La felicidad del hombre no consiste en estar bien. Estar es un concepto pasivo, inmóvil, inactivo. La felicidad consiste en hacer. Benedicto XVI dice que "lo más importante  y decisivo para el hombre, también para su bienestar y felicidad, no es sentirse bien sino en ser bueno". Una de las peores actitudes que nos ha traído la modernidad es la de "ver la televisión". 
No digo que la televisión sea algo malo. No digo que ver la televisión sea algo malo. Pero hay una actitud pasiva, habitual, empobrecedora, que es "ponerse a ver la TV". Y no digamos ya la absurda costumbre de hacer zapping, o sea, me siento y a ver que hay. Este es el hombre prototipo del Estado del bien estar.
La comodidad es en sí misma una cosa buena. Buscar denodadamente la 
comodidad es una simpleza del ciudadano del Estado del bienestar. Un 
cierto bienestar, una cierta comodidad es conveniente para hacer, o sea 
como punto de partida para crecer, para construir. El hombre es feliz 
cuando construye, no cuando está. En los tiempos en que vivió Jesucristo
 en Roma existía una cierta rivalidad entre el hedonismo y el 
estoicismo. Pero vino Jesús y propuso la caridad.
La caridad tiene algo de hedonismo, porque busca cosas buenas para el
 prójimo, que salga de la pobreza, que tenga un mínimo de comodidad, 
aunque busca sobre todo que todos encuentren a Dios, porque es lo mejor 
para los hombres. La caridad tiene algo de estoicismo porque en el 
empeño de ayudar hay un rechazo del propio bienestar. No es un desprecio
 de lo bueno, del placer, de la belleza, de las cosas buenas que nos 
rodean, pero las pone en orden. La caridad cristiana supone una 
jerarquía de valores, donde lo primero es Dios.
Cuando los hombres se obsesionan con el bienestar se olvidan de la 
acción. Cuando prima el tener, el riesgo de la injusticia es grande. El 
hombre honrado es el que trabaja para enriquecer a los demás. El 
espíritu de servicio poco tiene que ver con la obsesión del bienestar, 
ni con el hedonismo, ni con el estoicismo. Tiene mucho que ver con la 
entrega a los demás, que podríamos llamarla caridad sino se hubiera 
desprestigiado tanto esta palabra, o podría llamarse amor, siempre y 
cuando recordemos que el amor es esencialmente entrega.
Lo que construye la sociedad es el trabajo bien hecho. Esto quiere 
decir servicio. También ganar el propio sustento. También tener una 
cierta comodidad, pero en tercer lugar. Es lo que se espera del político
 o del trabajador público. Del privado también, pero al público lo 
pagamos entre todos. La obsesión por el bienestar lleva fácilmente a la 
injusticia, al engaño, al robo.
No necesitamos un Estado del bienestar. Sería muy saludable para 
todos el Estado del bien trabajar. Es conveniente entender que es de los
 aspectos más relevantes para emprender el camino hacia la felicidad.
Ángel Cabrero Ugarte
religionconfidencial.com 

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