lunes, 9 de agosto de 2010

Familia, amor, persona


    Magistral artículo de Antonio Orozco sobre el valor de la persona humana     

          «Siempre que volvíamos por la calle de San José estaba el niño tonto a la puerta de su casa, sentado en su sillita, mirando el pasar de los otros. Era uno de esos pobres niños a quienes no llega nunca el don de la palabra ni el regalo de la gracia; niño alegre él y triste de ver; todo para su madre, nada para los demás» [Juan Ramón Jiménez, Platero y yo, Almudi.org - Antonio Orozco-DelclósTaurus, Madrid 1967, 4a ed., p. 36].

          «”Todo para su madre, nada para los demás”. ¡Qué maravilloso monumento a la figura materna! ¡Cuánta poesía, y cuánto saber hondamente humano, encerrados en estas pocas líneas! ¡Toda una doctrina implícita sobre la institución familiar! Implícita, porque ni Juan Ramón Jiménez ni la madre de nuestra cita han elaborado sutiles distingos en torno al diferente modo de conceptuar a las personas en el seno del hogar y en los restantes ámbitos sociales. No hay teoría ni enrevesadas lucubraciones. Y, sin embargo, el mensaje llega, y llega con toda su fuerza»; así comenzaba el profesor Tomás Melendo su intervención en un Congreso Nacional de Orientación Familiar, bajo el título Familia, verdad, libertad [1].

          ¿Cómo se explica que para la madre el niño sea “todo” y para el resto del pueblo “nada”?. Una respuesta bastante aproximada podría ser: por el modo de ver, o quizá, más bien de mirar, y aún mejor, de conocer y entender o “inteligir”, como se dice en el viejo latín: “intelligere”, esto es “intus legere”, leer “dentro” del ser que es ese niño. El pueblo no ve, no mira, no lee “intus” (dentro). Se queda en la superficie, en un modo externo de moverse, de pronunciar palabras o de mover el pequeño cuerpo. El pueblo –la plebe– se queda en la cosa, la madre ve la persona.
La madre y el fino observador Juan Ramón perciben un todo en lo que los demás ven cosa para tomarse a chacota. Lo que hoy, enfáticamente, llamamos quizá “cultura actual” se suele mover en lo epidérmico de la realidad, en la espuma de la cerveza, en las burbujas del champán, en los fenómenos de los acontecimientos y de las personas. No calan en “el ser” de lo real. 

ANTONIO OROZCO
Doctor en Teología

ARVO.NET
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