran que será capaz de hacerse con las riendas y gobernar acabar con el «carrierismo», las «cordadas», la pereza y el clericalismo de una Curia romana en la que hay muchas personas extraordinarias, inteligentes y generosas, pero que, en conjunto, sufre el lastre de un organigrama anticuado y de demasiados vicios italianos. Con frecuencia, el esfuerzo y el trabajo de los mejores –laicos, sacerdotes, religiosos o cardenales– termina siendo casi inútil por la desidia o las maniobras de los peores, que resultan muy difíciles de quitar del medio.
Los que conocen bien al cardenal Bergoglio llevan un mes asegurando que será capaz de hacerse con las riendas y gobernar. Quienes conocen la enorme dificultad de reformar la Curia, han temido hasta ahora que la inercia de los burócratas termine por agotar las fuerzas de Francisco en una reforma que es el primero de los «trabajos de Hércules» asignados en los debates del pre-Cónclave al futuro Papa. El elegido no queda vinculado a ningún mandato ni promesa. Aun así, como señal de libertad, el comunicado detalla que el Papa, «recuperando una sugerencia manifestada durante las reuniones generales previas al Cónclave, ha constituido un grupo de cardenales para aconsejarle en el gobierno de la Iglesia universal y para estudiar un proyecto de reforma de la constitución apostólica Pastor Bonus sobre la Curia Romana».
Francisco no ha actuado como canonista sino como «manager», recurriendo a procedimientos sencillos y eficaces en lugar de crear alambicadas estructuras jurídicas, precisamente uno de los problemas del Vaticano. El nuevo consejo mundial de cardenales es un sencillo «grupo de trabajo», que tiene al frente como «coordinador» al cardenal de Tegucigalpa, Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, un personaje de fuerte presencia internacional, antiguo presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), que ha mantenido más de un pulso con la Curia vaticana. Aunque hay al menos un pastor residencial por continente, el grupo consta de tres americanos, un europeo, uno del Vaticano, un africano, un asiático y uno de Oceanía. Es la primera vez que se refleja la distribución real de los católicos en el mundo, a diferencia del Cónclave, donde había 60 cardenales europeos –más de la mitad de los 115 electores–, debido a la masiva presencia de 28 italianos.
El representante de América del Norte es el «supercardenal» de Boston, Sean O’Malley, capuchino, excelente comunicador, experto en erradicar abusos sexuales y en sanear diócesis con problemas serios. Siempre con serenidad y con una sonrisa en los labios, igual que Francisco. El grupo incluye cuatro «pesos pesados» continentales. El cardenal arzobispo emérito de Santiago de Chile, Francisco Javier Errázuriz Ossa, ha presidido el Celam; el cardenal de Múnich, Reinhard Marx, preside la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea (Comece); el cardenal de Kinshasa, Laurent Monsengwo Pasinya, ha sido presidente del Simposio de Conferencias Episcopales de África y Madagascar (Secam), y el cardenal de Bombay, Oswald Gracias, preside la Federación de Conferencias de Obispos de Asia (FABC). El representante de Oceanía es el cardenal de Sidney, George Pell, muy escuchado en el mundo anglosajón. Es el único miembro del grupo que podría considerarse ligeramente «conservador», pero siendo a la vez muy pragmático, flexible y eficaz.
El único italiano en el grupo es el piamontés Giuseppe Bertello, presidente de la Gobernación del Estado del Vaticano. Es un diplomático con larga experiencia en medio mundo. Como su tarea es administrar el minúsculo Estado, el grupo no incluye ningún miembro de la Curia romana. Incluso el secretario del grupo, el obispo de Albano, Marcello Semeraro, está fuera de Roma. Aunque los ocho cardenales aconsejan al Papa en todos los terrenos, la prioridad es la reforma de la Curia mediante un recorte El grupo de cardenales consejeros ha recibido ya algunas propuestas radicales del número de departamentos y el acceso directo de cada uno de sus jefes al Papa, sin el cuello de botella de la Secretaría de Estado.
Pero, sobre todo, el cambio a una actitud de mayor colegialidad y de servicio a las diócesis. Simplificar el organigrama, dar más tareas a laicos, abandonar el ascenso automático a cardenal de los jefes de departamentos y de los arzobispos de diócesis antiguas que se han vuelto insignificantes, utilizar el español y el inglés –que son los idiomas de los fieles–, mantener reuniones periódicas –quizá cada dos años– de los cardenales electores… Las sugerencias acumuladas abarcan todos los campos. El grupo de cardenales consejeros ha recibido ya borradores antiguos de reforma, aparcados durante años, así como nuevas propuestas, algunas de ellas radicales. Son remedios enérgicos, impensables con otros Pontífices, pero no con el Papa Francisco.
Juan Vicente Boo
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