En
 estos primeros meses del Pontificado del Papa Francisco la opinión 
pública  destaca su cercanía a las personas, a los enfermos y 
discapacitados, a los empleados del Vaticano, a sus amigos de años, es 
decir, su sencillez y ganas de servir a todos. Sus palabras son también 
una exhortación a cuidar de los necesitados, a mirar a la cara del 
prójimo, a derramar el bien en una sociedad individualista alejada de 
Dios. 
   Lo dice claramente: ¡Como quisiera una Iglesia pobre y para los
 pobres!; la Iglesia no es de naturaleza política, sino espiritual; el 
verdadero poder es el servicio; ¡Dios no se cansa nunca de perdonarnos!  
Comprender los gestos de Francisco 
   Es posible que alguien no interprete bien estos gestos y palabras de 
Papa Francisco creyendo que la Iglesia iniciará un camino impropio de su
 misión y universalidad en el mundo entero; una Iglesia de la 
pobretería, de un culto ramplón, de un bajo nivel humano y carente de 
templos y lugares representativos. Y me parece que nada de esto se 
advierte en la claridad de su doctrina, en las celebraciones del Papa o 
en la categoría humana de Francisco.
   Porque la Iglesia siempre sentirá la tensión de vivir con los pies en
 la tierra y la Cabeza en el Cielo: no están esculpidos los caminos para
 vivir los detalles pero sí está señalado el Camino, la Verdad y la 
Vida.  Por eso los gestos del Papa Francisco, como vestir ahora con 
sencillez, como no vivir  en los apartamentos pontificios aunque sí 
trabajar en ellos; como caminar el domingo a la iglesia de Santa Marta 
para celebrar la Santa Misa como un párroco más que es el Obispo de 
Roma, todo esos gestos y quizá más sorpresas, no lo olvidemos, muestran 
que su decisión personal de desprendimiento de sí mismo y de su 
Vicariato no quieren mermar los más mínimo la autoridad y el gobierno 
del Vicario de Jesucristo.
En el fondo de una mala interpretación, si la hubiera, late quizá un 
error acerca de la llamada universal a la santidad para todos los 
fieles. Es decir, los santos han sido hombres y mujeres de gran 
personalidad, que se han vaciado de sí mismos para hacer la Voluntad de 
Dios; unos ciertamente han dejado el mundo y han vivido en pobreza, 
castidad y obediencia nada comunes alejándose del mundo, pero muchos 
otros han sido santos en medio de los quehaceres humanos. Entre ellos, 
reyes y nobles en todas las épocas, políticos de alta gama, 
intelectuales de renombre mundial, científicos impulsados por su fe en 
Dios, hombres y mujeres que han levantado instituciones sociales para la
 acogida y elevación de los más desfavorecidos, contribuyendo 
decisivamente al bien común. Entre tantas de este tipo me referiré ahora
 tan sólo a una santa del siglo XX, la bilbaína Rafaela Ybarra de 
Vilallonga.
Rafaela Ybarra, madre de familia
El escritor José Luis Olaizola ha publicado recientemente una 
biografía de esta santa, titulada “El Jardín de los tilos”, que parece 
casi una novela costumbrista sobre el Bilbao de finales del siglo XIX. 
Rafaela Ybarra de Vilallonga ha sido una mujer de buena familia bilbaína
 vinculada a los altos hornos que fue elegida por Dios para ejercer la 
caridad en un ámbito difícil.
Se trataba de atender a chicas jóvenes que llegaban a la ciudad y 
caían con facilidad en la garras de la prostitución y del desamparo. 
Junto a esto, la acción social desarrollada por Rafaela se extendía a 
pobres, madres sin recursos, etc. ; y persona a persona, arremangándose y
 poniéndose a su nivel. Parece algo elemental que algunos olvidan cuando
 confunden la caridad con las migajas de los ricos para tranquilizar su 
conciencia.
Y lo sorprendente para quien no la conozca es que fue esposa 
jovencísima y enamorada de José Vilallonga, madre de cinco hijos, uno 
con minusvalía, profesional de hogar -diríamos hoy- para educar a sus 
hijos, acoger a varios sobrinos como hijos, y dirigir el servicio. Hasta
 el punto de acondicionar una zona exterior de la casa familiar, “La 
Cava”, como lugar de acogida y de organización para los necesitados. No 
extraña que su esposo estuviera también muy enamorado, que le ayudara en
 cuanto necesitaba para sus chicas, y le aconsejara con prudencia y 
autoridad. Una familia cristiana de verdad, a la que Dios regaló una 
hija religiosa y un  hijo jesuita.
Levantó la Casa de Misericordia, bien conocida en Bilbao y 
alrededores; la Casa de Maternidad; y sobre todo fundaría después la 
comunidad de los Santos Ángeles Custodios aprobada como Congregación el 
mismo año de su muerte. Una obra que comenzó por moción divina para 
recoger a jóvenes inmigrantes o salidas de la cárcel, y otras 
necesitadas después de los colegios para que no cayeran en la 
marginación. Rafaela Ybarra fue beatificada por Juan Pablo II el 30 de 
septiembre de 1984 en la Plaza de San Pedro.
Análisis Digital

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