La Ciencia no nos traerá la respuesta para la pregunta fundamental sobre el sentido, porque el quehacer científico solo se puede centrar en el cómo es la realidad, no en el porqué ni el para qué. Sin embargo, el conocimiento racional de la realidad, para el que estamos dotados, es un impulso escrito en nuestra propia naturaleza.
Hay
noticias científicas que tienen garantizados titulares de portada en
todos los medios. Así ocurre ahora con la publicación de hallazgos sobre
la síntesis de un cromosoma completo, copia de otro ya existente en la
naturaleza. Los comentarios oscilan entre la exageración interesada de
la importancia real del trabajo y las elucubraciones —casi siempre
inexpertas— sobre la forma en que estos resultados tienen necesariamente
que impactar en nuestra concepción del mundo. De los primeros,
sorprenden afirmaciones como que ahora se podrán crear algas capaces de
absorber gas carbónico y producir hidrocarburos, cuando eso es lo que
hacen ya de forma natural muchas especies de algas.
Entre los segundos
están quienes hablan, sin fundamento alguno, de que desarrollar estas
tecnologías es como «jugar a Dios». Naturalmente, no han faltado quienes
se decepcionan porque el Vaticano no exprese una firme condena. ¿Por
qué habría de hacerlo? Llegan estos a pontificar que porque se trata de
un cromosoma bacteriano y no humano. Así caricaturizan lo que en la
Iglesia Católica es una propuesta firme por la dignidad de todo ser
humano, no de la materialidad de sus genes, en todas las etapas de su
existencia.
La
atención mediática es notable cuando se trata de hallazgos relacionados
con la vida en el plano biológico (no caigo en redundancia porque
nuestra vida también desborda el propio hecho biológico), y sobre todo
si se trata de la vida humana. La vida como fenómeno natural siempre
hubo de ser objeto de análisis para los naturalistas o de reflexión para
filósofos. Pero, desde hace más de medio siglo, las Ciencias de la Vida
son centro de atención principal de la actividad investigadora, no solo
por la posibilidad de profundizar en su conocimiento, sino por cómo
aplicarlo para la Medicina. La Biología, como conocimiento, ha devenido
en Biotecnología, que supone capacidad de intervención. Intervención en
los seres vivos que puede llevar a modificar permanentemente sus
características.
Un grupo de investigadores,
encabezado por Craig Venter, acaba de comunicar la síntesis completa
del cromosoma de una bacteria, que constituye la totalidad del genoma de
esa especie. Es un logro típico de la Biotecnología actual; la
conjunción de una gran cantidad de medios y un grupo de expertos en
temas de frontera permite abordajes de gran escala como el que nos
ocupa. Supone ensamblar químicamente más de un millón de nucleótidos,
uno a uno, en secuencia perfectamente ordenada. Todo ello para lograr
moléculas del cromosoma, constituido por una cadena de más de un millón
de eslabones, controlable en todos los pasos de su construcción.
Los
fundamentos de la tecnología aplicada ahora son los mismos que se han
venido utilizando desde hace treinta años, pero con este trabajo se
expanden las posibilidades de la Biología sintética. De la síntesis
enzimática de pequeños fragmentos de ADN se pasa a la de cromosomas
completos. Además, Venter logra el trasplante funcional del cromosoma
sintético al citoplasma de una célula bacteriana preexistente,
desplazando al que la célula albergaba. Se puede hablar de que esta
célula y su descendencia son portadoras de una prótesis génica, que
funciona adecuadamente para dirigir su crecimiento, reproducción y
desarrollo. Sin embargo, es un error hablar de célula artificial, pues
no se trata de un organismo viviente generado a partir de materia
inanimada. Primero, porque ha sido necesaria una célula preexistente
para albergar el cromosoma sintético. Y segundo, porque para completar
el ensamblaje de los fragmentos que integran ese cromosoma sintético no
fue suficiente la química del tubo de ensayo, sino que se precisaron
células (bacterianas y de levadura) para completar su ensamblaje. Sigue
siendo válido el axioma de siglos que afirma que toda célula procede de
otra célula.
En
los ambientes científicos se seguirá discutiendo sobre el alcance
conceptual de este logro, mientras que las aplicaciones llegarán, sin
duda más tarde de lo que algunos pretenden, pero eso es lógico. El
desarrollo de organismos modificados genéticamente tiene ya varias
décadas, no solamente a través de cambios en un solo gen, sino en
circuitos enteros integrados por varios genes. Muchos de ellos se
emplean en procesos industriales controlados, mientras que cuando se
utilizan en medios naturales, como los ambientes contaminados, presentan
problemas para sobrevivir.
Dos
son las preguntas que surgen, de manera inmediata, en relación con la
dimensión ética del empleo de esta tecnología, y que interesan a la
opinión pública. La primera es si es legítimo continuar con esta
tecnología y en qué condiciones cabe hacerlo. La segunda, de mayor
calado, es si se podrá lograr englobar un cromosoma sintético en una
membrana, también sintética, para conseguir esa célula viviente generada
a partir de materia inanimada. Una formulación que, a mi juicio, hoy
pertenece a la ciencia-ficción en cuanto a sus posibilidades técnicas,
pero que no impide preguntar sobre si es legítimo intentarlo. En ambos
casos mi respuesta es sí.
Hace
más de tres décadas que se formularon criterios bioéticos con arreglo a
los cuales discernir acerca de estas investigaciones, que desarrollan
organismos modificados genéticamente. La evaluación experta de los
riesgos y la aplicación razonable del principio de precaución, para
controlarlos, son la guía que ha de orientar el manejo de esta
tecnología. La experiencia acumulada en el debate social, iluminado por
las propuestas de los comités de Bioética, debe aportar el marco
adecuado para analizar y decidir. La posibilidad de englobar estos
cromosomas sintéticos, en estructuras celulares generadas a partir de
elementos inanimados, a mi juicio, hoy no es factible. Pero, aunque lo
fuera, los organismos así generados tendrían las características de los
actuales seres vivos y estarían sujetas a las leyes de la naturaleza,
igual que los seres vivos ya existentes. El mismo tipo de análisis
bioético sería aplicable.
Donde
el análisis bioético se ha de detener con especial cuidado es en lo
referente al ser humano, como tal, a cada ser humano en todas las etapas
de su existencia biológica, incluidas la embrionaria y fetal. La
dignidad de cada ser humano, no la de los materiales biológicos que lo
integran, es medida y referencia. En el fondo de todo este interés late
la inquietud por el sentido y la significación de nuestra existencia,
algo que nos es inherente como seres capaces de reflexión. La Ciencia no
nos traerá la respuesta para la pregunta fundamental sobre el sentido,
porque el quehacer científico solo se puede centrar en el cómo es la
realidad, no en el porqué ni el para qué. Sin embargo, el conocimiento
racional de la realidad, para el que estamos dotados, es un impulso
escrito en nuestra propia naturaleza. Hacer Ciencia no es jugar a Dios,
sino responder a un imperativo que nos lleva a conocer, como base para
obrar bien, en actitud de responsabilidad con la naturaleza, y
respetando la dignidad de nuestros semejantes.
CÉSAR NOMBELA (CATEDRÁTICO DE LA COMPLUTENSE)
arvo.net
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