jueves, 9 de mayo de 2013

Siempre hay testigos heroicos de la caridad cristiana

 
   En estos primeros meses del Pontificado del Papa Francisco la opinión pública  destaca su cercanía a las personas, a los enfermos y discapacitados, a los empleados del Vaticano, a sus amigos de años, es decir, su sencillez y ganas de servir a todos. Sus palabras son también una exhortación a cuidar de los necesitados, a mirar a la cara del prójimo, a derramar el bien en una sociedad individualista alejada de Dios. 

   Lo dice claramente: ¡Como quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!; la Iglesia no es de naturaleza política, sino espiritual; el verdadero poder es el servicio; ¡Dios no se cansa nunca de perdonarnos! 


Comprender los gestos de Francisco 

   Es posible que alguien no interprete bien estos gestos y palabras de Papa Francisco creyendo que la Iglesia iniciará un camino impropio de su misión y universalidad en el mundo entero; una Iglesia de la pobretería, de un culto ramplón, de un bajo nivel humano y carente de templos y lugares representativos. Y me parece que nada de esto se advierte en la claridad de su doctrina, en las celebraciones del Papa o en la categoría humana de Francisco.

   Porque la Iglesia siempre sentirá la tensión de vivir con los pies en la tierra y la Cabeza en el Cielo: no están esculpidos los caminos para vivir los detalles pero sí está señalado el Camino, la Verdad y la Vida.  Por eso los gestos del Papa Francisco, como vestir ahora con sencillez, como no vivir  en los apartamentos pontificios aunque sí trabajar en ellos; como caminar el domingo a la iglesia de Santa Marta para celebrar la Santa Misa como un párroco más que es el Obispo de Roma, todo esos gestos y quizá más sorpresas, no lo olvidemos, muestran que su decisión personal de desprendimiento de sí mismo y de su Vicariato no quieren mermar los más mínimo la autoridad y el gobierno del Vicario de Jesucristo.
En el fondo de una mala interpretación, si la hubiera, late quizá un error acerca de la llamada universal a la santidad para todos los fieles. Es decir, los santos han sido hombres y mujeres de gran personalidad, que se han vaciado de sí mismos para hacer la Voluntad de Dios; unos ciertamente han dejado el mundo y han vivido en pobreza, castidad y obediencia nada comunes alejándose del mundo, pero muchos otros han sido santos en medio de los quehaceres humanos. Entre ellos, reyes y nobles en todas las épocas, políticos de alta gama, intelectuales de renombre mundial, científicos impulsados por su fe en Dios, hombres y mujeres que han levantado instituciones sociales para la acogida y elevación de los más desfavorecidos, contribuyendo decisivamente al bien común. Entre tantas de este tipo me referiré ahora tan sólo a una santa del siglo XX, la bilbaína Rafaela Ybarra de Vilallonga.

Rafaela Ybarra, madre de familia
El escritor José Luis Olaizola ha publicado recientemente una biografía de esta santa, titulada “El Jardín de los tilos”, que parece casi una novela costumbrista sobre el Bilbao de finales del siglo XIX. Rafaela Ybarra de Vilallonga ha sido una mujer de buena familia bilbaína vinculada a los altos hornos que fue elegida por Dios para ejercer la caridad en un ámbito difícil.
Se trataba de atender a chicas jóvenes que llegaban a la ciudad y caían con facilidad en la garras de la prostitución y del desamparo. Junto a esto, la acción social desarrollada por Rafaela se extendía a pobres, madres sin recursos, etc. ; y persona a persona, arremangándose y poniéndose a su nivel. Parece algo elemental que algunos olvidan cuando confunden la caridad con las migajas de los ricos para tranquilizar su conciencia.
Y lo sorprendente para quien no la conozca es que fue esposa jovencísima y enamorada de José Vilallonga, madre de cinco hijos, uno con minusvalía, profesional de hogar -diríamos hoy- para educar a sus hijos, acoger a varios sobrinos como hijos, y dirigir el servicio. Hasta el punto de acondicionar una zona exterior de la casa familiar, “La Cava”, como lugar de acogida y de organización para los necesitados. No extraña que su esposo estuviera también muy enamorado, que le ayudara en cuanto necesitaba para sus chicas, y le aconsejara con prudencia y autoridad. Una familia cristiana de verdad, a la que Dios regaló una hija religiosa y un  hijo jesuita.
Levantó la Casa de Misericordia, bien conocida en Bilbao y alrededores; la Casa de Maternidad; y sobre todo fundaría después la comunidad de los Santos Ángeles Custodios aprobada como Congregación el mismo año de su muerte. Una obra que comenzó por moción divina para recoger a jóvenes inmigrantes o salidas de la cárcel, y otras necesitadas después de los colegios para que no cayeran en la marginación. Rafaela Ybarra fue beatificada por Juan Pablo II el 30 de septiembre de 1984 en la Plaza de San Pedro.

Jesús Ortiz López. Doctor en Derecho Canónico.

Análisis Digital

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