lunes, 27 de mayo de 2013

No hay “lobos solitarios” en el magma del terrorismo islamista: todos pertenecen a la “umma”

   
    ¿”Lobos solitarios”, esos asesinos que se dicen musulmanes y matan en nombre de Alá? No lo creo. A medida que avanzan las investigaciones de los atentados cometidos en Boston, Londres y ahora Paris, por individuos que en apariencia han actuado solos, parece obvio que en los tres casos -por no citar más antecedentes- tenían conexiones con otros musulmanes radicales que los apoyaban o los habían aleccionado. 

Pero, en realidad, no se trata de un “fenómeno” nuevo en ese magma del terrorismo islamista que, por lo general, atribuimos a la demencia producida por una interpretación sectaria del Corán.


   Los atentados suicidas que se cometen casi a diario en el seno del mundo islámico, también son obra de personajes “aislados”, por lo general anónimos, que luego son exaltados como “mártires” por las diversas organizaciones que predican la “yihad”, ya sea contra los cristianos, ya contra los propios musulmanes considerados “impíos”, ya por pertenecer a la rama “chiíta” del Islam, ya a la mayoritaria “sunna”, ya a los estamentos de un Estado considerado a su vez contrario a la “sharía”. Pero todos ellos, actuén en pequeñas bandas como los autores de los atentados de Nueva York el 11-S o contra los pasajeros de los trenes que se acercaban a Madrid el 11-M, o lo hagan en solitario, pertenecen a la “umma”, es decir, a la comunidad islámica considerada un “todo” del que nadie puede salir a menos que se le acuse de apostasía y sea condenado incluso a muerte, como acaba de disponer el rey de Marruecos.
   En teoría, los mil doscientos millones de musulmanes que existen en el mundo, son miembros de una sola comunidad, salvedad hecha de los que se “separaron” en los primeros tiempos de la era islámica -es decir, los “chíies”- que , a su vez, forman su propia “umma”. Ahora bien, este comunión sociológica, religiosa  y cultural, está en contradicción con la libertad que cada cual tiene para interpretar al Corán y hasta la “sharía”, en ausencia de una autoridad única reconocida como exegeta del Libro. Basta ser alfaquí o “aalim”, doctor de la ley, formado en cualquiera de las Universidades islámicas, para emitir “fatuas” o dictámenes socio-religiosos que no van más allá de representar una opinión personal sobre un aspecto concreto de la “sharía”, salvo que la autoridad civil la tome en consideración y la convierta en ley.

   Sin embargo, estos juristas que también suelen ser predicadores, pueden arrastrar a un número considerable de adeptos a sus enseñanzas que, a su vez, están inspiradas por las cinco grandes corrientes jurídicas del Islam, incluido el “chiísmo”. Así podría decirse que hay tantas “sectas” islámicas como predicadores más o menos reconocidos, sin que nadie se llame a escándalo por el radicalismo o la tolerancia de sus respectivas doctrinas.

   El salafismo que reivindica un retorno imposible a los orígenes del Islam, puede convivir con el “yihadismo” de los que propugnan una conversión al Islam mediante la violencia al estilo de la secta nigeriana “Boko Haram” o el sufismo espiritualista que no obstaculiza la coexistencia con otras religiones, aunque todos ellos sean contrarios a la plena libertad religiosa. La consecuencia es que, como puede observarse cada vez que se comete un atentado en “nombre de Alá”, sobre todo si es reivindicado por alguna organización conocida por su radicalismo como puede ser “Al Qaída”, apenas se elevan voces entre los propios musulmanes para condenarlo, y no digamos los propios Estados… que se mantienen gracias al aval que sus representantes reciben de los “ulema” como legítimos defensores del Islam.

   La “umma” o sentido comunitario, está por encima de las diferencias de interpretación de manera que, de hecho, existe una especial solidaridad entre todos los musulmanes sea cual sea su forma particular de interpretar los dictados coránicos y los “hádices” o dichos del Profeta, que también solían expresar matizaciones de lo revelado. En la practica esto se traduce en aplicaciones más o menos rigurosas de las leyes islámicas -parte de las cuales asumen el “ojo por ojo” de la ley veterotestamentaria- como es el caso de la apostasía, castigada con la muerte en unos sitios o con leves penas de prisión en otros… a pesar de que el Corán no dice nada al respecto.

   La conclusión a la que quiero llegar es que no existen “lobos solitarios” ni una “nueva forma de terrorismo” islamista. Como se ha sugerido a raíz de los recientes atentados. Todos los asesinos que matan en nombre de Alá proceden de la misma “umma”, formados en su seno y, por lo general, inducidos al odio a la civilización cristiana… a imitación de los propios occidentales que han olvidado su identidad.

   Hace unas décadas estuvo de moda en psiquiatría la palabra “amok”, derivada del malayo, a raíz de una serie de crímenes cometidos por individuos que sufrían ataques de furia irrefrenable que los conducía a matar en plena calle a todo lo que se interponía en su camino, sin discriminar. Cuando era un musulmán el que sufría este síndrome, se daba la llamativa circunstancia de que sus victimas solían ser de otra religión: en su locura sabían discriminar perfectamente a sus víctimas.

   Bueno, pues estos supuestos “lobos solitarios” no son víctimas de ningún ataque de “amok” y no necesitan ningún tratamiento psquiatrico. Lo que sufren es un síndrome muy distinto, que todavía no ha recibido nombre: el de una ignorancia asesina que desconoce no solo la esencia de Alá como Dios Creador, base del monoteismo, sino la naturaleza humana y, por tanto, la libertad inherente a toda persona. Diría que son unos contradictorios “teístas ateos”, arropados por una comunidad que se distingue por despreciar todo lo que no sea musulmán. Y ello favorecido por el abandono que la civilización occidental está haciendo de su propia identidad religiosa.

Manuel Cruz
 análisisdigital.com

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