El diccionario de la RAE dice del narcotismo: estado más o menos profundo de adormecimiento que procede del uso de narcóticos, unas substancias que producen sopor, relajación muscular y embotamiento de la sensibilidad.
Es bien sabido que, en ocasiones, esos narcóticos son necesarios en medicina, mientras que otras veces son drogas productoras de "viajes" a un mundo irreal que acaba por constituirse en necesario por la adicción producida.
Es obvio que no me refiero a una sociedad en la que el narcotismo medicamentoso —necesario o no— esté generalizado. Hay otro modo, quizá peor, de embotar la sensibilidad de sociedades enteras.
No me refiero sólo a España. Por desgracia, un cierto sopor de las conciencias también es algo bastante global, un mal sueño, incluso una relajación que incapacita para la reacción ante lo no natural; incapacita de tal modo que llega a negarse la existencia de lo normal.
El letargo puede ser tan profundo que constituya un estado en el que la razón ha dejado de funcionar con cordura: se han impuesto unos eslóganes vacíos, pero tremendamente efectivos, se ha creado la sinrazón de lo políticamente correcto para impedir opinar de modo diverso al pensamiento dominante; se dominan los sentimientos para utilizarlos en la dirección deseada por el poderoso, evitando que se reflexione.
Basta aludir a que tal o cual tema es vivido de un modo en nuestro entorno para considerarlo silogismo suficiente e imponerlo en nuestra sociedad. Basta decir que una determinada postura es facha —sin más explicaciones— para desecharla sin motivación alguna. Basta afirmar que estamos en el siglo veintiuno para legalizar aberraciones.
PABLO CABELLOS
ALMUDÍ
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