¿”Lobos solitarios”, esos asesinos que se dicen musulmanes y matan en
nombre de Alá? No lo creo. A medida que avanzan las investigaciones de
los atentados cometidos en Boston, Londres y ahora Paris, por individuos
que en apariencia han actuado solos, parece obvio que en los tres casos
-por no citar más antecedentes- tenían conexiones con otros musulmanes
radicales que los apoyaban o los habían aleccionado.
Pero, en realidad,
no se trata de un “fenómeno” nuevo en ese magma del terrorismo islamista
que, por lo general, atribuimos a la demencia producida por una
interpretación sectaria del Corán.
Los atentados suicidas que se cometen casi a diario en el seno del
mundo islámico, también son obra de personajes “aislados”, por lo
general anónimos, que luego son exaltados como “mártires” por las
diversas organizaciones que predican la “yihad”, ya sea contra los
cristianos, ya contra los propios musulmanes considerados “impíos”, ya
por pertenecer a la rama “chiíta” del Islam, ya a la mayoritaria
“sunna”, ya a los estamentos de un Estado considerado a su vez contrario
a la “sharía”. Pero todos ellos, actuén en pequeñas bandas como los
autores de los atentados de Nueva York el 11-S o contra los pasajeros de
los trenes que se acercaban a Madrid el 11-M, o lo hagan en solitario,
pertenecen a la “umma”, es decir, a la comunidad islámica considerada un
“todo” del que nadie puede salir a menos que se le acuse de apostasía y
sea condenado incluso a muerte, como acaba de disponer el rey de
Marruecos.
En teoría, los mil doscientos millones de musulmanes que existen en
el mundo, son miembros de una sola comunidad, salvedad hecha de los que
se “separaron” en los primeros tiempos de la era islámica -es decir, los
“chíies”- que , a su vez, forman su propia “umma”. Ahora bien, este
comunión sociológica, religiosa y cultural, está en contradicción con
la libertad que cada cual tiene para interpretar al Corán y hasta la
“sharía”, en ausencia de una autoridad única reconocida como exegeta del
Libro. Basta ser alfaquí o “aalim”, doctor de la ley, formado en
cualquiera de las Universidades islámicas, para emitir “fatuas” o
dictámenes socio-religiosos que no van más allá de representar una
opinión personal sobre un aspecto concreto de la “sharía”, salvo que la
autoridad civil la tome en consideración y la convierta en ley.
Sin embargo, estos juristas que también suelen ser predicadores,
pueden arrastrar a un número considerable de adeptos a sus enseñanzas
que, a su vez, están inspiradas por las cinco grandes corrientes
jurídicas del Islam, incluido el “chiísmo”. Así podría decirse que hay
tantas “sectas” islámicas como predicadores más o menos reconocidos, sin
que nadie se llame a escándalo por el radicalismo o la tolerancia de
sus respectivas doctrinas.
El salafismo que reivindica un retorno imposible a los orígenes del
Islam, puede convivir con el “yihadismo” de los que propugnan una
conversión al Islam mediante la violencia al estilo de la secta
nigeriana “Boko Haram” o el sufismo espiritualista que no obstaculiza la
coexistencia con otras religiones, aunque todos ellos sean contrarios a
la plena libertad religiosa. La consecuencia es que, como puede
observarse cada vez que se comete un atentado en “nombre de Alá”, sobre
todo si es reivindicado por alguna organización conocida por su
radicalismo como puede ser “Al Qaída”, apenas se elevan voces entre los
propios musulmanes para condenarlo, y no digamos los propios Estados…
que se mantienen gracias al aval que sus representantes reciben de los
“ulema” como legítimos defensores del Islam.
La “umma” o sentido comunitario, está por encima de las diferencias
de interpretación de manera que, de hecho, existe una especial
solidaridad entre todos los musulmanes sea cual sea su forma particular
de interpretar los dictados coránicos y los “hádices” o dichos del
Profeta, que también solían expresar matizaciones de lo revelado. En la
practica esto se traduce en aplicaciones más o menos rigurosas de las
leyes islámicas -parte de las cuales asumen el “ojo por ojo” de la ley
veterotestamentaria- como es el caso de la apostasía, castigada con la
muerte en unos sitios o con leves penas de prisión en otros… a pesar de
que el Corán no dice nada al respecto.
La conclusión a la que quiero llegar es que no existen “lobos
solitarios” ni una “nueva forma de terrorismo” islamista. Como se ha
sugerido a raíz de los recientes atentados. Todos los asesinos que matan
en nombre de Alá proceden de la misma “umma”, formados en su seno y,
por lo general, inducidos al odio a la civilización cristiana… a
imitación de los propios occidentales que han olvidado su identidad.
Hace unas décadas estuvo de moda en psiquiatría la palabra “amok”,
derivada del malayo, a raíz de una serie de crímenes cometidos por
individuos que sufrían ataques de furia irrefrenable que los conducía a
matar en plena calle a todo lo que se interponía en su camino, sin
discriminar. Cuando era un musulmán el que sufría este síndrome, se daba
la llamativa circunstancia de que sus victimas solían ser de otra
religión: en su locura sabían discriminar perfectamente a sus víctimas.
Bueno, pues estos supuestos “lobos solitarios” no son víctimas de
ningún ataque de “amok” y no necesitan ningún tratamiento psquiatrico.
Lo que sufren es un síndrome muy distinto, que todavía no ha recibido
nombre: el de una ignorancia asesina que desconoce no solo la esencia de
Alá como Dios Creador, base del monoteismo, sino la naturaleza humana
y, por tanto, la libertad inherente a toda persona. Diría que son unos
contradictorios “teístas ateos”, arropados por una comunidad que se
distingue por despreciar todo lo que no sea musulmán. Y ello favorecido
por el abandono que la civilización occidental está haciendo de su
propia identidad religiosa.
Manuel Cruz
Manuel Cruz
análisisdigital.com
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